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Gritos

Gritos
27/07/2017
La dalia negra.


Entró a la recepción y vio justo enfrente un mostrador cerrado que aislaba y protegía al recepcionista, un viejo malhumorado que la miraba desafiante y aburrido. Irene dió un vistazo a su alrededor, se acercó al mostrador cautelosa, dijo su nombre a la vez que entregó el papel que le habían dado de servicios sociales al anciano y esperó algo asustada.
La pensión estaba en la calle Hospital que se había convertido en una especie de gueto musulmán, estaba llena de hombres jóvenes, marroquíes en su mayoría, que hablaban entre ellos formando pequeños grupos que Irene fue atravesando para llegar a la puerta, sorteando miradas, gestos, murmullos y risas.
El viejo se limitó a dejar caer unas llaves sobre el mostrador y decir de manera monótona y desganada por la escalera, tercer piso, habitación 39, cierra por dentro al entrar. Irene miró las llaves y pensó en lo agotada que estaba, necesitaba dormir así que las cogió, se dirigió a las escaleras y comenzó a subir. Ya estaba oscureciendo en la calle por lo que a cada tramo de la escalera, había que ir dando al interruptor que encendía bombillas peladas colgando de un cable, se notaba el frío y la humedad en el ambiente, cada rellano era un patio cerrado por desvencijadas ventanas metálicas, con ropa tendida y un lavadero de piedra antiguo y desgastado. Algunas habitaciones se encontraban en esos patios todas con puertas cerradas y ventanas con barrotes.
Irene subía buscando el número 39, hasta que por fin lo encontró en uno de los patios. Abrió la puerta y entró, cerró rápidamente con llave y se giró para ver la habitación, a saber: una cama, un armario y una silla apolillados, un lavamanos, un vaso lleno de cal inutilizable y una mesa encajada en el rincón; sobre la mesa quedaba una ventana con los cristales transparentes con gruesos barrotes y sin cortina, Irene se sentía observada, estaba inquieta, no se sentía segura.
Metió la maleta y bolsas en el armario, hacía mucho frío, se sentó en la cama, se quitó las botas y con abrigo incluido se metió dentro, se acurrucó bajo las mantas que pesaban como muertos y sobre el incómodo colchón de lana repleta de nudos.
Bien acurrucada e intentando entrar en calor, Irene rompió a llorar.
Por la ventana sin cortina entraba la luz que iba encendiéndose y apagándose según el ir y venir de las personas que iban por la escalera. En la habitación contigua una mujer, que por la voz parecía mayor, no dejaba de maldecir y gritar que no podía dormir.
Irene siguió llorando.
Aliciabernuzcarmona15 de febrero de 2020

2 Comentarios

  • Luisjose

    Alicia!!!! tiene constinuación el relato ...? Abrazos¡

    Luisjo

    16/02/20 12:02

  • Aliciabernuzcarmona

    No tiene una continuación clara, escribo según me sale, la verdad es que no tengo método
    Gracias Luijose por tu interés
    Abrazos

    16/02/20 01:02

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