Mdrd..
Acostumbrada a hacer la maleta, me dispongo a marcharme.
No necesito camiones para llevarme todo lo que necesito; voy con lo puesto y una maleta pequeña de mano.
Esta vez voy en tren, en un vagón centrado y con vistas por la ventanilla.
Después de tres horas y media, aquí estoy; en la ciudad donde siempre quise vivir. Por esa libertad y poco que juzgar que me ofrece.
No me espera nadie en la estación, pero me siento muy acompañada por toda esa gente buscando la salida. Todos en manada hasta que encontramos aquello que buscamos: unos la cafetería, otros a sus familiares, y otros como yo que buscan la boca de metro.
He alquilado un último pisito modesto en pleno centro, con unas vistas impresionantes. A partir de aquí, empiezan mis cinco días de rutina movida en la universidad.
El fin de semana, en buena compañía, nos vamos a vagabundear por las nocturnas calles de aquella maravillosa ciudad. Que como de costumbre, acaban en cama.
Y es que todo empieza y acaba en cama, pues des de hace un tiempo vengo soñando..
