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Alquimia Moderna.

Podría estar haciendo muchas cosas en este momento, tanto útiles como banales, pero en lugar de cualquiera de esas cosas, estoy aquí, sentado en el sillón, con un portátil sobre mi entrepierna, sorbiéndome entre sus píxeles como un agujero negro, brillante en lugar de oscuro, recibiendo el calor del abrazo artificial de un radiador a mi derecha, caliente hasta el extremo por llevar horas enchufado a la corriente, pero que por más tiempo que permanezca encendido, la habitación seguirá siempre guardando la misma temperatura, que volverá a penetrar mi piel y quebrarla en tiras como los hilos blancos del suelo de las pistas de patinaje sobre hielo en cuanto me separe un milímetro del aparato. Bebo el primer líquido con gas que encontré en la nevera, una tónica de marca barata en una taza cortesía de una gasolinera cercana, sin la distracción de mi móvil, no por estar apagado, sino por la ausencia de mensajes a estas horas de la noche. Le regalo al aire mi aportación intestinal poco ruidosa y aprecio el aroma de la pizza precocinada de la cena, inclino la taza sobre mis labios para dar otro sorbo esperando que las burbujas me engañen haciéndome creer que limpian mi garganta con el placer efímero que tanto me gusta. No soy capaz de entender cómo pueden existir personas a las que no les gusten las bebidas gaseosas. Finjo ser bohemio escribiendo unas líneas para mi página online que nadie ve, las cuales al final siempre discurren sobre el mismo tema, la nada. Nada porque no hablo de nada más que de que no estoy haciendo nada en el momento en el que escribo sobre la nada, ya que aunque parezca que hago algo al escribir sobre la nada es la nada en realidad la que.

Es inútil, ya nadie cae bajo las redes de mis viejos trucos, no soy un artista, ni nunca lo seré. Solo soy un bohemio de monogrillo, afectado por las rimas que las nuevas princesas sin ropa gritan en su balcón con vistas al Starbucks, a ritmo de electro pop sin ningún otro fin que el de estimular los órganos sexuales. Desde luego que me perturbaron, es raro en lo que se ha convertido todo, y es más raro aún decir que es rara la situación a la que hemos llegado sin haber conocido antes una situación diferente, por haber nacido ya en la más inhóspita decadencia, creyendo que una historia como la de Romeo solo puede encontrarse en la ficción. Me resguardo en la fe de que mi delirio se convierta en oro tal y como hacen las estrellas, pero los alquimistas modernos y adinerados viven solo en Hollywood, territorio seco y desmoralizado. Tener el poder de convertir a alguien en ídolo, en Dios, es algo relativamente fácil hoy en día, pero en teoría imposible para una persona de a pie. No debe ser tan difícil crear la combinación de reflex, cromas, flashes y confeti necesaria para abrir la caja de Pandora, y ascender en la escala evolutiva de homo sapiens sapiens a obra de arte viviente. Soy como la oveja negra de una familia de cirquenses, rodeado de talentos extraños capaces de resaltar lo suficiente como para traer comida a la mesa, siendo yo el único que pasa desapercibido, invisible, como si ni con cien focos iluminándome en la cara hubiera alguien dispuesto a fijarse en mí. Es inútil comprar un objetivo de mayor definición, u otra ración de confeti, siempre habrá otro cumpleaños con más champán y música más alta que en el mío, con un croma aun más grande, que muestre las fotografías en blanco y negro de los años pasados más felices, experiencias más interesantes para los invitados, que quedarían aburridos con mis partituras de oboe y loción para el acné, lo único que podría ofrecerles yo.

Quieren que estudie alquimia para poder tener un trabajo asegurado en la tienda de souvenirs por la que pasan los visitantes por obligación de la arquitectura de pasillos del circo al final del espectáculo, capturando las caras felices de los niños mientras el flash les conduce al cielo como si fueran halos de santo sobre la cabeza, fabricando oro para otras personas en lugar de para mí mismo. Pero me niego, me niego en rotundo, no quiero esa vida, aunque deba huir del negocio familiar y ser otro nómada en busca de cobijo. No quiero dinero. Solo quiero demostrar que siguen existiendo Romeos, solo quiero demostrar que yo soy un Romeo.
Allvertgarner27 de febrero de 2015

2 Recomendaciones

4 Comentarios

  • Sonoridario

    Excelente conocimiento de la vitalidad de la nada. Un sano realismo que se limita al juego de las verdades por casi todos conocidas. Un final que evoca la nostalgia, como si cualquier tiempo pasado fuera mejor...o al menos menos NADA. Un placer leerte.

    27/02/15 08:02

  • Indigo

    Ocurrente el tono distendido como manejas el personaje, su actitud mordaz, con sorna, y atrae lo minucioso en detalles.
    Saludos.

    27/02/15 11:02

  • Alquimista

    Una introspección muy balanceada sobre los escalofríos espirituales que producen la superficialidad real de los poderosos, Allvertgarner.

    Les ha sucedido a muchos escritores con fuego y mezclas secretas de alquimistas que sus pensamientos nunca llegan a la cima y sin embargo, es bueno notar que si un lector se interesa en lo que escribes, allí tú lograste tu cometido pues has logrado una expresión de rara, y a veces inexplicable energía personal transmutadas en palabras firmes y resolutas.

    Saludes,


    ALQUIMISTA


    01/03/15 01:03

  • Atalita

    Tremenda introspección mi querido escritor. Creo que tu arte jamás pasara desapercibido, logras atrapar al lector con tu telaraña de palabras bien encadenadas. Es un conocimiento propio,es seguridad de lo que quieres transformar. Genial como lo relatas.

    01/03/15 02:03

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