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El Error

Es el viento que sopla de polo a polo y que recorre el mundo quizá sea el único que conoce todos nuestros errores, todos nuestros arrepentimientos a lo largo de los siglos, los secretos incontables y nuestra más profunda vergüenza, nuestros más grandes resabios ocultos bajo la máscara que todos usamos. La que usamos como escudo, la que nos protege del mundo, la que nunca permitirá que ningún ser humano descubra quienes somos en realidad. La que nunca dejará que nadie sepa cómo herirnos, la que nos guarda del sufrimiento que sólo la silueta del amor podría causar. El dolor más frío, el más despiadado, el más cruel, el más asesino. La agonía del amor. El de verdad, el que intoxica y envenena, el que duele, el que cala hasta los huesos. El amor apasionado, salvaje, rebelde, ineludible, desesperado, urgente y lleno de rabia, el que no puede ser menos diáfano. Ese es el verdadero; es el que ha inspirado a poetas, músicos, y escritores en general. Y es ese el que nos droga hasta que la razón desaparece y nos hace cometer los más terribles e irreparables errores.

Los errores de los que quizá un día nos arrepintamos y que posiblemente nunca podamos enmendar. Errores que para muchos son inexplicables. Esos son los errores dolorosos que la pasión ciega nos hace cometer en nombre de algo mucho más grande que nosotros mismos: el amor.

Pero son esos mismos errores de los que debemos aprender para después dejar ir. Son esos tropezones que dejan cicatrices permanentes los que debemos valorar, los que nos recuerdan a cada momento que estamos vivos y que no somos nada más que seres humanos llenos de imperfecciones y deslices. Son los que nos crean después de habernos destruido, los que nos hacen saber lo que queremos y lo que no queremos. Los que nos regalan la posibilidad de conocernos a nosotros mismos.

A veces los errores que cometemos pueden parecer turbios, muchos aseguran que es un error o dos o tres lo que nos define por completo como personas, pero no. Los errores nos moldean, nos dan visiones, pero no nos definen. Los errores no son algo necesariamente malo, sino un instrumento para tocar el suelo por el que caminamos. Para conocerlo, para no perderlo de vista y para saber quién está con nosotros y quién quizá nunca lo estuvo.

Pero siempre, después de un gran error llegan los remordimientos, el miedo, la inseguridad, el desprecio de quienes nos rodean y de nosotros mismos. Es algo que debemos aprender a superar, pero mientras eso sucede, la agonía en ocasiones puede ser buena compañera. Es de ella de donde han nacido muchas obras que nos recuerdan que la raza humana sigue siendo humana a pesar de que los hechos a veces demuestren lo contrario.

Puedo acotar personalmente que, a pesar de haber cometido mil errores, no me arrepiento de todos. He crecido, he viajado a mis terrenos más profundos y poco a poco, me he encontrado.

Y entonces escribo. Escribo para ti, escribo para mí, escribo para las almas desesperadas que buscan un poco de libertad. La libertad de huir lejos, lo más lejos posible de una vida que no depara, sin importar nada, más que dolor y agonía. 
Y entonces escribo y vuelo dentro de mí. Me voy, me pierdo, me deshago y me reinvento. Y así desaparezco de este mundo de dolor y lamentos. La oscuridad se va y logro encontrar por un momento la luz que emanaba en mis primeros años. La luz que se escondió, la que corrió asustada, la luz de mis ojos, el destello de inocencia e ingenuidad que, a ratos, pienso que jamás volverá a irradiar. Pero está. No se fue. Nunca se fue. 
Ambarhelena08 de mayo de 2013

3 Comentarios

  • Polaris

    No dejes de escribir, de sentir, de ser como eres.

    Un saludo.

    Pol.

    08/05/13 02:05

  • Ennimaje

    Sentí el comienzo con voz altiva, con ritmo creciente, intenso, interesante... y luego te perdí.

    09/05/13 01:05

  • Ambarhelena

    Gracias @ENNIMAJE, y tienes razón. El final me quedó flojo porque no lo escribí con el mismo estado de ánimo con el que empecé. ¡Saludos!

    09/05/13 06:05

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