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Viernes.

Abro los ojos y veo una tenue luz atravesar mis cortinas. El ruido de la calle, las personas y los autos me hacen pensar que ya no es temprano. Veo el reloj y son las 2 de la tarde. De nuevo dormí más de la cuenta.

Es viernes. El movimiento en la ciudad no para, las vidas agitadas de todos están al máximo. Y yo sólo veo. Espero. Pienso.

El gris de la vida, de mi vida, avanza a cada minuto, cada día. Las olas de nostalgia, de miedo, de desesperación, de inseguridad no se detienen. Es como si estuviera vacía. Es como si en algún punto, todo hubiera dejado de importar.

Hay muy pocos lugares en donde me siento bien, por pocos me refiero a mi habitación. Cada día es peor que el anterior, pero en esas cuatro paredes el tiempo siempre pasa de diferente manera. Se detiene. Respira.

Este será un fin de semana largo y difícil. No hay mucho qué hacer y para cómo me he sentido estos últimos días, seguramente acabaré en un interminable maratón bajo las cobijas pensando en lo sola que me he quedado y en la culpa que tengo de eso y de todo lo demás.

Son las tres de la tarde, el día parece no avanzar. Lo único que avanza, como siempre, es la opresión en el pecho que a veces no deja ni respirar. Pero estoy bien.

Sólo es quizá que me entristece saber que camino sobre las ruinas de lo que un día fue, pero que nunca pudo llegar a ser del todo. Lo que fue a medias, lo que fue un rato pero nunca pudo madurar. Las alegrías, la felicidad que se quedó a medio camino de convertirse en vida. O será que al ver a todos me doy cuenta de que estoy hundida. No sé. Cómo podría saberlo.

Entre la tormenta de pensamientos que dan vueltas y vueltas en mi siempre inquieta mente, pienso en que es hora de levantarme y salir a recordar cómo luce la ciudad cuando el tiempo es libre y no hay nada qué hacer más que admirarla en todo su esplendor.

Preferiría realmente haber tenido planes para beber, aunque en realidad llega un punto en que ya ni alcohol llena ese hueco en el estómago.

Al salir de mi casa camino mientras veo los rostros de las personas apresuradas y también de las que van por la calle sabiendo que su vida es miserable y no hay ni habrá vuelta de hoja.

¿En qué sub especie citadina me encuentro yo? Definitivamente no en la que está tan ocupada que no se da cuenta de que su vida se está yendo poco a poco, como se va el alma del cuerpo de quien acaba de fallecer. Aunque tampoco he pensado nunca -bueno, nunca en serio- que mi vida es miserable. He tenido buenos momentos. No más que los malos, pero sí mejores y más decisivos. Sin embargo, tampoco creo que mi vida vaya por el camino que debería. No sé cuál sea ese camino, pero seguro es que no lo he estado recorriendo desde hace ya un tiempo.

Y así es como me doy cuenta que soy plenamente consciente del tiempo, del espacio, de mi vida y de mis errores. De los años, de los meses, de las semanas, de los días y de las horas que he desperdiciado y que seguro seguiré tirando. Sé que me he equivocado, se que he desperdiciado oportunidades. Sé que estoy en un momento difícil, en una curva que debo atravesar con seguridad para no descarrilarme, porque estoy a punto. Pero también sé que no todo es malo, sé que estoy viva y eso ya me da la seguridad de que las cosas mejorarán. Me sé. Me sé como nadie me ha sabido y creo que soy de las pocas personas en el mundo que pueden asegurar poseer la consciencia de todo eso. Siempre he sido afortunada.

Y entre tantas vueltas de ideas llego a mi destino. No tengo planes, no tengo dinero; pero tampoco tengo horario ni compromisos. Ni siquiera alguien que me busque si desaparezco unas horas. Así es que me dedico a vagar por ahí, por las calles quizá más ‘vagadas’ de la ciudad. Same old same old.

La libertad que se siente al descubrirse sola y sin un horario que cumplir vagando por la ciudad es de los pocos tipos de libertad verdadera y desafanada que he sentido en mi vida. Un cigarro en la escalinata del Palacio. Uno por el andador.

Sin embargo, por segundos me doy cuenta lo feliz que me haría si alguien tratara de localizarme, si alguien me quisiera para algo. Pero no. Y eso no importa ahorita.

Luego de unas horas regreso a mi casa. Todo está en mi habitación tal como lo dejé. Siento que han pasado días desde la última vez.

Pero sigue siendo viernes.
Ambarhelena09 de mayo de 2013

3 Comentarios

  • Ennimaje

    Érase una vez una chica triste, que encerrada en su casa, de pronto decide dejar de estarlo. Tras salir a pasear sola, de pronto se pone feliz. Fin.

    Creí que de pronto se encontraría con algo estimulante, interesante, divertido, que le sacara una carcajada... pero no pasó nada.

    10/05/13 06:05

  • Delofe

    Te vendría bien si detallaras algunos detalles...

    La voz de los arboles.
    La forma de alguna nube.
    El peinado raro al despertar.
    Las palabras que escuchas al despertar( que son de una antigua tú siendo joven).

    No sé...

    Explora un poco mas tu mente, cuando sientas que te estas volviendo loca, entonces estarás un paso de volverte escritora.

    Bienvenida al club.

    :)

    03/02/14 12:02

  • Delofe

    Pero no me hagas caso yo siempre hago y digo cosas estúpidas y tóxicas, como ahora que no concilio un buen sueño.

    03/02/14 12:02

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