Sales corriendo sin mirar atrás, lo más rápido que tus pies te permiten.
Cierras los ojos, pero estás viéndote a ti misma.
Frágil, ausente, rota.
Empiezas a caminar más deprisa, y más, y más.
Tus manos tiemblan, tus ojos empiezan a emborronarse.
Va a llover Piensas. Y corres.
Solo quieres salir de ahí.
Escapar.
Llevas las llaves en las manos, y las aprietas con fuerza.
Quizás así deja de doler. Pero no lo hace.
Y duele más todavía.
Has llegado a tu portal, abres la puerta, subes en el ascensor.
Cada vez, tu visión empeora. Esta empezando, lo sabes.
Metes la llave en la cerradura, cierras los ojos y entras.
No estás en casa, no estás.
Quieres gritar, pero tu garganta tiene un nudo de marinero.
Quieres llorar, pero tus ojos no están todavía listos.
Quieres dejar de sentir, pero sientes aún más.
Quieres olvidarte, y tu mente solo hace que recordar.
Recordar que estás sola. En la calle, en casa.
Por fuera, y por dentro.
Sola.
Y rota.
Muy rota.
Recoge la ropa tendida, ha empezado a llover.
