En la pensión de estudiantes había mucho revuelo, porque se mudaban unos ese día, otros al día siguiente, los menos dentro de un tiempo.
Eran todos estudiantes de la vida, unos aventajados, otros en vías de aventajar aunque más no fuera a las letras.
Las palabras les surgían a todos por obra y gracia de la gran diosa Literatura.
Las edades eran al igual que sus orígenes muy variadas. Tenían en común que no les gustaban los grandes discursos anónimos, ni tampoco la falta de tacto.
Por eso de a poco fueron migrando igual que las aves, en plena libertad de sus facultades literarias.
En su antigua casa ya no se respiraba paz, en la nueva el aire no estaba enmohecido, las letras sobrevolaban por todos lados y caían en picada.
Algunos vivían en las dos casas a la vez como si les costara irse del todo.
Otros más decididos o tal vez más rebeldes hicieron su valijas en las que no entraba ni una a y se fueron para siempre a su nueva casa.
Era un buen comienzo para todos los que no querían escuchar humoradas sin humor, o poesías sin poetas.
El camión que los llevaba esperaba que bajaran con sus grandes equipajes tan pesados por los valiosos contenidos para sus propietarios.
La mudanza fue perfecta, la casa estaba en orden, y cada día eran más los que llegaban.
Las o, las i y las u están de parabienes, hay un gran idilio de palabras.