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Ariana (i y Ii)

Prólogo
Tenía los ojos más increíbles que he visto jamás. Y no por su increíble tamaño y forma, ni por su llamativo y precioso color azul cielo. No… La verdadera razón de su exclusividad era aquel brillo que los hacía tan especiales. Cuando lloraba, su mirada era absolutamente desgarradora, la más desgarradora que he visto jamás. Cuando caminaba despistado, sus ojos brillaban sin ningún sentido ni objetivo. Per continuaban brillando… Jamás estaban apáticos. Y cuando sonreía… Cuando sonreía, aquellos ojos materializaban la dulzura en su máxima expresión.
1
Era una fría mañana de enero. Al contrario que la gran mayoría de las personas, yo deseaba ferozmente levantarme de una vez y acabar con la agonía de aquella noche, que había sido una de las más largas de mi vida. Dicen que el desengaño amoroso es la sensación más agridulce que existe, y yo por aquellos tiempos estaba absolutamente convencida de que esa afirmación era cierta. Mi desengaño amoroso se alargaba desde hacía demasiados meses. Había salido, me había entretenido, había sido feliz, había ahuyentado a Marcos de mi cabeza… pero no de mi corazón. Y no lo había hecho por la simple razón que aquellos sentimientos entre el dolor y la añoranza que me envolvían cada vez que lo recordaba, aquella sensación de querer volver al pasado por un segundo, aquellos momentos de debilidad en que me dejaba llevar por los recuerdos… Aquello era lo único que me quedaba de él. Y la noche anterior a aquella mañana había decidido torturarme como nunca con su recuerdo. Aquella noche no dormí: aquella noche sentí sus caricias, su voz, vi su cara y aquella sonrisa que tanto me había hecho estremecer. Quizás sólo decidí torturarme con el objetivo de sentirme viva. Quizás para no acabar con lo único que me quedaba de él: aquella pena.
Aquella mañana llegué algo tarde al Liceo. Javier sólo me dirigió una mala mirada evitándome la reprimenda, pues sabía que no es habitual en mí retrasarme. El ensayo fue mucho mejor de los que había hecho últimamente. Hacía tiempo que no me lucía y sé que me echaban de menos. El motivo de mi renovada inspiración era que había dejado atrás un estado de apatía que me había durado unas cuantas semanas. No sentir, no querer ni dejarse querer, no emprender, no esforzarse, no sonreír ni llorar. Pero eso había acabado con la noche de tortura que había pasado. A pesar de que el precio fuera sentirme triste, prefería eso antes que aquel estado de no-sentimientos. Ahora volvía a sentir, y volvía a transmitirlo. Era algo imprescindible siendo, como soy, actriz de teatro.
- Te veo mucho mejor. – Fueron las simples palabras de felicitación del director de la obra.
- Gracias, Javier. Eso intento.

2

Solía ser bastante difícil para mis compañeras de escenario convencerme para salir por las noches de copas. No es que a mí no me gustara salir, divertirme y dejarme llevar, pero sí que solía costarme moverme de casa. Aquella noche decidí hacer una excepción, y fui yo quien llamé a Clara por iniciativa propia:
- ¿Clara?
- Sí, ¿dígame?
- Soy Ariana. Te llamo para preguntarte si hay algo planeado para esta noche… Ya sabes… copas, bares, plazas llenas de gente… Todo eso que hay en Gracia un sábado por la noche.
- ¿Y esta nueva pasión por querer salir? ¡Nunca dejas de sorprenderme! Helena y yo habíamos pensado ir a un concierto que dan en la plaza del Ayuntamiento esta noche. Nada de bares ni copas, tan sólo música. Creo que podría ser divertido. ¿Contamos contigo?

Me lo pensé. No era exactamente lo que había planeado en mi mente, pero al fin y al cabo nunca está de más improvisar. Dije que sí.
Aquella noche estaba contenta, me sentía con ganas de comerme el mundo. Decidí sacar el máximo partido de mí misma, maquillándome y vistiéndome bien. Nunca me había considerado demasiado guapa, pero los días en que estaba inspirada me sentía preciosa. Simplemente era un reflejo de la felicidad que sentía. Salí de casa con una sonrisa.

- ¡Ariana, estamos aquí!- oí gritar a Helena cuando llevaba muchos minutos paseándome entre la multitud de la plaza Vila de Gracia.
Me reuní con mis amigas y hablamos de temas muy insubstanciales, y justo cuando el grupo salió al escenario pensé que quizás habría sido conveniente y sensato preguntar qué tipo de música iban a tocar. Pero ya fue demasiado tarde, y sin darme cuenta estaba asistiendo a un lamentable espectáculo de ruido que se permitía ponerse el título de música. Mis amigas parecían pasárselo estupendamente, así que decidí no fastidiar la fiesta e irme sin más, escabulléndome como pude.
Salí de la plaza y me metí por las entrelazadas y estrechas calles de Gracia dirección a mi casa. Tal era mi fijación por llegar lo antes posible que tropecé en medio de la Plaza Revolución. Me quedé unos segundos sentada en el suelo, con ganas de reírme de mí misma. Cuando me levanté, miré a mi alrededor: nadie había presenciado aquel lamentable espectáculo. O eso creía.

De repente, de una diminuta puerta de color lila que se veía muy antigua, y de la cual jamás había notado la presencia, salió una figura. Teniendo en cuenta la profunda oscuridad de la madrugada, no pude distinguir si era hombre o mujer hasta que estuvo bastante cerca de mí. Sin darme cuenta, tenía delante de mí a un muchacho de unos veinte años dispuesto a preguntarme si me encontraba bien después de mi bochornosa caída. Cuando tuve suficiente valor para alzar la vista, me encontré con los ojos. Esos ojos que eran los más increíbles que he visto jamás. Y no por su increíble tamaño y forma, ni por su llamativo y precioso color azul cielo… Etcétera.
Ariana199206 de julio de 2009

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