Me despierto en la noche envuelto en un sudor frío y con la certeza de que no podré darle descanso a este ya caído y debilitado cuerpo que se resiste a lo inevitable.
En un principio, mis sueños aunque trastocados y desconcertantes, eran soportables y podía dormitar durante algunas horas, no demasiadas, pero si las suficientes como para aliviar los síntomas que por entonces ya empezaban a hacer presencia en mí.
Pero eso ya no me es posible, ahora todo intento de conciliar descanso alguno me resulta enormemente agotador. Mi rostro tan cambiado, no deja de suscitar entre la gente la más diversa rumorología, pero a estas alturas ya nada me importa y desde luego menos aún las habladurías de la gente corriente y sus chanzas carentes de sentido.
Por desgracia, ese tiempo se me antoja, ha llegado, y ya espero la noche en que esos demonios, que ya tan común y habitual se me hacen su presencia, decidan por fin cruzar el círculo y se me lleven por siempre.
¿Cómo iba a saber, que aquella caja de madera, de aspecto tan vulgar y sobria, hallada por mí en la primavera del 42, contenía el principio de mis pesadillas, contenía el motivo de mi desdicha?,
¿cómo saberlo?
Ahora me queda esperar, solo esperar a que regresen por mí de una vez o tratar por mis medios de poner fin a esta locura.
Me deshice de la caja días atrás arrojándola al fondo del lago. No es un lugar concurrido, debería bastar para que nadie pueda hacerse con ella...
