Un abnegado joven católico que odia a los negros, los judíos, las mujeres, los homosexuales, los gitanos y los comunistas, que contempla la vida con las leyes de la teología, come chucrut con salchichas, en el comedor del Seminario.
Después en un patio frío ve como a un compañero suyo le asestan azotes en las nalgas ordenados por la divinidad al dudar de la autoridad celestial.
Necesitamos nuevamente leyes duras como las de la inquisición, a eso iremos cuando extirpemos al mundo de judíos. Dice un cura mayor y barrigón que cada tanto palpa las nalgas del chico golpeado.
El abnegado joven católico presta atención y se dice a si mismo. El padre tiene razón. Hace falta la ley de Dios.
Sueña con ser confesor del Führer.
Él y sus compañeros de Seminario ingresan a las Juventudes Hitlerianas.
Que tragedia para la juventud alemana aquella que vivieron durante el dominio del nazismo. Les cegaron el futuro. El mundo nunca más debe dejarse guiar por el terror del nazismo, los totalitarismos y las tiranías que predican y practican la intolerancia. Proclaman los buenos hacedores de la verdad democrática y piadosa del Occidente.
El hombre repasa su vida.
Es cierto. No pudo ser confesor del Führer.
El hombre come chucrut con salchichas en un comedor del Vaticano.
