Algunas ocasiones me pregunto por qué la noche es tan obscura,
la respuesta es sencilla.
Una fría noche vi la estrella más brillante y hermosa de todas
recuerdo que a esa estrella pedí un deseo, y ese era que algún día
pudiera verla frente a mí.
Transcurrió el tiempo y el mundo grisáceo continúo con sus monótonas
y aburridas vidas, todas ellas llenas de egoísmo, al caer la noche
cada día que veía esa estrella, siempre pensaba en ese férreo deseo de tenerla frente a mí,
Hasta que ese día llego, no lo esperaba, incluso se puede decir que no recordaba ese deseo
que había pedido.
Me encontraba caminando sin ningún rumbo fijo, solamente dejándome guiar, así como las cometas
de los niños dejan que el viento decida su destino, o como si fuera una hoja en la corriente de un rio,
por azares del destino el lugar en el que me encontré fue en un parque completamente deshabitado
donde estaba una mujer dándome la espalda, no pude evitar el acercarme a donde ella se encontraba de pie,
en el instante en que su mirada se encontró con la mía vi esa que ella era esa estrella, ella sonrió e inmediatamente abandono ese lugar.
La respuesta que me regalo en su silencio fue que el brillo de las estrellas se encuentra en cada uno de nuestros sueños, en cada una de esas personas que nos dejan compartir con ellas y que a su vez comparten con nosotros, también en ese arduo sendero por el cual solamente nosotros podemos caminar en este periodo llamado vida.
El brillo que deseamos encontrar no se encuentra en el obscuro cielo,
ese brillo infinito se encuentra en nosotros mismos,
Hoy veo el cielo ennegrecido, pero puedo darme cuenta de que todos nosotros somos ese brillo que ha de llegar a ese cielo.
