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Un Pueblo a Merced de Dios

Eran los últimos días de mi abuela. Mamá comentaba que le había llegado su hora, sin embargo no entendía nada. Mamá también me había dicho que tenía una enfermedad muy grave: cobertulosis, o algo así. Es como una especie de gripa. Noelia, mi hermana, le preparaba todos los días un pocillo con agua de limón caliente. Mientras tanto, Pepe y Nando se balanceaban en la hamaca que papá había traído de San Jacinto. Aquel chinchorro era de los colores del arco iris, y mientras más rápido era su vaivén, más escarchitas veía en el cielo. Eran los mismos polvitos que veía en mis sueños, acompañados de duendecillos y hadas. Al lado de la cama de mi abuela se encontraba una mesita, cubierta en su totalidad por comején. Además había dentro de ella dos o tres ramas de mata ratón, que empleaba la anciana para su baño diario. Mi mamá se encargaba de hervir las hojas, y luego dejaba reposar el agua para que mi abuela se lavara. Después de este proceso, algo tedioso, preparaba algunas totumitas con café molido que venía de Barranquilla. Era el café más exquisito que se podía preparar en el pueblo, así que dos o tres vecinos se aproximaban a la casa en busca de una pruebita. Uno de estos hombres era el viejo Abundancio, que le calculo unos 60 años. Asimismo aprovechaba para visitar a la vieja. Siempre llegaba con una vasija de julepe que él mismo preparaba.
 ¡Buenos días, doña Tere! Aquí le traigo el julepe que preparé ayer. ¿Cómo ha seguido?
 Ahí, terminando de vivir  exclamaba tristemente mi abuela  No espero la hora que llegue el fin.
 No diga eso, mi señora. Que usted está bien repuestica.
En ese momento intervino mi mamá, sabiendo que Abundancio venía por el café.
 Buenos días, Abundancio. ¿Cómo le ha ido?  En ese preciso instante lanza la pregunta del millón  ¿Qué le parece una totumita de tinto?
 Caray, doña Julia. Esa pregunta es necia.
Iniciaba la conversación y, para no aburrirme, salí a la terraza y vislumbré el Sol de mediodía. Contemplaba aquellos viejos árboles cuyos troncos, semejantes a viejas edificaciones, resguardaban la calle de la gracia de Dios. Observaba detenidamente aquellas casuchas de barro, los niños jugando con su humildad e inocencia, las señoras que tejían trajes de lana y revivían su infancia cosiendo muñecas de trapo para sus nietas. Los viejos, que con su algarabía contaban hazañas de su juventud, vestían sombreros de paja y en su boca llevaban un palillo (no sé para qué si no tenían dientes). Inmediatamente percibí a lejos un sonido extraño, seco y fuerte. Fuerte, cada vez con mayor intensidad. Era la campana de la Iglesia del municipio. Me pareció extraño pues los feligreses del pueblo estaban acostumbrados a escuchar este sonido poco después de las cinco de la tarde. De repente, dos niños corriendo apresuradamente, avisan a todos los habitantes:
 ¡Todos a la Plaza, a la Plaza!
Inevitablemente las personas atendían. Algunos estaban atemorizados, otros simplemente salían. A pesar de esto todos, excepto mi abuela, asistimos al llamado que realizó el padre.
Al llegar al centro de la ciudad, encontramos a una gran cantidad de personas. Aquel acontecimiento semejaba un juicio. La gente no dejaba de comentar acerca del extraño suceso. En el centro de la Plaza se encontraban el padre, su monaguillo y el señor alcalde. Estos tres mostraban una cara de preocupación, cuan persona que ve a algún muerto. Al momento de hablar, el monaguillo pide orden en la reunión.
 Orden, silencio, por favor silencio  Repetía una y otra vez el monaguillo, sin embargo nadie hacía caso a su sugerencia. Al ver tal disturbio, el alcalde lanza un grito que atemoriza al público presente:
 ¡Silencio!  La plaza se consumió en el silencio.  Muchas gracias, conciudadanos. La información que se presentará a continuación es de bien común, por tanto niños, jóvenes, ancianos y mujeres harán caso a la siguiente advertencia.
Las caras de las personas se tornan pálidas apenas que la palabra “advertencia” fue escuchada, pues siempre que se menciona este término se sabe que no vendrá nada bueno para el pueblo. El padre interviene:
 Informaciones de última hora afirman que el río Magdalena está creciendo y se dice que ha aumentado su caudal considerablemente. A las 7:30 a.m. hubo inundaciones en el municipio de Magangue, y hay rumores de que a las 3:00 p.m. pueda suceder lo mismo aquí. Es por eso que debemos estar alerta y alejarnos lo más posible del río. La comunidad parroquial de San Onofre ofrecerá una ayuda a aquellas personas que se vean afectadas por este hecho.  Continúa el padre  Por ahora debemos estar alerta y encomendarnos a Nuestro Señor Jesucristo, para que aparte todo mal de nuestra población.
El monaguillo da tres campanazos e inicia la oración. A pesar de esto mamá, papá, don Abundancio y yo nos dirigimos hacia nuestra casa. Obviamente, la preocupación que mostraba toda la población era demasiado grande como para generar rumores de todos los tipos. Mi mamá y mi papá pensaban en nuestro viejo amigo Farid, el judío, que vendía telas y botones, pues vivía a proximidades del río. Pese al desasosiego que manifestaban, no pudimos ir a ayudarle pues debíamos estar pendientes de la abuela. Al llegar, lo primero que hice fue alertarla:
 ¡Abuela, abuela! El padre y el alcalde nos han dicho que Plato se va a inundar, ¡se va a inundar!  grité desesperadamente.
 Cálmate, Martín. No alarmes a la abuela.  exclamó tranquilamente mi mamá.
 Esto me causará mucha risa, lo aseguro  susurró mi abuela, evitando ser escuchada.
 ¿Qué has dicho, suegra?
 Nada  dijo  solo decía que será un grave problema para el pueblo.
 Debemos hacer algo, ¡actuar!  exclamó mamá  Por ahora a la iglesia. Vamos, a confesarnos de nuestros pecados  dijo preocupada  Se acerca el Fin.
Aquella afirmación generó pánico en todos los huéspedes de nuestra morada, excepto en mi abuela que casi se muere de la risa.
Mientras tanto, por las calles empolvadas de nuestro pueblo corrían y caminaban mujeres hacia la misa, con sus rosarios, Biblias, escapularios, cruces, santos, vírgenes… cualquier objeto religioso que se encontrase en las casas de la comunidad religiosa. Los cánticos a Jesús se oían por doquier, y callaban los sonidos de los grillitos que formaban una coral. Las abuelas tomaban las hojas del árbol de plátano y las mordían, pues existía la tradición de que aquel que mordiese una de las ramas de este delicioso alimento, iría al Paraíso o se libraría de los demonios. Por lo menos mordí dos o tres hojas. Los penitentes golpeaban sus espaldas con bolas de cera, mientras se producían moretones y heridas. Además del dolor que les causaba, les cortaban la espalda con pedacitos de vidrio y luego se untaban ron. Así agradecían a Dios por milagros y peticiones cumplidas.
Cuando se aproximaba la hora para la cual estaba predestinado el fenómeno, todo el mundo corría hacia la Iglesia: el lugar más seguro. Se podía percibir un olor a tristeza, a funeral, un “no se qué” disperso por toda la población.
Al llegar a la casa de Dios, observé que no cabía ni un alma; niños llorando, mujeres embarazadas, ancianas. A propósito de ancianas; la abuela, no fue, pues dijo que quería morir “sola y en paz”. Cabe anotar que al decirlo lanzó otra carcajada inocente.
Las puertas de la Iglesia se cerraron, y se escuchó la campana del monaguillo anunciando la llegada del cura. En ese momento todos opinaban que iniciaría la oración, sin embargo ocurrió todo lo contrario:
 Queridos hermanos: Dios os ha puesto a prueba  pronunció con su notable acento español. Todo el mundo murmuró.
 Sí, hermanos, vosotros superasteis la prueba Divina, sois un pueblo lleno de fe.
 ¿Es decir que no hay inundación?  preguntó un viejo hombre con problemas de memoria.
 Lo de la inundación era una farsa  intervino el alcalde.  Todo fue una idea del padre y mía para poner a prueba su convicción ante el poder y la palabra de Dios.
 Así que fue una mala pasada  dijo una joven  ¿Se atreven a jugar con eso?
 No fue una mala pasada. Interprétenlo a su manera, sólo se que fue prueba de Dios.
Todo el mundo dejó la Iglesia: algunos furiosos, otros dando risotadas. Por fin comprendimos por qué se reía mi abuela.
Sucede que cada cincuenta años la Iglesia de nuestro municipio, alerta a la comunidad con un falso fenómeno y pone a prueba la fe de los habitantes.
Esperaré medio siglo más, a que se nos juegue otro chiste de esos, y recordaré que la fe del Todopoderoso jamás se debe perder.
Barandica23 de enero de 2008

5 Comentarios

  • Barandica

    Hola, este es mi primer cuento... Espero sus comentarios ansiosamente. Pero antes, quiero contarles algo:
    Participé con este escrito en el "I Concurso Nacional del Cuento, Homenaje a Gabriel García Márquez". Desafortunadamente no fue llevado a la segunda ronda.
    Cuando recuerdo esto siempre digo que escribo por pura fantasía, porque pienso que algún día llegaré lejos... Sin embargo, con sus comentarios (ya sean buenos o catastróficos -a juicio de ustedes-) me siento alagado, pues son ustedes quienes me brindan apoyo.
    ¡Gracias!

    23/01/08 11:01

  • Barandica

    Espero que la lectura no sea algo... tediosa

    23/01/08 11:01

  • Barandica

    NOTA: Algunos términos son típicamente colombianos y, en especial, de la costa caribe colombiana. No duden en preguntar por alguna expresión, modismo, costumbrismo, etc. Gracias.

    23/01/08 11:01

  • Franco

    hola amigo/a mi comentario es un tanto desalentador,no por el cuento,sino por tu esperanza que alguien te haga comentarios.yo soy nuevo aqui,y poco comentario recibi(solo 1)pararece que el egoismo impera,todos entran,publican y nadie lee.porque en realidad somos todos lectores,yo no soy escritor,solo me gusta escribir....

    24/01/08 12:01

  • Barandica

    ¿Sabes, Franco? Uno de mis poemas es el segundo más leído en Tustextos.com. Aún no pierdo las esperanzas. Gracias, pero "la esperanza es lo último que se pierde", pues Pandora dejó escapar todo lo demás.

    24/01/08 12:01

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