Tache.
Subrayé.
Y vuelta al bucle.
Se amontonaron las palabras como cajas de recuerdos,
como una oda a las cartas de amor que nunca llegaron
y que hicieron bomba de humo cuando aparecieron
aparcadas en cualquier rincón de esta habitación.
Tache.
Subrayé.
Agote blancos cuadernos llenos de fantasía
y la realidad contaba que nada era lo que parecía,
que los garabatos eran absurdas notas
para simples mortales que poco les importaban.
Taché.
Subrayé.
Borré.
Silencié.
Porque las canciones edulcoradas murieron
al unísono de partituras rotas y desafinadas
por acordes que nunca quisieron ser escuchados.