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Ausencia 07 de junio de 2012
por beatrizcaceres

Sentado en el desván Daniel ve pasar la hora del crepúsculo saboreando cada segundo...







Sus enjutas manos derivan en unos dedos huesudos, arrugados y quebradizos como cristal. Entre ellos asoma un pequeño trozo de papel de liar cigarrillos; su nacarado blancor destaca sobre su morena piel. Asemejándose a un ala de gaviota queriendo iniciar el vuelo, luchando por librarse de la atadura que la mantiene presa.




Pero Daniel ejecuta los movimientos sin apenas darse cuenta, su mirada está fija en el rincón. Sus pupilas son incapaces de moverse, no pueden alejarse de esa visión....Observa, simplemente observa tres viejas maletas... Con tranquilidad enciende el cigarrillo, el humo en su espiral ascendente ejecuta una danza en esa atmósfera cargada de sabor añejo.




Hace el recorrido una y otra vez, a lo largo de esa piel cuarteada color marrón oscuro. Su ruta tan sólo se detiene en las doradas hebillas...Hebillas que en su día refulgían de brillo cromado. Y hoy permanecen como desposeídas de vida, lejos de su resplandor; enmohecidas por el polvo acumulado durante años.




Al fumar una calada Daniel cierra los ojos...Su mente viaja en el tiempo y lo transporta al instante en que vio por primera vez esas maletas. Siente que hasta una suave brisa fresca, cargada de aromas familiares para él; le sacude todos los sentidos. Puede olerla, oírla, tocarla...Esa brisa, no es otra que el sonido de la risa de Marina.




Marina, Marina...su nombre golpea su interior con la fuerza de cada latido de su viejo corazón. La puede ver delante de él, bajando del tren. Puede notar el olor a madreselva que embarga el aire, el olor de Marina.

Que hace como reverberaciones de ecos llenos de nostalgia.




Su amor fue totalmente espontáneo. Surgió desde el primer segundo de ese encuentro casual, en aquella estación de tren. Simplemente el azar quiso que se cruzaran sus maletas por equivocación. Y ya no pudieron separarse...




Sin darse a penas cuenta alarga el brazo y extiende la mano como queriendo rozarla... La puede ver delante de él, con un vestido negro y sus tacones de aguja. Riendo y hablando sin parar...Su cara, su preciosa cara con unos ojos color azabache enmarcados en unas pestañas sin fin. Sus labios...unos labios que eran capaces de quitarle toda la razón en cada beso.




Parpadea un segundo a penas imperceptiblemente y una pequeña lágrima se derrama de su lagrimal. Hace el recorrido serpenteando por los surcos de las finas arrugas de su cara...pero no lo acaba. Daniel, con un gesto seco le corta el paso con su mano.




Un sonido seco se adueña de sus oídos, e inconscientemente se los tapa con las manos. Atónito ve como Marina cae delante de él como si fuera una hoja de árbol en otoño. Desesperado se tira al suelo a su lado para taparla con su propio cuerpo, pero es un esfuerzo inútil...Marina, respira su último suspiro apoyada en su cuello.




Una bala perdida, derivada de un atracador que salia de una sucursal bancaria acabó con su sueño...




Daniel, vuelve a fumar una calada sin dejar de observar a las tres maletas. Se puede ver a él mismo cerrándolas y colocandolas en el rincón, con todas las pertenencias de Marina. Jamás habían vuelto a ser abiertas.




En ese mismo instante...todo se paró.




Hasta su corazón. Su brazo sin vida balanceó dejando caer la boquilla del cigarrillo al suelo. Una sonrisa se dibujó en sus labios y se quedo fija en su expresión. Sus parpados ya relajados, se medio cerraron dándole por fin... el descanso a sus agotadas pupilas.

3 Comentarios

Qué bonito relato, Beatriz. Toda una vida evocada en menos tiempo del que tarde en consumirse un cigarro. Y al final, el consuelo.
Saludos

07/06/12 06:06

Ameno relato. Un saludo

07/06/12 08:06

muy bonito y emocionante

08/06/12 03:06

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