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Highlander 3

Ahora que han transcurrido tantos años, no puedo menos que pensar que mi madre hizo lo correcto. En esos tiempos era muy fácil y también muy común que las pobres muchachas de familias humildes que servían en las casas de los señores, se vieran vejadas y maltratadas, porque a nadie le importaban sus sufrimientos. Pero Jane Mc Donald no era una mujer que permitiese ese trato a nadie en su presencia, y menos de alguien de su sangre. Le agradezco mucho que me educase como lo hizo, en el respeto a todo el mundo, y en el comportamiento justo y correcto. No se si soy una buena persona, pero me consta que gracias a las enseñanzas de mi madre, siempre he intentado obrar siguiendo lo que mi conciencia me dictaba. De todos modos, en honor a la verdad he de decir que las amenazas de mi madre y su castigo solo me mantuvieron a raya durante un tiempo; pero poco después, empecé a pensar que si rondaba a otra chica me ganaría otra tunda, pero seguramente mis partes nobles permanecerían a salvo porque ante todo mi madre deseaba un heredero; y no podría darle nunca un nieto si cumplía aquella promesa. Quizá eso fue lo que me dio fuerzas para intentar conquistar a la hija del herrero del pueblo, que era un año mayor que yo, y con la que conseguí retozar en alguna ocasión en el pajar de su padre. Pero como la suerte cambia, y tanto está de nuestro lado, como nos da la espalda, una tarde su padre nos sorprendió y creo que si yo no fuese el Laird no me libraría de unos buenos puñetazos; merecidos, por otra parte. Sin embargo, se limitó a tomar a su hija del brazo y mandarla a casa, y a mirarme con desagrado. Nunca pensé que la cosa fuese a quedar así; sería demasiado sencillo; y no me equivoqué, porque al día siguiente fue al castillo y tuvo una pequeña charla con mi madre. Esta vez no hubo reprimendas, ni correazos, ni nada. Tan sólo me enviaron a Edimburgo, a casa de mi tío Edmund Mc Gregor, hermano de mi madre, y abogado de prestigio. El pretexto era que estaba hecho un salvaje, y necesitaba pulirme un poco; porque sabía mucho de caballos, toros, vacas y gallinas, pero me faltaba mundo; relaciones sociales y sobre todo educación. Así que a los dos días estaba en casa de mi tío, que era un solterón que vivía solo en una inmensa mansión, con varias criadas que parecían ser primas de Matusalén y varios perros.

Los primeros días fueron muy complicados, porque echaba de menos mi casa, el campo, pero sobre todo a mi familia. A mi tío Edmund le conocía muy poco, apenas le había visto tres o cuatro veces en mi vida, a pesar de que era mi padrino. Y sobre todo, no me acostumbraba a vivir encerrado entre cuatro paredes, cuando toda mi vida había transcurrido al aire libre. Pero de todos modos, pronto me di cuenta de que no me quedaría mucho tiempo para pensar en mis desgracias, porque enseguida mi tío me puso a trabajar. Para un escocés no hay peor pecado que el de la desidia y la holgazanería, sobre todo en los jóvenes. Me levantaba al amanecer, y después de desayunar acompañaba a mi tío a su despacho, que estaba al otro lado de la ciudad; y allí permanecíamos hasta bien entrada la tarde. Me enseñó lo necesario para poder hacerle de secretario, y a menudo me mandaba a hacer recados en la corte de Justicia, o a llevar cartas y documentos a otros colegas suyos. Eso me valió para conocer la ciudad a fondo, y confieso que perdí bastante tiempo callejeando y atisbando cosas que eran nuevas para mi. Pero estos recorridos me sirvieron para darme cuenta de que prefería, sin lugar a dudas, la sencilla vida del campo, al aire libre, que la bulliciosa ciudad, con algunas de sus calles malolientes y repletas de gente de todo tipo. Varias veces intentaron robarme, y si me libré fue porque mi estatura y mis puños acabaron por asustar a los ladrones.
Mi vida en Edimburgo era algo monótona, y seguía echando de menos mi casa y a mi familia, pero poco a poco me fui acostumbrando a la rutina que mi tío me impuso, y he de decir que hoy le estoy agradecido, porque con él aprendí lo que es el trabajo intelectual, el estudio; y sobre todo, aprendí a amar el Latín. Como buen jurista, el hermano de mi madre era amante de los latinajos, y los mezclaba en las conversaciones normales, con gran desánimo de quienes le oían. A mi me gustó en cuanto empezó a darme las primeras clases; me parecía tan bueno para la mente como las Matemáticas; algo así como un rompecabezas en donde cada pieza debe encajar en su sitio. Al tío Edmund le debo muchas cosas, que me temo que no supe agradecerle mientras estuve a su lado, porque la juventud es en si misma, egoísta y desagradecida. Nunca me lo dijo; era demasiado pudoroso para eso; pero creo que mi primer encuentro amoroso se lo debo a él; porque no creo en las casualidades. Ignoro lo que mi madre le contó cuando me envío a su lado; pero conociéndola, estoy casi seguro que con pelos y señales le narró todas mis aventuras, o más bien desventuras, en pos del sexo contrario. Una mañana, cuando llevaba en Edimburgo unos cuatro meses, el tío Edmund me dio una dirección con el encargo de llevar unos importantes papeles a la señora Cameron. Me explicó que era muy importante ser amable con ella y cumplir sus menores deseos, porque era su principal clienta. Al parecer la señora, de unos cuarenta años, lo cual a mi entonces me parecía el colmo de la vejez, se había quedado viuda cuatro años atrás, y era mi tío quien se ocupa de la administración de sus bienes y de todos sus asuntos legales. Me dijo que la buena mujer pasaba mucho tiempo sola, y que si me invitaba a tomar un te o a charlar un rato, debía darle conversación, para demostrarle que el sobrino del abogado Mc Gregor podía ser un pueblerino, pero no un gañán.

Con la mayor resignación me encaminé a la casa de la señora Cameron para cumplir el encargo; porque esperaba aburrirme como una ostra, al lado de una señora mayor que seguramente me pediría que le acompase en el rezo del rosario o algo semejante. Me abrió la puerta una criada y me mandó pasar a un pequeño gabinete que se notaba que era el de una dama, porque el papel de las paredes era de tonos rosados, con pequeñas flores, y todos los muebles eran delicados, aunque me temo que poco cómodos. Si esperaba a una señora enlutada y triste, me llevé la sorpresa de mi vida, porque la dama que me tendió la mano era una mujer de mediana estatura, con el pelo muy negro, lo cual hacía que destacase más su piel de alabastro; y apenas unas arrugas en torno a los ojos, que en nada desmerecían su belleza. Vestía de una manera que a pesar de mi ingenuidad, me pareció algo inadecuada para aquellas horas de la mañana. Su escote era tan bajo que me ruborizaba solo de mirarla, y aunque intentaba apartar los ojos, no era capaz de dirigir la vista hacia su cara; porque se me escapaban adonde no debían. Me mandó que me sentase a su lado y le mostrase los papeles. El sofá donde ella se acomodó era bastante pequeño, con lo cual estábamos prácticamente pegados, y ella, como una tía cariñosa, me tomaba la mano, la acariciaba, admiraba mis rizos diciendo que eran un desperdicio en un chico; me decía que si nunca había visto unos ojos tan verdes. En fin, que en mi vida había estado en semejante situación, porque mi cortísima experiencia siempre había sido con muchachas que aunque me sacaban un par de años, en el fondo eran tan inocentes como yo. Me encontraba cada vez más incómodo, pero no sabía como salir de allí sin ofenderla; y sobre todo temía el enfado de mi tío si se enteraba de que no me había portado con ella como un caballero. El caso es que después de tomar te con ella, me pidió que la acompañase a su cuarto, porque al parecer guardaba en su secreter unos documentos que debía llevar a mi tío. La acompañé sin rechistar, y al llegar allí se dejó caer en la cama, y me mandó que fuese a su lado. El resto, cualquiera con imaginación lo entenderá. Solo puedo decir que me alegro de que fuese una mujer con experiencia quien me iniciase en las artes amatorias, porque me ayudó a entender mejor a las mujeres y fue generosa conmigo. La recuerdo con cariño y mi relación con ella, que duró unos cuantos meses, creo que fue agradable para ambos; quizá porque ninguno de nosotros esperaba nada de ella; la señora Cameron simplemente aliviar su soledad, y yo, gozar de la compañía de una mujer hermosa, con la suficiente generosidad como para ser la maestra de un chico, en aquel entonces, muy ignorante. Aunque mi tío nunca hizo ninguna mención a aquel primer encuentro, estoy seguro de que supo perfectamente lo que pasó, e incluso tengo la casi completa seguridad de que orquestó todo el plan con la complicidad de mi primera amante.
Beth06 de mayo de 2010

6 Comentarios

  • Mary

    Beth tengo que decirte que tu forma de relatar me gusta
    mucho, el relato esta muy bien. Va ha haver 4ª parte? es
    que en el final pareciera como si ya terminara ahi, bueno
    yo espero que siga. Besoss.

    06/05/10 11:05

  • Beth

    Si, hay 4º parte. En realidad esto son retazos o retales, que diría mi madre, de una historia que lleva más de cien páginas y en donde se mezclan épocas, la del Levantamiento escocés y la actual. Hay una persona cercana a mi que dice que es una manera más de perder el tiempo, y puede que tenga razón

    07/05/10 10:05

  • Nemo

    Muy bien Beth!... interesante historia y bien contada...
    SIgo a ver que pasa...

    07/05/10 09:05

  • Beth

    Espero que te siga gustando

    07/05/10 09:05

  • Voltereta

    La verdad es que sigue siendo un relato interesante, no ha perdido ni un ápicede calidad la narración, no sabía que fueras tan buena narradora.

    Saludos.

    10/05/10 08:05

  • Beth

    Uffff, me consta que carezco de muchas cosas. Hay situaciones que me cuesta describir, como por ejemplo encuentros amorosos, que padezco de cierta torpeza o timidez, y batallas.

    10/05/10 09:05

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