Cartas de Amor En la Distancia
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Él no le contestó, se limitó a encogerse de hombros, como dándose por vencido y salió de la habitación despacio, con la manera de caminar de un hombre derrotado. Ella se quedó mirándole y siguió manteniendo los brazos cruzados delante del pecho, para protegerse pero también para que las manos dejasen de temblarle. SentÃa frÃo, a pesar de que la calefacción estaba puesta al máximo, y el corazón le pesaba como si de repente hubiese doblado su tamaño y su cuerpo no pudiese ya albergarlo. A pesar de que deseaba ir tras él, abrazarle, se obligó a permanecer allà de pie, en medio de la habitación, quieta como una estatua. Sólo al oÃr cómo se cerraba la puerta y el ruido del ascensor al detenerse en el rellano, se dio cuenta de que a pesar de todo, le era imposible seguir adelante sin él. Sin pararse a pensarlo salió a la escalera, pero el ascensor ya estaba empezando a bajar; asà que no le quedó otro remedio que salvar los tres pisos galopando como un potro salvaje, aún a riesgo de caerse y partirse la cabeza. Llegó sin resuello justo cuando Gabriel abrÃa la puerta de la calle. Ninguno de los dos dijo nada; era innecesario. Se abrazaron en silencio y subieron, esta vez los dos en el ascensor.
Desde entonces las cosas habÃan mejorado, aunque Isabel nunca estaba del todo tranquila y Ana seguÃa siendo para ella una especie de fantasma siniestro y amenazante que la hacÃan dudar de que alguna vez se curase de esa especie de “sÃndrome de Rebeca” que sufren muchas de las segundas mujeres en la vida del hombre que aman, siempre temiendo la comparación, los años que ambos pasaron juntos, la antigua complicidadÂ…Con un enérgico movimiento de hombros se obligó a volver al presente y siguió revisando cajones y armarios en el cuarto de su madre. En una carpeta guardó los documentos importantes que siempre habÃan estado en el primer cajón de la cómoda. Pensó que ella se encargarÃa de llevárselos; ningunos de sus hermanos lo harÃa. Y ella no podÃa consentir que la vida de su madre, cuanto habÃa sido, acabase en el cubo de la basura. Cuando pensaba que ya habÃa terminado, de repente, al tocar uno de los cajones, se abrió una especie de doble fondo y ella introdujo su menuda mano, rebuscando. Lo que encontró la llenó de sorpresa y de zozobra a la vez. Miró con asombro un fajo bastante abultado de cartas unido con un lazo de raso de color violeta, y que desprendÃa un ligero aroma a espliego. Los sobres llevaban el nombre y la dirección de su madre, y estaban escritos con una letra pequeña y algo picuda, de trazo enérgico. Miró el nombre del remitente, que no le sonaba de nada: VÃctor Medina. ¿Quién podÃa ser este hombre que habÃa escrito a su madre tantas cartas y que ella se habÃa molestado en esconder tanto? Pensó en un antiguo amor de juventud, antes de casarse, pero ¿tenÃa sentido que las guardase de esa manera? Más bien tenÃa todos los visos de ser un amor tardÃo, maduro e ilÃcito. PeroÂ…no, Mamá serÃa incapaz de mantener una doble vida; ella se habrÃa dado cuenta. Y desde que podÃa recordar su madre siempre habÃa vivido dedicada a sus hijos y su trabajo como maestra en la pequeña escuela del pueblo. Además, Mamá era la persona que menos encajaba en el perfil de adúltera devoradora de hombres. Si se ponÃa colorada cuando alguien contaba un chiste verdeÂ…
Escondió precipitadamente el fajo de cartas en el bolsillo de su chaqueta cuando oyó que su hermana llegaba, hablando con alguien. Era Blanca, su cuñada, que la saludó con un beso. Siempre se habÃan llevado bien, mejor que con Eulalia. Blanca era franca, de mirada limpia, siempre con la sonrisa en los labios pero también la palabra justa para poner a cada uno en su sitio si era necesario. Mamá la querÃa mucho, se habÃan llevado bien desde el primer momento, desafiando esa ley no escrita que dice que las suegras y las nueras deben estar a la gresca todo el dÃa.
-Veo que ya has empezado-le dijo, dejando el bolso encima de la cama. Mejor, tenemos poco tiempo y los de la inmobiliaria están cada vez más impacientes para que se vacÃe la casa.
-Bueno, no es que haya hecho gran cosa. En cuanto a los muebles, serÃa el momento de pensar qué es lo que cada uno queremos llevarnos. Lo demás, no sé qué podemos hacer.
Eulalia se encogió de hombros con displicencia. Opinaba que todo lo que su madre tenÃa eran meras antiguallas que por nada pondrÃa en su casa. Y asà se lo manifestó a su hermana.
-¿Tú quieres llevarte algo, Blanca?
-Prefiero que escojáis vosotras, o tú Isabel, si Eulalia no quiere nada.
-Pero algo habrá que te guste especialmente.
Ella se entretuvo en doblar chaquetas y faldas y ponerlas luego en la caja destinada al rastrillo de la iglesia, mientras dudaba si hablar. Isabel la animó con la mirada.
-Hay un juego de café, el que vuestra madre guardaba siempre en el aparador del comedor, aquel de florecitas pequeñas y con el filo dorado ¿Sabéis cual os digo?
-SÃ, ese horrible del año de la polka-resumió Eulalia, torciendo el gesto.
-Puede que no te guste pero tiene mucho valor, y más de doscientos años-le rebatió Blanca. Natalia me contó su historia una tarde, creo que la última que pasé con ella antes de que entrase en coma.
Isabel la animó a que lo contase, aunque en su fuero interno se sintió dolida al saber que su madre le habÃa contado una historia familiar a su nuera antes que a ella, que era su hija. Aunque, si querÃa ser honesta consigo mismo, Blanca era una hija más para Mamá, y en su enfermedad cuidó de ella con abnegación, como si fuese de su sangre.
-Parece ser-empezó a contar sin dejar de separar ropa y guardarla en cajas-que el juego de café fue un regalo de bodas de su bisabuela.
-¿Y quién se lo regaló?
-Pues eso es lo curioso; un antiguo amor.
-¿Cómo?
-Natalia me contó que Palmira, ese era el nombre de la bisabuela, estaba destinada desde pequeña, casi desde que nació, a casarse con el hijo de unos vecinos, unos dos años mayor que ella, por tema de unir tierras y esas cosas. Pero cuando tenÃa dieciséis años se enamoró del hijo del médico del pueblo e incluso intentaron fugarse juntos, aunque las familias se dieron cuenta a tiempo y frustraron el intento.
-¿Y él le regaló el juego de café?
-SÃ, su familia estaba invitada a la boda, y él se presentó con ese regalo. Pero lo curioso del caso es que ese chico, que se hizo médico como su padre, la atendió en su primer parto, cuando dio a luz al abuelo de Natalia, y no pudo salvarla.
-No sabÃa que la tatarabuela se habÃa muerto de parto-dijo Eulalia, como al descuido.
-Era de lo más normal en aquellas épocas-atajó Isabel para impedir que su hermana siguiese perorando. Le interesaba la historia. Y entonces, ¿Dices que no pudo hacer nada?
-Nada en absoluto. Y a los dos dÃas apareció ahogado en el rÃo. No se sabe si se suicidó o fue una casualidad que se cayese del caballo en una noche de tormenta cuando volvÃa de atender otro parto. De todos modos, el juego de café era muy importante para Natalia y me gustarÃa tenerlo.
-Por mà no hay problema. Me parece horrible-contestó Eulalia con desprecio.
-Quédatelo, a Mamá le gustarÃa que lo tuvieses tú. Luego seguiremos hablando de los muebles, ahora creo que deberÃamos empezar tú y yo, Blanca, a revisar los demás cuartos mientras Eulalia termina de empaquetar toda esta ropa. Luego iré yo a dejarla a la parroquia.
Cuando las dos cuñadas salÃan hacia el cuarto de al lado, el que habÃa sido de Carlos, a Isabel se le ocurrió que Blanca podrÃa saber algo de esas cartas misteriosas. Pero por precaución decidió no mencionarlas directamente.
-Oye, Blanca, tú fuiste una de las personas que estuvo más tiempo con Mamá en su enfermedad. ¿Te suena para algo el nombre de VÃctor Medina?
-No-contestó ella sin dudar un momento. ¿DeberÃa sonarme? ¿Es algún pariente o amigo de la familia?
-Lo he visto en una de las agendas de Mamá, y pensé que igual te habrÃa hablado de él.
-No, nunca lo mencionó. Quizá fuese un antiguo alumno, ¿no?
-SÃ, puede que si-se apresuró a contestar Isabel. Pero sabÃa que no. No se esconden las cartas de un antiguo alumno.
Beth08 de octubre de 2011
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Endlesslove
amor tardÃo, maduro e ilÃcito... bueno ya veremos, tenemos las cartas.
Seguimos
Un beso Mábel
08/10/11 10:10
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Beth
A la gente que está sola cualquier tipo de amor le suele dar la vida, aunque los demás no lo entiendan. Otro enorme beso para ti, querida Susana y gracias por tu lectura
08/10/11 11:10
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Vocesdelibertad
Será interesante ir desdoblando cada carta!!! quedé un poco desconcertada por la decisión de Isabel al inicio, sin embargo en cosas del amor nadie sabe.
Interesante!!
10/10/11 08:10
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Beth
Isabel es una persona indecisa e insegura precisamente en las cosas del amor
10/10/11 09:10
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Laredacción
A mà también me defraudó Isabel. En fin, seguimos leyendo...
10/10/11 09:10
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Beth
¿Por qué os ha defraudado? ¿Por qué no ha sido capaz de dejar a Gabriel? A veces quien ama mucho soporta lo que a los demás nos parece insoportable, y resulta difÃcil de entender
10/10/11 09:10
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Laredacción
No, si más que el hecho de perdonarle es la forma; tan firme como estaba...Pero sÃ, el amor todo lo puede.
11/10/11 09:10
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Beth
Igual no estaba tan firme como parecÃa. Y solo cuando él se marchó se dio cuenta de que no podÃa perderle. Lo cierto es que yo he conocido a muchas personas totalmente válidas y muy valientes en todos los aspectos de su vida, y en lo tocante al amor, llenas de miedos y contradicciones, y de cobardÃa, ¿por qué no decirlo?
11/10/11 11:10
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Serge
Beth:
Ay amita, luego que Isabel no se este quejando de su desdicha, ya me empezo a caer mal ese Gabriel...
Me encanta Blanca, su forma de ser y su transparencia.
Amita, es ninguno no ningunos.
Un abrazo.
Sergei.
11/10/11 09:10
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Beth
Ains, el escribir rápido. Lo siento. Isabel, pobrecita, siempre arrastrando sus miedos
11/10/11 09:10
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Danae
El misterio sobre Victor Medina va in crescendo. Muy bien desarrollada la narración, sin lugar para el aburrimiento. Sigo leyendo.
25/10/11 05:10
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Beth
Me alegro de que te guste, un honor para mi que me leas
25/10/11 07:10