TusTextos

Cartas de Amor En la Distancia 21

No se dio la vuelta cuando le sintió tras ella, mirando también por la ventana. Notaba perfectamente su respiración, un tanto desacompasada, y su aliento le calentaba la nuca; haciendo que se estremeciese. Pero siguió con los brazos firmemente agarrando sus costados, al punto que le dolían las costillas. Necesitaba abrazarse a sí misma para evitar que el temblequeo constante la delatase; aunque él, que era tan perspicaz, seguro que se había dado cuenta de su desazón.
-Natalia, mírame-le mandó en voz baja.
No le contestó; temía demasiado que su voz la delatase. Siguió mirando tozudamente al frente, sin ver nada en realidad de la plaza; ni siquiera se dio cuenta de que la anciana del perrito se había sentado en el banco, debajo del viejo roble, y se entretenía en acariciar al animal. En ese momento no era capaz de pensar en nada; todo su empeño estaba puesto en mantenerse entera, erguida, calmada dentro de lo posible ante la situación que se había creado entre los dos y que tanto la estaba dañando. Cuando por las noches no lograba conciliar el sueño o cuando despertaba de madrugada, se ponía a pensar y analizar la situación lo más fríamente que podía, y la mayoría de las veces terminaba derramando amargas lágrimas, furiosa con el Destino que la había empujado a enamorarse de una persona cuyo amor le estaba vedado. El reconocimiento de que era un imposible no le impedía darse cuenta de que no estaba en su mano vaciarse de ese sentimiento. Cuantas veces se había hecho el firme propósito, nada más abrir los ojos por la mañana, de olvidarle, de no dirigirle apenas la palabra más allá de la cortesía obligada, cuando le encontrase. Pero a pesar de estos pensamientos tan juiciosos, bastaba oír como por la mañana le daba los buenos días con su voz suave o que la mirase con sus ojos aterciopelados, para que todas aquellas firmes decisiones se cayesen como un castillo de naipes.
-Me duele tanto verte sufrir, pequeña-le dijo Víctor acercándose un poco más a ella pero sin rozarla. Sin embargo, le sentía tan cerca que su calor le quemaba la espalda.
Ella se aferró los costados con más fuerza y sus hombros se movieron, sacudidos por los sollozos. Estaba moqueando vergonzosamente, y no podía separarse de la ventana para coger un pañuelo en su bolso. Él se dio cuenta y le puso en la mano su propio pañuelo.
-Ven, vamos a sentarnos de nuevo. Y deja de llorar o te dolerá luego la cabeza.
Se dejó conducir suavemente por el codo hasta la mesa y se sentó enfrente de él, aunque sin mirarle. Estrujaba el pañuelo en el puño y se miraba obsesivamente las manos, cruzadas sobre la falda.
-Natalia, yo siento lo mismo que tú, y sufro igual que tú.
Esas simples palabras la hicieron reaccionar y se revolvió contra él como un animal herido de muerte que quiere en su último estertor llevarse a su verdugo por delante.
-¿Cómo eres tan caradura de decirme que tú sufres lo mismo que yo? ¿Qué sabrás tú? ¿Sabes lo que es no tener paz ni consuelo, llorar toda la noche hasta dejar la almohada empapada en lágrimas? ¿Sabes lo que es aferrase a esa misma almohada esperando que ocurra un milagro y que se convierta en esa persona a la que quieres más que a tu propia vida? Cállate y déjame en paz. Vete con tu Dios y con tu Iglesia, y con tus malditos votos. Seguro que todo eso te da la felicidad que yo nunca te podré dar. Maldigo el día en que te conocí. No sé qué pecado tan horrible pude cometer en otra vida para que ahora me castiguen de esta manera.
Se detuvo, jadeando como si hubiera hecho una carrera de fondo. Y le miró, boqueando para que el aire pudiese llegar a sus pulmones. Se había puesto pálido y apretaba las manos, estiradas a ambos lados del cuerpo, hasta que los nudillos resaltaban como si fuesen a salirse de su lugar.
Gabriel se detuvo en su lectura; necesitaba refrescarse la boca, que se le había quedado seca; pero también se encontraba emocionalmente exhausto, por la cantidad de información inesperada que estaba intentando asimilar. Había conocido a Natalia cuando era ya una anciana, y la madre de la mujer con la que compartía su vida. Le resultaba difícil verla de otra manera, pero estaba empezando a hacerlo. Estaba descubriendo una mujer que había amado y que por tanto había sufrido y penado por ese amor. Y sobre todo, una mujer que había sido valiente, lo suficiente para encararse a sus deseos, a sus más íntimas ansias y hacerles frente.
-Cariño, ¿comemos?-le preguntó a Isabel. Estoy cansado y hambriento. Luego podemos seguir, si quieres.
Ella no le contestó y por un momento Gabriel pensó que tal vez no le había escuchado. Pero se dio cuenta de que si lo había hecho cuando de manera automática, como si fuese un robot, empezó a disponer los platos en la mesa. Le sirvió un generoso trozo de lasaña y luego se puso para sí misma otro trozo mucho más modesto.
-¿Qué te parece la lectura, Isabel?-se atrevió a preguntarle.
-No lo sé-le contestó sacudiendo la cabeza con incredulidad. Me parece tan poco propio de Mamá comportarse de esa manera tan…
-¿Tan qué?-inquirió Gabriel.
Ella dudó antes de contestar; le resultaba difícil decir en voz alta lo que estaba pensando.
-Pues tan…de buscona-le contestó, mirándole a los ojos.
-No eres justa. Me estás demostrando tener unas ideas preconcebidas propias del siglo XIX. Pero te recuerdo, querida, que estamos en el XXI.
-Eso lo dices porque no es tu madre.
-Eso lo digo porque aunque Natalia fuese tu madre también era una mujer, con sus deseos e insatisfacciones.
Isabel apartó de sí el plato de la comida. Se le había quitado el hambre y la sola visión de la comida le producía náuseas.
-Con lo único que puedo estar de acuerdo con mi madre es con ese sentimiento de impotencia y desazón.
Beth27 de octubre de 2011

8 Comentarios

  • Vocesdelibertad

    Es tan agradable la lectura que no sentí el cambio que le dio Gabriel a la lectura, ahora se siente a la linda Natalia.
    Abrazos, amiga, muchos abrazos

    27/10/11 07:10

  • Beth

    Gracias querida Voces, al final hemos implicado también a Gabriel en la lectura del famoso cuaderno

    27/10/11 07:10

  • Endlesslove

    Reconocía que era un amor imposible pero eso no la llevaba a dejar de sentir intensamente.
    Natalia, mujer con deseos e insatisfacciones.
    Un abrazo

    28/10/11 04:10

  • Beth

    Es que me parece que aunque sepamos seguro que vamos a sufrir y que eso no puede ser, el amor se abre paso y seguimos adelante conscientemente

    28/10/11 11:10

  • Serge

    Beth
    Eso lo digo porque aunque Natalia fuese tu madre también era una mujer, con sus deseos e insatisfacciones.

    Amita mi teclado se ha desconfigurado y no puedo poner comillas ni dos puntos, pero en fin eso es lo de menos. Me encanta la actitud de Gabriel.

    Un gusto leerte.

    Sergei.

    07/11/11 11:11

  • Beth

    Muchas gracias mi querido gatito, no sabes cuanto aprecio tus comentarios. Un beso, Alteza

    07/11/11 11:11

  • Danae

    Bueno, ya está Gabriel empezando a caerme mejor, a pesar de sus idas y venidas que tanto desazón provocan en Isabel ... Bien por él ...

    30/11/11 09:11

  • Beth

    Es que claro, Natalia no es su madre y puede ver las cosas con más objetividad

    30/11/11 09:11

Más de Beth

Chat