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Cartas de Amor En la Distancia 29

-Seguro que si le gustas, pero quizá no sabe cómo decírtelo-le contestó Isabel, conciliadora.
-No, no le gusto, pero a mi ella tampoco me gusta-respondió, tercamente. Tú me gustas-le anunció, sonriendo por primera vez.
-Gracias. Tú a mí también me gustas.
A su pesar, se sentía emocionada, por más que se dijese a sí misma que debía de estar muy falta de cariño cuando le afectaba la opinión de niña pequeña a la que no conocía de nada. Pero de todas maneras, se sintió todavía más sola y perdida cuando Aroa tuvo que marcharse ante la llamada impaciente de su padre, que miraba hacia el parque con aire desconfiado. Era el colmo, pensaba Isabel, que no se preocupase de su hija para nada y de repente le entrase el pánico al verla hablar con una desconocida. A regañadientes ella también se levantó para irse; hacía frío y además estaba viendo cómo se acercaban al coche la Tía Esther y Gabriel.
Al día siguiente se marcharon a la ciudad; el lunes los dos tenían que trabajar. Lo primero que hizo Isabel al llegar a su casa fue sacar el diario del bolso de viaje y ponerlo encima de su mesilla de noche. Leerían un poco más antes de acostarse. Y aunque tenía pensado irse temprano a la cama, sus planes se vinieron abajo cuando su hermano Carlos la llamó para decirle que él y Blanca estaban cerca de su casa y que llevarían algo para cenar si a ella le parecía bien. No tuvo corazón para decirle que quería acostarse, así que en lugar de ponerse el pijama cuando salió de la ducha, hizo el sacrificio de volver a vestirse y dispuso la mesa para cuatro. A las ocho en punto Carlos tocó a la puerta, con la cena. Después de los saludos de rigor, cuando ya estaban cenando Isabel trató de desviar la conversación hacia donde le interesaba, a pesar de las miradas de advertencia de Gabriel.
-Carlos, ¿tú te acuerdas de un cura que hubo en el pueblo, creo que poco antes de que yo naciera? Me parece que su nombre era Víctor Medina.
Su hermano asintió, mientras se servía más vino. Al parecer no estaba al tanto de la verdadera relación que había mantenido con su madre, o en caso contrario era un excelente actor, porque ni se inmutó.
-Sí, claro que me acuerdo. El Padre Víctor. A él le debo haber aprobado el latín.
-¿Ah sí?-preguntó ella como al descuido. No quería parecer demasiado interesada para que su hermano se sintiese libre de hablar sin cortapisas.
-Se me daba fatal, pero como se llevaba muy bien con Mamá se ofreció a ayudarme y recuerdo que iba a la iglesia tres veces por semana, al salir de clase, y me explicaba los insondables misterios de las declinaciones.
-Entonces era simpático.
Carlos se encogió de hombros, como sorprendido por tanto interés por un cura de que no habían sabido nada en tanto tiempo.
-Pues, no sé. Yo no diría que simpático precisamente o al menos yo no lo recuerdo así. Era un buen hombre, muy preocupado siempre por lo demás, muy serio y como reconcentrado en sí mismo. En aquellos tiempos no me daba cuenta porque era un crío y no estaba pendiente de esas cosas, pero hoy, con la distancia que me da el tiempo, pienso que era un hombre doliente.
Isabel se quedó mirándole con la boca abierta de asombro. Su hermano no solía hablar de esa manera, ni era tampoco demasiado observador, más bien el eterno despistado que nunca se enteraba de nada.
-¿Cómo que doliente? ¿Acaso estaba enfermo?
-No, al menos que yo sepa. Lo que quiero decir-trató de explicar, entre confuso y avergonzado-es que parecía que estaba como consumido por un fuego interior, por alguna pena que le desbordaba. No sé, no me hagas mucho caso-terminó, medio confundido del rumbo que había tomado la conversación, y algo enfadado consigo mismo porque se había embarcado en unas explicaciones que no pensaba dar.
-Sí, entiendo más o menos lo que quieres decir. ¿Y con Mamá se llevaba bien?
-¿Es que Mamá se llevaba mal con alguien? Sí, claro que se llevaban bien. Supongo, además, que pasaban juntos bastante tiempo; la iglesia está al lado de la escuela y creo recordar que entonces las clases de religión las daba el cura. Era inevitable que se viesen a menudo.
-¿Y él iba por casa?
-¿Si iba a nuestra casa? Pues no, al menos que yo recuerde. Pero, este interés por ese cura, que debe de estar hecho un vejestorio si no se ha muerto ya, ¿a qué se debe?
Isabel se tocó el pelo y se lo recolocó detrás de las orejas, como siempre que estaba nerviosa.
-Ah, no, por nada especial. Es que hace unos días fui a la parroquia a dejar ropa y cosas de Mamá y una señora mayor que andaba trasteando por allí me habló de él muy elogiosamente. Por eso te pregunto.
-Bueno, pues poco más te puedo yo contar. A nuestra casa nunca iba, aunque ahora que recuerdo, creo que Papá y él tuvieron una bronca bastante importante. Y no me preguntes por qué-la detuvo con un gesto-porque no lo sé.
Cuando ya se hubieron ido Carlos y Blanca, ya en la cama, Isabel fue quien empezó a leer en voz alta ese diario que se había convertido en su pesadilla.
"Hablar con Esther siempre me ayudaba a sentirme mejor y a ver las cosas con más claridad, pero en esta ocasión ni eso me sirvió. El lunes volví a la vida cotidiana y hasta última hora de la tarde no me encontré con Víctor. Me daba la sensación desde hacía unos días que me estaba rehuyendo; aunque puede ser que estuviese más ocupado que de costumbre. De todos modos, ahora no le quedaba más remedio que traerme los ejercicios de los chicos, corregidos durante el fin de semana. Tocó a la puerta de mi clase de la manera habitual en que lo hacía, con dos toques largos y uno corto. Nada más saber que era él, el corazón me empezó a latir de una manera desbocada y me llevé la mano al pecho en una absurda manera de ponerle freno. Entró sin esperar a que yo le mandase pasar, y desde el quicio de la puerta me sonrió.
-Aquí tienes las correcciones de los chicos.
-¿Qué tal?
-De doctrina, malamente, y de ortografía, regular…
Me encogí de hombros; muchos de ellos eran un caso perdido; pero de todas maneras había que seguir intentándolo. Nos miramos a los ojos al tiempo que cada uno se sentaba enfrente del otro. No nos tocábamos; la distancia entre los dos era lo suficientemente grande como para que cualquiera que entrase por sorpresa en la clase no viese nada digno de crítica. Pero, no sé cómo, habíamos aprendido a acariciarnos con la mirada y eso fue lo que empezamos a hacer en ese mismo instante; al mismo tiempo que él entornaba ligeramente los ojos para mirarme. Esa era siempre la señal, sin que ninguno de los dos la hubiese establecido. Era una especie de acuerdo tácito al que los dos habíamos llegado. Ambos permanecíamos callados; simplemente devorándonos con los ojos, alimentándonos mutuamente del alma del otro. No sé cuánto tiempo pasamos amándonos de la única manera en que podíamos hacerlo; pero si puedo decir que nunca había querido con tanta intensidad. Esos encuentros me dejaban, a partes iguales; satisfecha; pero anhelante de tener más. Y esto me hacía padecer. Sé que él también sufría, pero nunca lo manifestaba y esto me hacía pensar, en mis peores momentos, que yo no le importaba tanto como él a mí. De hecho, cuando no podíamos vernos a solas yo me sentía morir; él sin embargo nunca se quejaba. Siempre aceptaba lo que cada día nos tuviese destinado sin decir una palabra en contra. Y tanta conformidad me desesperaba. Yo era mucho más rebelde, más caprichosa y desde luego menos conformista. Yo era la eterna descontenta que siempre quería más; y él era el santo varón que sufría en silencio."




Beth09 de noviembre de 2011

6 Comentarios

  • Endlesslove

    Me encantan esas caricias con los ojos, siento debilidad por ellos, literalmente se puede devorar con una mirada y si es llena de amor se siente en la gloria. Me gusta su acuerdo tácito para amarse de la única manera que tenían. Estoy embobada leyendo.
    Un abrazo

    15/11/11 02:11

  • Beth

    Muchas gracias Susana, por tu lectura y comentarios

    15/11/11 02:11

  • Laredacción

    ¿Santo varón?..No sé yo qué decirte...jeje

    16/11/11 12:11

  • Beth

    Natalia es como su creadora, la que sucribe, una mujer muy caústica, querido Esteban. Le viene de fábrica, digamos

    16/11/11 12:11

  • Serge

    Beth:
    Esa bronca que menciono Carlos, seguro fue por la situación que estaban atravesando Natalia y Víctor; eso quiere decir que Leandro sabia lo de ellos.
    Isabel se pasa...

    Un gusto leerte, amita.

    Sergei.

    18/11/11 04:11

  • Beth

    Isabel es muy impaciente, me temo que le he transmitido algunos defectos de mi propio carácter, sin quererlo

    18/11/11 10:11

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