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Cartas de Amor En la Distancia 33

Cuando Isabel terminó de recoger la cocina y hubo limpiado con esmero cada centímetro de la encimera e incluso fregado el suelo, ya no le quedaban pretextos para no acostarse. Pero el problema era que no quería hacerlo. Sabía que sería incapaz de conciliar el sueño, y la noche nunca era buena consejera. Ahora era cuando echaba de menos a Mamá. Cuando en el pasado la asaltaban estas dudas, la llamaba por teléfono, y ella siempre estaba al otro lado, dando ánimos, regañando, poniendo parches a las heridas. Ahora estaba sola; su cordón umbilical se había roto y no sabía a qué tabla agarrarse en este naufragio. Antes de irse a la cama abrió la caja de las cartas de Víctor Medina. Cogió en su mano la siguiente carta, cronológicamente hablando, y la sopesó largo rato, intentando al tocar aquel papel que él había tocado, que algo de su espíritu y sus pensamientos de entonces la hiciesen entender mejor. Ella quería comprenderlo, pero sus más íntimas convicciones se lo dificultaban. La abrió, rogando que se encontrase algo que le hiciese conservar la fe en sus semejantes.

"Alma mía:
No has contestado a mi carta y no te lo puedo reprochar; porque solo el habértela escrito demuestra mi tremendo egoísmo al no ser capaz de darte lo que es tuyo por derecho y lo que mereces, pero al mismo tiempo, no poder renunciar a ti. Ya sé que esto se escapa de todas las leyes de la Lógica e incluso de la Moral; y me siento el ser más vil de la humanidad. Pero quiero que entiendas que aunque he suplicado de todas las maneras posibles, no soy capaz de olvidarte. No te pido nada porque nada te puedo dar a cambio, solo la certeza de que eres la única mujer en el mundo que me ha hecho dudar de mi fe y de mis convicciones. Y que ahora mismo daría mi vida si supiese que eso ha de traerte a ti la paz y la felicidad. Dime que no quieres volver a verme y pediré al arzobispado que me trasladen a otra parroquia, pero por favor, dímelo mirándome a los ojos.
Tu Víctor."


Esta última carta que había leído le rondó en la cabeza a Isabel durante todo el día siguiente, y mientras trabajaba iba recordando las breves frases del cura. ¿Cómo se habría tomado Mamá la misiva? Estaba deseando que se acabase la jornada para retomar la lectura del diario y tratar de comprender esa extraña relación entre dos personas que al parecer se amaban mucho pero que nunca podrían estar juntas. Por un momento, mientras comía un bocadillo en su despacho a la hora del almuerzo, para adelantar trabajo y salir luego más temprano, se preguntó si esta historia de Mamá y del cura no tendría algunos puntos en común con la suya propia. Y llegó a la conclusión de que, salvando las distancias, algo parecido podría haber. Al fin y al cabo, tanto su madre como ella se enfrentaban a personas o situaciones que rivalizaban por su amor. En el caso de Natalia era un ente impersonal, la Iglesia, con todo lo que eso conllevaba, y en el suyo era la sombra permanente de una primera mujer en la vida de Gabriel y la influencia que todavía ejercía sobre él.
Mientras recogía de la mesa los restos de su parco almuerzo y se encaminaba al baño para cepillarse los dientes, pensó que las dos habían tenido muy mala suerte para, entre todos los hombres del mundo, enamorarse de los menos apropiados. Ya de vuelta al despacho, empezó a disponer delante de si los papeles que tenía que revisar, y cuando Cristina, su secretaria, entró con otro montón de balances y cuentas de resultados, se sacó las gafas y se frotó el caballete de la nariz en un vano intento de aliviar la molestia que éstas le causaban.
-Se te ve cansada-le dijo Cristina, que la conocía muy bien; llevaban trabajando juntas diez años.
-¿Tanto se nota?
-Yo lo noto; pero bueno, no todo el mundo te conoce tan bien como yo. ¿Por qué no te vas antes hoy?
-Sí, pensaba hacerlo, aunque a la vista de todo esto que me traes, ya no sé si podré.
La secretaria se encogió de hombros. Trabajaba en la empresa desde hacía mucho tiempo y les conocía a todos muy bien, pero su lealtad siempre estaba con su jefa, con Isabel, que durante el tiempo que llevaban juntas le había demostrado con creces que era una persona íntegra, honesta y sobre todo con una bondad innata que la mantenía al margen de las peleas normales por escalar puestos en la firma y en el camino derribar al de al lado para llegar antes. Isabel no era así y siempre se había mantenido apartada de las luchas por el poder. Y quizá por eso mismo ahora ocupaba un puesto importante, solo por debajo del jefe supremo, Álvaro Muñoz, que sentía por ella un cariño paternal y sin límites. Todos decían que cuando él se jubilase, lo cual no quedaba tan lejos, Isabel ocuparía su puesto.
-No hay nada que tenga una prisa excesiva, excepto el balance de la empresa de Maite. Ya sabes que está pendiente de pedir una ampliación al banco de su póliza de crédito y necesita que se revise el estado de sus cuentas para presentarle al director. Ya lo ha hecho Felipe, pero como me has dicho que tú querías revisarlo antes de que se lo entregue…
-Sí, claro-alargó la mano para tomar los documentos que Cristina le daba. Maite se juega mucho en esa operación y si le falla podría perderlo todo. Lleva con nosotros toda la vida y lo menos que puedo hacer es poner todo mi empeño en que las cosas le salgan bien. Se lo merece.
-Pobrecilla, lo que ha pasado con su marido cuando la dejó en la estacada después de la mala gestión que hizo con la sala de exposiciones que ella le montó.
-No sería porque yo personalmente no le aconsejase mil veces que no invirtiese su dinero en esa majadería. ¿Tú crees que alguien con sentido común compraría esas porquerías de cuadros?
-Los modernos te llamarían inculta. Pero la verdad es que cuando fui a la primera de las exposiciones, por curiosidad, más que nada, me quedé horrorizada-convino Cristina.
-Me da igual lo que me llamen. A mí me encanta el arte, pero esto es otra cosa, no sé en realidad como llamarlo; tomadura de pelo me parece el nombre que mejor le va.
Las dos se echaron a reír al unísono. Con poca gente Isabel era tan clara al hablar, quizá porque le faltaba confianza en sí misma y siempre le daba algo de miedo cómo la pudiesen juzgar los demás. Pero con Cristina mantenía una relación de amistad que iba más allá del trabajo. Cuando tuvo problemas con su hijo mayor ella fue la persona que estuvo a su lado; incluso más que su propio marido. De repente, sintió la necesidad de confiarle la decisión que había tomado con respecto a la casa de su madre.
-¿Sabes? Creo que voy a proponerles a mis hermanos que me vendan su parte de la casa de nuestra madre.
-¿Y querrán hacerlo?
-Me imagino que sí, después de todo, lo que ellos quieren es deshacerse de responsabilidades y un buen dinero. Da igual que se la quede un desconocido o yo.
-Me parece buena idea. De un tiempo a esta parte me daba la impresión de que te dolía desprenderte de la casa. Siempre ponías pretextos para posponer el momento de sacar las cosas de tu madre.
-Sí, es verdad. Pero sobre todo porque ha sido muy doloroso hurgar entre sus cosas, disponer su ropa y sus objetos personales. Es algo así como aceptar que de una vez por todas se ha ido.
Cristina asintió en silencio; la entendía perfectamente, ya que ella también había perdido a su padre dos años atrás y había sentido el mismo vacío. Iba a decir algo para intentar consolarla, pero llamaron a la puerta y se apresuró, ya que estaba de pie, a abrir. Era Maite Molina, la empresaria de la que precisamente estaban hablando. La secretaria se retiró discretamente y las dejó a solas. Maite era una mujer de unos cincuenta años, alta y fuerte, con un rostro no carente de belleza aunque chocaba por sus facciones duras; con una nariz un tanto prominente y el mentón pronunciado y sólido que hablaba de fuertes convicciones y carácter. Se dieron un abrazo e Isabel pidió por el interfono que les trajesen un café.
-Si vienes a llevarte las cuentas para el banco, me falta revisarlas personalmente, pero están ya preparadas.
-No, no hay prisa hasta dentro de dos días; en realidad venía a verte y a charlar un poco, porque acabo de salir de una reunión con mi abogado, que ya sabes que tiene el despacho en el edificio de la esquina.
-¿Una reunión? Para lo que me imagino, supongo.
Maite asintió con tristeza. No se sentía con demasiadas ganas de hablar del proceso de divorcio que había emprendido contra su segundo marido, el sinvergüenza que le había estafado un par de millones para un estúpido proyecto, supuestamente artístico. Ya se había convencido de que a pesar de toda su inteligencia para los negocios, con los hombres era un desastre. El primero y padre de su hija se había largado con su mejor amiga, con lo cual se sintió doblemente traicionada, y el segundo le había sacado todo el dinero que pudo y se había reído de ella.
-Bien, pues alégrate de haber tenido la fuerza para hacerle frente a la situación. Ahora tienes que mirar hacia delante y no dejarte caer en la tristeza. La vida sigue, aunque nosotros no queramos.
Se quedaron calladas mientras la chica que atendía la recepción les sirvió el café; y después de saborearlo en silencio, fue Maite la que habló.
-Es curioso, pero ese mismo consejo, tan sabio por otra parte, me lo han dado hace dos días.
-¿Quién, si puede saberse? Seguro que fue una mujer.
-Nada de eso. Fue mi tío Víctor, el hermano de mi madre. Fui a verle a la residencia de ancianos donde está pasando sus últimos días; y esas fueron sus palabras exactas.
-Pues debe de ser un hombre muy especial tu tío; porque estas cosas siempre son más propias de mujeres. Los hombres, y sobre todo los de cierta edad, ya se sabe…
-Bueno, mi tío es un hombre, pero algo especial. Es cura, es decir, ha sido cura; ahora es un pobre anciano con el corazón tan débil que apenas puede hablar sin fatigarse. Y ahora que recuerdo; me parece que fue el sacerdote de tu pueblo, es decir, de donde está esa casa que os ha dejado en herencia vuestra madre. Sí, estoy segura-se detuvo, mirando a Isabel fijamente. ¿Qué te pasa? Te has puesto pálida. Dime, ¿te encuentras mal?
Beth24 de noviembre de 2011

4 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    "había demostrado con creces que era una persona íntegra, honesta y sobre todo con una bondad innata que la mantenía al margen de las peleas normales por escalar puestos en la firma y en el camino derribar al de al lado para llegar antes. Isabel no era así y siempre se había mantenido apartada de las luchas por el poder".

    Isabel se ha quedado de una pieza. Como se ve que el destino quiere contarle la verdad de su madre.
    Me has dejado emocionado con este capítulo. Imagino las escenas de las telenovelas cuando acaban con algo interesante. Sólo falta la música jejejeje...

    Me encanta la integridad de Isabel en el trabajo.

    Un gusto leerte, amita querida.

    Sergei.

    25/11/11 12:11

  • Beth

    Anda, gatito, a ver si me voy a parecer a esta señora...Delia Fiallo, creo que se llamaba, que hacía los culebrones esos que duraban mil episodios...Creo que mi imaginación no da para tanto. Un abrazo

    25/11/11 10:11

  • Laredaccin

    El mundo es un pañuelo...

    28/11/11 11:11

  • Beth

    Si, ¿verdad? Licencias de la Literatura, algo tenía que hacer para sacudirle el muermo a la niña. Pero bueno...las casualidades existen, ¿no?

    28/11/11 11:11

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