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Cartas de Amor En la Distancia 37

"El agradable roce de una bola peluda en mis tobillos me sacó de mis ensoñaciones y recuerdos. Sonreí al ver a Caramelo, uno de los gatos de Víctor. Creo que fue al único al que yo no tuve que ponerle nombre; ya lo tenía. Tampoco era complicado, dado su color. Pero lo más destacado y que a todo el mundo llamaba la atención era el tamaño. Se trataba de un gato cuya masa corporal rayaba en lo descomunal, y por lo tanto se movía de manera lánguida y majestuosa, sin dignarse siquiera a volver la cabeza; no sé si por orgullo gatuno, por pereza o por lo mucho que le costaba moverse. Sólo andaba avispado cuando se trataba de comer. Le acaricié por debajo de la garganta, como sabía que a él le gustaba, y de inmediato empezó a ronronear como el motor renqueante de un viejo coche. Se me acercó más a las piernas, señal de que me daba permiso para que le tomase en brazos; y así lo hice.
-Parece que inviertes todo tu sueldo de ministro del Señor en alimentar al gato y no dejas nada para ti-le acusé. Cada vez le veía más flaco; era como si le estuviese consumiendo un fuego interno.
Pero no hizo caso de mis pullas y se limitó a sonreírme con aire cándido. Permanecimos callados; mirándonos a los ojos, acariciándonos suavemente con cada aleteo de pestañas. Y yo empecé a masajear rítmicamente el lomo de Caramelo; sabía sobradamente que cada una de estas caricias las estaba sintiendo su amo como si mis manos estuviesen tocando su pelo, su cara, su cuello. Besé al gato en la cabeza y sé que él sintió ese beso, porque cerró los ojos con deleite y me sonrió. No sé cuánto tiempo permanecimos así; pero debió de ser bastante, porque hasta el paciente Caramelo se cansó y de un salto pasó de mi regazo al suelo. Ambos nos levantamos al unísono cuando el gato me abandonó y nos miramos sorprendidos, como saliendo de un trance. Ya había anochecido y continuábamos con las luces apagadas.
-Tengo que marcharme-le anuncié; pero sin moverme.
-Sí, es tarde ya-acordó él; pero sin moverse tampoco.
Extendió sus manos y tomó en ellas las mías, mucho más pequeñas. Yo siempre tenía las manos heladas; en invierno y en verano, y su suave masaje me hizo entrar en calor. Antes de soltarme se las llevó a los labios y yo me fui sin decir nada y sin que él me detuviese. Y de camino a casa, mientras conducía por la carretera rural llena de baches, las lágrimas me impedían ver bien, al punto que me vi obligada a detenerme al lado de la cerca que llevaba hasta mi casa, para limpiarme la cara e intentar serenarme antes de enfrentar a los miembros de mi familia."



Isabel ya estaba dormida cuando llegó Gabriel. De hecho, se había quedado dormida con el cuaderno de su madre en la mano y él se lo tuvo que retirar. A la mañana siguiente, mientras iba de camino a la oficina, fue recordando lo último que había leído. Sonrió al recordar el episodio de los animales, porque a Mamá siempre le habían gustado mucho, sobre todo los gatos. Ella recordaba especialmente a una gata esbelta y sinuosa, de color grisáceo, a la que Mamá bautizó como Lulú, y que acostumbraba a colarse en la sala para aposentarse en la librería. Mamá le llamaba “la catedrática” y decía que prefería quedarse sin comida para estar al lado de los libros. En una ocasión en que comentaba el hecho con una amiga que estudiaba Veterinaria; ésta le comentó que a los gatos les solía gustar el olor de la tinta. Sería eso, aunque era el único caso que conocía. Pero lo que más ilusión le había hecho era leer más sobre la abuela Carmen. ¡Qué gran personaje era su abuela! Isabel la recordaba esperándola en la puerta de la casa cuando volvía con su madre del colegio. Aunque era adusta y seria con casi todo el mundo y solía hacer gala de un mal humor legendario, con ella era muy dulce siempre, y recordaba sobre todo los cuentos antes de dormirse cuando la abuela pasaba temporadas en casa, o cuando era ella quien la visitaba en aquella casita pequeña, donde tenía una habitación que era como el camarote de un barco; pero que no tenía que compartir con Eulalia. La abuela le había hecho el mejor regalo de su vida cuando la llevó al desván de la casita y le dijo que aquellas paredes pintadas de blanco eran suyas, para hacer lo que quisiera con ellas. Y al día siguiente su abuela le colocó un mandilón blanco que había sido de su madre y que le quedaba grande y le dio un pincel y varios botes de pintura. Estuvo pintando el día entero, y al siguiente y al otro. Todavía las pinturas estaban en el mismo sitio cuando la casa se vendió al morir la abuela. Y a ella le dolía el alma desprenderse de aquellos animalitos defectuosos a los que ni se reconocía; y de las casas torcidas y los árboles pintados de rojo y amarillo, porque eran sus colores preferidos. Su dolor se alivió cuando descubrió que los nuevos propietarios tenían un niño de cinco años que hizo del desván su zona de juegos, encantado con aquellos dibujos coloridos y alegres.
Llegó temprano a la oficina; aunque por más temprano que llegase, Cristina siempre se le adelantaba.
-Buenos días-la saludó cuando colgaba su abrigo en el perchero de su despacho. Sinceramente, creo que duermes aquí para fastidiarme y llegar siempre la primera.
-No sería mala idea, tal vez sea la única manera de librarme de los ronquidos de ese hombre nefando que duerme conmigo. Siempre le digo que si cenase algo más ligero roncaría menos; pero si quieres arroz Catalina.
Ella se echó a reír y se sentó tras su mesa dispuesta a encender el ordenador. Le pidió a Cristina un café con leche y mientras tanto ella empezó a revisar su correo. Le asombró ver un mail de Maite. Le había dado el día anterior los balances y sabía que hoy tenía que llevarlos al director del banco. ¿Habría pasado algo? Dio un respingo en su sillón cuando leyó lo que le pedía.
"Querida Isa:
Lamento mucho molestarte, pero de verdad que no me queda más remedio. ¿Recuerdas que te hablé de mi tío Víctor? Resulta que tengo que llevarle sin falta unos documentos que necesita y no puedo hacerlo porque estaré liadísima con las cosas del banco intentando que me renueven la póliza. Sabes lo importante que es para mí. Cuestión de vida o muerte. Así que me he permitido mandarte ayer los documentos con un mensajero para que este fin de semana cuando vayas a la casa del pueblo se los alcances a mi tío. No te llevará apenas tiempo; su residencia queda a pocos kilómetros de tu casa. Los tiene que firmar y luego tú me los devuelves el lunes. ¿Harás eso por mí? Por favor, sé buena que no te costará mucho.
Un beso
Maite"
Beth21 de diciembre de 2011

5 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    Ay, amita,el destino esta moviendo los hilos a favor de Isa. Qué pasara cuando lo tenga en frente, cómo se sentira cerca del hombre clandestino que amo su madre.

    "En una ocasión en que comentaba el hecho con una amiga que estudiaba Veterinaria; ésta le comentó que a los gatos les solía gustar el olor de la tinta".

    He quedado fascinado con este capítulo, caramelo y catedrática me caen muy bien.

    Sergei.

    21/12/11 06:12

  • Beth

    Son reales, caramelo y catedrática, los dos. He estado con ellos este fin de semana y son así tal y como les describo: uno llenándose la tripa a todas horas y la otra que prefiere pasar sin comer por estar en la biblioteca encaramada en los estantes de los libros

    21/12/11 07:12

  • Beth

    Lo mismo te deseo, Democles, uno de mis primeros y admirados amigos en este lugar. Que este año que comienza se cumplan todos tus sueños y que no te olvides de los muchos amigos que aquí tienes. Un enorme abrazo

    21/12/11 11:12

  • Laredacción

    Me ha gustado mucho el momento con Caramelo.
    ¡Vaya!, se precipitan los acontecimientos...
    Un beso.

    22/12/11 10:12

  • Beth

    Caramelo existe de verdad, que conste, y es así, enormeeeeeeeeee y glotón. Y Lulu también existe, y vive dentro de la biblioteca cuando su amo se lo permite, claro.

    Un beso también para ti, Esteban y Feliz Navidad

    22/12/11 10:12

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