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Cartas de Amor En la Distancia 8

Isabel recordaba ahora, de vuelta en su cuarto, cómo no había sabido que contestarle a Mamá. Puede que tuviese razón y estas necesidades suyas debiera habérselas planteado en su momento a Gabriel. Pero no lo hizo y él tampoco se había dado cuenta. Mientras se duchaba y luego al vestirse con unos desgastados vaqueros y un jersey de algodón recordó aquel extraño fin de semana, que había pasado llorando y riendo con su madre. Llorando porque estaba haciendo lo más difícil que nunca había hecho, y riendo porque era imposible a veces no hacerlo con las salidas de tono de su madre, siempre dichas de aquel modo suave y un tanto inocente que todavía las hacían parecer más cáusticas. Cuando el lunes temprano tocó a la puerta del cuarto de su madre, ella ya estaba despierta, aunque todavía yacía incorporada en la cama, con su eterna agenda de tapas rojas en la mano. Mamá era la reina de las listas; todo lo anotaba, aunque luego, a la hora de la verdad, se fiaba de su buena memoria y no miraba nunca las notas.
-Me marcho Mamá. Gracias por acogerme en tu casa en este fin de semana tan complicado.
Natalia se quitó las gafas y las dejó despacio en la mesita de noche, al lado del libro que había estado leyendo.
-Gracias por nada hija; y esta es tu casa, adonde siempre puedes volver a lamerte las heridas. La casa de una madre siempre es la de sus hijos también.
Isabel asintió mientras la abrazaba; estaba algo emocionada y no quería llorar delante de su madre. Por un instante sintió miedo al abrazarla, porque la notó muy frágil, incluso temblorosa. Su madre había adelgazado; se daba cuenta ahora al abrazarla. Y cuando la vio de cerca, a la luz de la lamparita de noche, descubrió en su boca un rictus de vulnerabilidad que antes no estaba. Se le encogió el corazón ante la certeza que le estaba llegando. Mamá envejecía, se volvía débil, y lo peor de todo, se sentía sola, aunque no dijese nada.
-Mamá-le preguntó ya desde el quicio de la puerta, porque le resultaba más fácil que estando a su lado. ¿Te sientes sola desde la muerte de Papá?
Natalia se quedó mirándola sorprendida, como una niña pillada en falta mientras hacía una travesura. Tragó saliva y después de dudar algo, respondió con voz pausada.
-No, hija, llevo sola mucho tiempo, quizá treinta y cinco años. La muerte de Papá no ha cambiado nada.
Y mientras, ya vestida, Isabel se encaminaba a la habitación de su madre para seguir revisando entre sus cosas, recordó que precisamente el año pasado, cuando tuvo lugar esa conversación, ella tenía treinta y cinco años o estaba a punto de cumplirlos. ¿Era una mera casualidad? Seguramente, pero no pudo evitar sentir un estremecimiento que la llenó de zozobra. ¿Qué había en la vida de Mamá y que ellos nunca supieron que la hacía tener ese aire de melancolía?
Se sentó en la cama de su madre y acarició la colcha. Era la misma que a ella le gustaba tanto cuando era pequeña. En la casa de Mamá nunca cambiaba nada. Los visillos y las cortinas también eran los mismos de siempre, y cuando los separó para enfrentarse al día gris tras los cristales, creyó de nuevo volver al tacto materno, a su olor, a su calor y su cariño. Los ojos se le llenaron de lágrimas, que limpió enfadada consigo misma por ser tan blanda. A este paso nunca terminaría la labor que se había marcado. Todavía llevaba encima aquel camafeo con su propia foto y la de ese hombre extraño que ella no conocía pero que le resultaba familiar de alguna manera. Ya había decidido durante su estancia de madrugada en la cocina que si no sacaba nada en limpio revolviendo cajones, le preguntaría a su tía Esther quien podía ser el hombre de la foto. En realidad no era su tía de sangre, porque Mamá no tenía hermanos, pero habían sido compañeras de estudios primero, y de trabajo después y para los tres hermanos siempre había sido la Tía Esther. Ella sabría decirle algo, estaba segura.
Empezó por lo más doloroso, que eran los zapatos. Mamá tenía muchos, porque sentía pasión por los zapatos y horror por deshacerse de cosas, así que había una variada colección de zapatos, desde los años cincuenta hasta la actualidad. Había desde los preciosos zapatos estilo salón con tacón de aguja y muchos de ellos con bolso a juego, hasta las ordinarieces tan de moda en los setenta, con enormes plataformas, y que hacían que las piernas gruesas pareciesen troncos. Afortunadamente Mamá era muy menuda y sus piernas delgadas e incluso con aquellos horribles zapatones podía mantener un aspecto medianamente distinguido. ¿Qué hacer con todo eso? Calzaban el mismo número, así que algunos de ellos, sobre todo los de los años cincuenta y sesenta, sobr todo algún precioso modelo bicolor, se los quedaría ella. Eulalia y Blanca tenían los pies mucho más grandes y no podían aprovecharlos.

Después de separar los que quería quedarse y empezar a guardar los demás en cajas, abrió los cajones de la cómoda y en los más pequeños de la parte superior se encontró con las cosas más variopintas. Había agendas de treinta años atrás en donde Mamá había anotado las vacunas de los hijos y de los perros, sin dar más importancia a unos que a otros, las visitas al dentista, los horarios de exámenes…Toda la vida personal y profesional de su madre estaba anotada con su letra, pulcra y pequeña, en aquellas páginas rayadas. Ella las había guardado todo ese tiempo e Isabel no tuvo el valor de tirarlas a la basura, le parecía un pecado; así que las apartó y se hizo el propósito de preguntar a sus hermanos si querían quedarse con alguna de ellas, aunque estimaba que no lo desearían. También guardó el reloj enorme y pasado de moda que había sido de su abuelo y que Mamá llevaba siempre en su bolso, así como los primeros mechones de pelo que había cortado a cada uno de sus hijos. Había llaves que nadie sabía qué podían abrir y cuentas de collares que ya no existían y que a saber por qué motivo ella había conservado. Se encontró también con listines telefónicos de veinte años atrás, con los que no sabía qué hacer. De momento se entretuvo leyendo los nombres y apellidos de algunos conocidos que ya se habían muerto.
Y después de poner orden en esos desastrosos cajones y separar lo que iría al cubo de la basura de las cosas que estaban destinadas a ser repartidas entre los hermanos, empezó a sacar ropa del armario y colocarla encima de la cama, para ir clasificando. Había unos cuantos abrigos de buen paño que pensaba ofrecer a Carmen, la señora que ayudaba a su madre con la casa. El tema de regalar ropa siempre era delicado, porque había gente que podía sentirse ofendida, pero Carmen quería tanto a su madre que estaba segura de que lo vería como un orgullo y un honor. Se asombró de que su madre guardase tanta ropa inservible ya y totalmente pasada de moda; había hasta minifaldas sesenteras que le parecía imposible que su madre se hubiese puesto. Pero, ¿por qué no? Ella, dentro de su figura menuda, siempre había tenido un tipo bonito y cualquier cosa le quedaba bien. Y Mamá era coqueta, incluso después de cumplidos los setenta años, cuando muchas mujeres se descuidan, ella siguió poniéndose sus cremas, visitando regularmente la peluquería y arreglándose como cuando tenía treinta años menos. Siempre recordaba a Mamá arreglada, incluso en los peores momentos. Cada 31 de marzo desde que ella recordaba, Natalia salía en su coche hacia el santuario al lado del mar, con el ramo de rosas en el asiento trasero y un rictus amargo en la boca y los ojos secos pero tristes. Sin embargo, iba perfectamente arreglada. Cuando volvía todavía estaba más triste si cabe, y así seguía durante días, pero de todos modos nunca la vio con un pelo fuera de su sitio o sin sus pendientes y collares favoritos. Ahora mismo, mientras doblaba chaquetas y apilaba pañuelos de cuello para elegir cuales se quedaría cada cual, recordó una mañana de sábado que se había levantado temprano porque el lunes tenía un examen y debía estudiar. Se encontró a las ocho de la mañana a su madre desayunando en la cocina, con una falda recta negra perfectamente planchada, blusa blanca con lazada y chaqueta roja; y en los pies sus sempiternos zapatos de tacón. Se había puesto sus pendientes de perlas a juego con el collar y se había dado brillo en los labios.
-¿A dónde vas a estas horas y en sábado?-le preguntó asombrada.
-Pues a ningún sitio. ¿A dónde quieres que vaya? Creo que mi proyecto inmediato es hacer un potaje de garbanzos y una tarta de queso. Tu hermano viene a comer y creo que también lo harán Eulalia y su marido.
-¿Y para eso te vistes tan elegante?
-No sé qué tiene que ver una cosa con la otra. No pretenderás que me ponga como una zarrapastrosa solo porque no vaya a salir. Me pondré un delantal para cocinar y ya está. Pero me gusta estar presentable.
-Pero si nadie te va a ver.
-Me va a ver la persona más importante, que soy yo, y me merezco un respeto.
Y ella se quedó con la boca abierta de asombro ante tamaña filosofía.
Beth05 de octubre de 2011

10 Comentarios

  • Laredacción

    Muy buena narración; ya lo creo que sí. Enhorabuena.
    Esteban.

    06/10/11 12:10

  • Vocesdelibertad

    Mira que filosofía de vida, a mi me pasa cuando compro lencería. Bueno pero estas páginas cargadas de recuerdos y ya con dos misterios provoca hasta ofrecerte mi espacio de publicación jeje
    Abrazos

    06/10/11 12:10

  • Beth

    Es una estupenda filosofía, Voces, preocuparse por una misma. Un beso

    06/10/11 12:10

  • Endlesslove

    Sabia esta mujer, sigo fascinada con sus frases. ¿Quién más importante que uno mismo?
    Ah y la soledad durante tantos años estando acompañada !bien duro!
    Seguimos...
    Un abrazo Mabel
    Susana

    06/10/11 02:10

  • Beth

    Perdona, Esteban, entré ayer de noche, casi de madrugada, y no vi tu respuesta. Cosas del sueño. Te agradezco mucho, ya lo sabes, que me leas.

    06/10/11 08:10

  • Beth

    Querida Susana, supongo que a nuestra Natalia le ha costado años llegar a estas conclusiones. Y no te quepa duda que la peor soledad es la que se vive acompañada. La otra es más llevadera. Un beso

    06/10/11 08:10

  • Serge

    Beth:
    "Me va a ver la persona más importante, que soy yo, y me merezco un respeto.
    Y ella se quedó con la boca abierta de asombro ante tamaña filosofía".

    Amita, siempre cautivado con tu forma de escribir.

    Tu mascotita.

    Sergei.

    11/10/11 08:10

  • Beth

    Mi querido gatito, eres la mejor compañía que puedo tener en estos momentos de profunda soledad que vivo. Una caricia a mi gatito

    11/10/11 08:10

  • Danae

    Muy buena filosofía la de Natalia. Una mujer a quine has dotado de una gran personalidad. Sigo leyendo, querida Beth.

    25/10/11 05:10

  • Beth

    Me gusta que las mujeres que creo sean fuertes, a ver si me contagian. Gracias, querida Danae

    25/10/11 07:10

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