TusTextos

Cartas de Amor En la Distancia 9

Pero así era Mamá, siempre tan suya y con las ideas tan claras. Mientras separaba ropa en pulcros montones empezó a recordar las manías de su madre, aquellas que tanta rabia le habían dado siempre pero que cuando ella faltó empezó al instante a echar de menos. Recordaba perfectamente cómo le gustaba permanecer callada a la hora del desayuno, tomando en silencio su café mientras leía el periódico, o como siempre dejaba en el plato alguna pequeña porción de comida. Y sobre todo, la familia al completo detestaba su odiosa costumbre de hacer bolitas con las migas de pan durante las sobremesas. Ella era la primera en reconocer que aquella era una cosa odiosa, pero lo hacía ya sin darse cuenta. Isabel se echó a reír al recordarlo. Su hermano Carlos, sobre todo, se ponía frenético al verla. Y así, sonriendo, la encontró Eulalia cuando entró en la habitación.
-Vaya, buenos días. Parece que hemos despertado de buen humor.
Decidió no darse cuenta del tono irónico del comentario de su hermana.
-Sí, he pasado una buena noche. Y tú, ¿has dormido bien?
-No muy bien, la verdad. Aquí hay tanto silencio que no he podido conciliar bien el sueño. Y además, echo de menos a los niños y a mi marido.
-Es natural, mujer, pero serán apenas un par de días.
-Tú, al no estar casada, no entiendes esas cosas. No es lo mismo vivir con alguien así al azar, que compartir las cargas familiares.
Isabel siguió doblando ropa sin darse por aludida. No pensaba entrar al trapo y comentar la idea que su hermana tuviese de la vida en pareja. Pero eso le hizo recordar la mañana de lunes en que llegó a su casa esperando encontrársela vacía. Abrió la puerta y entró directamente en su habitación, sin detenerse en la cocina o en el salón. Y estaba deshaciendo la maleta cuando oyó pasos a su espalda. No hacía falta que se girase, conocía muy bien la peculiar manera de andar de Gabriel, lo sabía todo de él.
-¿Qué haces aquí?-le preguntó con voz fría, sin girar la cabeza.
-No fui capaz de marcharme sin despedirme de ti, no pude hacerlo. Ya sé que me pediste que lo hiciese, pero quería verte una vez más e intentar explicarte lo que…
-No sigas-le interrumpió ella. Se había dado la vuelta y le miraba a los ojos, pero mantenía cruzados los brazos delante del pecho, diciéndole mediante el expresivo lenguaje corporal que no era bien recibido.
-Pero Isabel, ¿vamos a tirar por la borda todos estos años por un momento de debilidad que he tenido? Te juro que no quiero a Ana, al menos no como te quiero a ti. Pero tienes que entender que el lazo que nos une siempre es el niño.
-Yo entiendo eso a la perfección. Y por si no te lo he demostrado, quiero mucho a tu hijo. Pero su madre no puede formar parte de mi vida, al menos no de la manera en que ella lo desea. No podemos ser tres personas en nuestra casa y en nuestra cama. Me niego a compartirte, a que corras a su lado como un perrito faldero cada vez que ella silba. Me niego a vivir según su capricho y a que tú le bailes el agua cada vez que ella chasca los dedos. Me merezco un hombre que piense que yo soy lo mejor que le ha pasado en la vida y que se despierte cada mañana dando gracias a Dios por tenerme. Y si tú no eres ese hombre, lárgate de mi vida y déjame sola. No quiero cobardes a mi lado.

Gabriel se quedó tan sorprendido que no fue capaz de articular palabra. Probablemente esperaba encontrarse lágrimas o reproches, pero no a esta amazona que le miraba de frente y le ponía condiciones. Ese era el problema, ahora lo entendía, que ella acepto siempre la situación de Gabriel y se cubrió de paciencia esperando lo inalcanzable. Ahora era el momento de tomar el toro por los cuernos y de decirle las cosas que debió haber dicho cinco años atrás. Tal vez fuese ya demasiado tarde, pero al menos había tenido la valentía de llamar a las cosas por su nombre.
-Yo doy gracias a Dios a diario por tu presencia en mi vida-le dijo con voz queda, alargando la mano para tomar la suya.
Pero ella, aunque se moría por sentir su contacto, la retiró.
-Pues entonces la oración ha debido de ser de lo más silencioso. Lo que yo sé es lo que he visto en estos cinco años; y estoy harta de ser siempre la última de tu lista de prioridades y el puerto seguro al que sabes que siempre puedes arribar. Pues ya no, Gabriel, es tarde para eso. La noche del viernes has colmado mi paciencia y no es por el hecho físico en sí, sino porque sabiendo que me harías enormemente desgraciada, has preferido no decirle a ella que no. Porque pondría mi cabeza en la picota y no la perdería si apuesto que fue Ana quien te llevó a la cama. Al verle bajar la cabeza; avergonzado, le entraron ganas de abofetearle, aunque era la persona menos violenta del mundo. Pero necesitaba lanzarle un dardo que le despertase de su letargo, de ese dejarse hacer que a ella la estaba destrozando.
-Debo entender que no me puedes perdonar.
La suya no era una pregunta, sino una afirmación hecha con lágrimas en los ojos. Nunca, hasta la mañana del sábado, le había visto llorar. Y siempre la desarmaba el llanto de un hombre. Su padre no era persona de lágrimas, ni en público ni en privado, ni tampoco su hermano Carlos.
-No sé qué valor podría tener en este momento mi perdón, sinceramente. Y además, no es un tema de perdonar o no perdonar, sino de que tú entiendas que yo no me merezco esto. Si ahora te perdonase, ¿qué pasaría? Unos días de reconciliación almibarada, de arrumacos en la cama y de que tal vez me llevases de vacaciones a algún hotelito mono para volver en menos de dos semanas a las llamadas intempestivas, a los reproches de tu ex mujer y a tu vuelta al redil para calmarla. La verdad, Gabriel, cuando quiera críos, tendré hijos, pero no estoy dispuesta a hacerle de madre a un tío de cuarenta años.
Beth07 de octubre de 2011

10 Comentarios

  • Endlesslove


    ¡siii! Isabel está fuerte, me gusta, ¡la apoyo!, he vivido cada palabra, he visto la cara de Gabriel, lo tenía merecido.
    Que sermón, pero toda la verdad que se merece un hombre que ha fallado de esta manera "no quiero cobardes a mi lado"
    Por lo menos estamos muy seguras en nuestra posición (me incluyo) por ahora, jaja.
    Un beso Mabel, seguimos...

    07/10/11 03:10

  • Beth

    Creo que ninguna mujer en sus cabales quiere cobardes a su lado, pero a veces el amor nos hace padecer algún tipo de enajenamiento más o menos temporal y se nos cuela en la vida gente que no nos trata como merecemos

    07/10/11 03:10

  • Laredaccin

    A todos el amor nos hace padecer alguna enajenación, sí.
    Sumo y sigo.
    Saludos.
    Esteban.

    08/10/11 01:10

  • Beth

    Debería haber una vacuna. Gracias Esteban, por tus comentarios

    08/10/11 01:10

  • Vocesdelibertad

    En ocasiones el amor ciega pero no se terminan aceptan las situaciones porque por dentro es un caminar a cuestas, aprender a llamar las cosas por su nombre ayuda.
    Voy por las siguientes páginas,

    10/10/11 08:10

  • Beth

    El amor es hermoso, si, pero en la mayoría de las ocasiones viene a complicarnos la vida

    10/10/11 09:10

  • Serge

    Beth:
    Eso debio hacerlo desde un principio por qué espero a que pasaran cinco años.
    Ay, amita. Los seres humanos y sus complejidades.

    Un gusto leerte.

    Sergei.

    11/10/11 09:10

  • Beth

    Si, querido, es más fácil ser gato, me imagino

    11/10/11 09:10

  • Danae

    Mucho valor, mezclado con mucho hartazgo, ha tenido que reunir para hablarle así a Gabriel. Pero como suele decirse por mi tierra, las cosas claras y el chocolate espeso. Muy interesada en lo que sigue.





    25/10/11 05:10

  • Beth

    Yo creo que mas bien hartazgo, querida

    25/10/11 07:10

Más de Beth

Chat