Beth
Querido Democles, tú nunca podrías cansarme. Este poema tiene sus raíces en una conversación mantenida ayer con alguien muy especial en mi vida, y sobe todo por haber visitado una especie de museo casero de gomas de borrar, lapiceros, plumas, tinteros, papeles secantes y muchas cosas que hoy ya no se usan. Y sobre todo de las risas y de imaginarnos como sería habernos conocido cuando teníamos seis, siete, quizá ocho años. O quizá lo hemos hecho, ¿quién sabe? Pero a mi me ha servido para escribir estas bobadas y recordar coletas y tirones, y alguna lágrima mañanera porque yo no quería coletas y mi madre no quería melena suelta al viento (algo impropio de una niña educada y buena; lo que se supone que yo era).
Un beso, amigo mío
10/05/12 02:05