TusTextos

La Casa de la Colina 22

Le ayudé a colocar la compra y permanecimos incómodamente callados mientras tanto. Esperaba que fuésemos capaces de convivir durante el tiempo que estuviésemos obligados a ello, porque esta situación me estaba minando los nervios. Cada vez que me daba la vuelta le sorprendía mirándome, y no sabía como interpretar esas miradas. Me ofrecí a preparar la comida, más que nada para estar ocupada durante un rato y no preocuparme por llenar los silencios que se establecían entre nosotros. Pero me asombró cuando dijo que lo haríamos entre los dos. No se si estaba preparada para ello. Cuando vivíamos juntos lo hacíamos cada noche; cocinábamos los dos y era uno de los mejores momentos del día. Si no quedaba más remedio, lo haríamos otra vez. No fue tan terrible como había pensado y lo cierto es que cuando nos pusimos a cocinar, me olvidé de todo y me concentré en la comida y en adaptarme a una cocina que era desconocida para mí.
-Teniendo esta cocina tan bonita y cómoda, ¿cómo es que comes siempre fuera?
-No me gusta cocinar para mi sólo-contestó picando zanahorias y cebollas.
Y eso me llevó a pensar que tenía que preguntárselo; no sabía si le iba a molestar, pero si él sabía de mi vida, creo que yo también tenía cierto derecho a saber algo de la suya.
Se lo planteé mientras tomábamos el postre. Directamente, sin andarme por las ramas. Y me contestó también de manera directa.
-No, no me casé. Creo que quedé vacunado contra cualquier tentación de hacerlo después de conocerte.
-Supongo que no me lo dices como un cumplido.
-Tómalo como quieras-me contestó sirviendo el café.
La brusquedad de su respuesta me pilló tan de sorpresa que los ojos se me llenaron de lágrimas, y para que no las viese me levanté a cambiar mi cucharilla, fingiendo que se me había caído al suelo. No podía esperar nada de Lucas, excepto cortesía, pero ni siquiera eso me daba. Creo que a pesar de todo él se dio cuenta, pero no me pidió perdón ni me dijo absolutamente nada más. Recogimos la mesa entre los dos y poniéndome la chaqueta le dije que me apetecía salir a estirar un poco las piernas. Él no se ofreció a acompañarme, ni yo lo esperaba. Se limitó a ordenarme secamente que llevase el móvil y que no me alejase mucho.
Estábamos ya empezando el mes de noviembre y los días se habían acortado mucho; aunque apenas eran las cinco de la tarde, en menos de una hora se haría de noche; y había refrescado considerablemente. No sabía adonde dirigirme, así que eché a andar siguiendo el curso del arroyo. Caminé a buen ritmo para entrar en calor, pero tuve que detenerme y sentarme en un tronco caído en el suelo, porque las estúpidas lágrimas me cegaban y me impedían seguir andando. Ni me había dado cuenta de que estaba llorando hasta que la garganta se me quedó agarrotada y noté los ojos empañados. Me enfadé conmigo misma por ser tan infantil y tan estúpida. ¿Qué esperaba de Lucas? Habían pasado diez años, era normal que no sintiera nada por mí, y también lo era que al haber sabido de mi engaño se sintiese enfadado. Pero me dolía, me hacía tanto daño que parecía como si me fuese a partir en dos por dentro. Me levanté, algo más serena, y cuando iba a proseguir mi camino me detuve porque me pareció oír un ruido, una especie de gañido tras unas matas. Me acerqué despacio, con algo de miedo; y cuando aparté las plantas me encontré con un pequeño gatito de color blanco, hecho una pelota y maullando débilmente. Me agaché junto a él y muy despacio, para no asustarle, le cogí en brazos. Deseé que tan solo tuviese hambre y frío. Y sin pensarlo dos veces le resguardé por dentro de mi chaqueta. Con el calor de mi cuerpo pronto dejó de maullar y en su lugar surgió el suave y reconfortante ronroneo que me indicaba que todo iba bien. Le llevaría a casa, a pesar de lo que Lucas pudiese decir. Hacía mucho tiempo que no tenía una mascota; exactamente desde que mi perro Tom había acabado bajo las ruedas de un coche. Nunca había tenido gatos, y en este preciso momento de mi vida me apetecía la compañía de un animalito al que dar un poco de cariño.
Cuando llegué estaba ya anocheciendo. Lucas estaba en la sala, leyendo, y levantó la vista del libro cuando me vio entrar. Se dio cuenta de que llevaba algo bajo la chaqueta, porque fue lo primero que preguntó.
-¿De dónde sale eso?
-Me lo encontré abandonado entre unas matas, muerto de frío y de hambre. Y me dio pena.
Dio un bufido de impaciencia.
-¿Y se puede saber que vas a hacer con él?
-De entrada darle un poco de leche, creo que está hambriento. Y luego buscarle un lugar para que duerma.
-Ese bicho no se va a quedar en mi casa-me aclaró.
Me encogí de hombros.
-Bien, estás en tu derecho; como has dejado claro, es tu casa. Pero entonces, por favor, llévame a la mía. Nos iremos los dos.
Se dio la vuelta con rabia, pasándose la mano por el pelo y por la barba, y murmurando en voz baja. Yo me quedé de pie, acariciando al gato y mirándole como se desesperaba por momentos.
-No me lo puedo creer, lo terca que eres y la manera que tienes de volverme loco. No entiendo cómo, si de verdad crees que estás en peligro, estás dispuesta a marcharte sola a tu casa por un jodido gato.
No contesté a sus provocaciones; me quedé acariciando al gatito y evitando mirarle. Al final, después de unos cinco minutos de tira y afloja; yo callada y el mascullando maldiciones, me dijo que me lo podía quedar, pero que sería totalmente responsabilidad mía cuidarle y mantenerle alejado de sus cosas.
-Gracias-le dije. Ahora voy a calentar un poco de leche para Sergei.
-¿Para quién?
-Se llama Sergei; lo decidí mientras veníamos de camino.
-¿Ese es un nombre de gato?
-No lo se. Pero es nombre de duque ruso, y este minino tiene un porte muy aristocrático. Verás cuando haya comido y entrado en calor. Es precioso. ¿A qué si?
Se encogió de hombros y no me contestó nada; pero fue él quien calentó la leche en el microondas y desmigó un poco de pan en el bol que luego le ofreció al gato.

Beth18 de noviembre de 2010

6 Comentarios

  • Norah

    Que tensión entre Marta y Lucas…parece que ninguno de los dos soporta muy bien tantos recuerdos.Bien tu batalla por el aristocrático minino haha, beso.

    18/11/10 01:11

  • Beth

    No podía ser menos. El gran duque ruso se lo merece

    18/11/10 01:11

  • Serge

    Beth:
    Amiga estoy tan emocionado que no quepo en mi felino cuerpo, no sabes cuan feliz me hace que me hayas incluido en tu relato.
    Gracias con el corazón en la mano.
    Por el momento le perdono a Lucas que me haya dicho "Bicho"; pero que se cuide de hacerle algo a Marta porque estaré muy atento a todos sus movimientos y al mínimo atrevimiento se las verá con mis garras.
    Me has hecho ronronear y estoy corriendo como loco por toda la sala.

    Sergio.

    18/11/10 06:11

  • Beth

    Honor que me haces, Alteza. Tendré que llamarte Alteza, porque es el justo tratamiento que reciben los grandes duques de la Santa Madre Rusia. A Lucas ni caso, es que está celoso

    18/11/10 07:11

  • Vocesdelibertad

    La alusión a Sergei es preciosa, que linda historia hombre, no quiero detenerme! me tienes sentada en la silla con un café a gusto!

    09/02/11 10:02

  • Beth

    Me alegro de que te guste, Voces. ¿A que está bien el personaje de nuestro gatito?

    09/02/11 11:02

Más de Beth

Chat