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La Casa de la Colina 23 23 de noviembre de 2010
por beth
Conseguí una caja de arena para Sergei y también una cesta que recubrí con una mullida toalla para que le sirviese de cama. Mañana le llevaría al veterinario y le compraría algo más apropiado para dormir. Se tomó toda la leche con ansia y se arrellanó, con la barriga llena como un tambor, a dormir. Después de cenar Lucas insistió en que repasásemos juntos las primeras páginas del diario de Jaime, porque al parecer quería hacerme unas preguntas. De nada valió que le dijese que estaba agotada; insistió en hacerlo en ese preciso momento. No quise discutir porque sabía que él era como un camello que cruza el desierto: come, bebe y descansa cuando puede, y en caso contrario, toma lo necesario de sus reservas y resiste hasta el final. Todavía recordaba que cuando los dos estudiábamos, mientras yo no era capaz de hacerlo más de dos horas seguidas sin tomarme un descanso; él se preparaba un termo de café y estudiaba toda la noche. Y al día siguiente iba a clase tan campante. Luego tampoco tenía problema en dormir veinte horas seguidas. Por eso a menudo le llamaba Camel, aunque le molestase, porque era la palabra que mejor le definía.
Ahora hizo lo mismo; preparó café, y extendió sobre la mesa del comedor, despejada ya de la cena, el diario de Jaime y sendos blocs de notas para cada uno. Su ritmo de trabajo y su método siempre habían sido distintos a los míos; él era analítico, frío, calculador cuando trabajaba en algo, y siempre iba al meollo del asunto, mientras que yo solía andarme más por las ramas, y era un tanto desordenada y caótica en la manera de hacer las cosas. Puso delante de si la libreta de notas y dos bolígrafos perfectamente alineados, y tomando uno de ellos en la mano, empezó con las preguntas, asaeteándome como si estuviese ante un tribunal prestando declaración.
-Vamos a ver; lo primero es ver cuanto hay de fantasía y cuanto de realidad en todo esto. Por supuesto no me creo nada de ese fantástico personaje del que ha hablado. Pero puede ser que te lo haya escuchado a ti y por eso lo mencione. ¿Ha existido alguien con ese nombre en tu familia?
-No lo se, Lucas. Si que he oído hablar de que en la casa se había cometido un asesinato hace más de doscientos años; que un hombre que llegó del extranjero mató a su mujer embarazada, porque el hijo no era suyo; y que luego se suicidó en la cárcel, pero no se su nombre.
-Entonces, mañana iremos a hacer averiguaciones en el registro civil, en la parroquia y quizá tengamos que desplazarnos hasta la cárcel también. Tengo amigos allí, no nos será difícil.
-No entiendo con que finalidad tenemos que hacer todo esto-protesté. Tenía mucho sueño y mantener los ojos abiertos me resultaba una proeza, así que contestar a sus preguntas era algo así como escalar el Everest con una pierna lastimada.
-Marta, me has pedido ayuda y te la prestaré, pero yo soy el que dice lo que hay que hacer. Tú de investigaciones no tienes ni idea.
Me encogí de hombros y mantuve la boca cerrada; era lo mejor para evitar discusiones.
Siguió un buen rato haciéndome las más variopintas preguntas; cosas que ni por lo más remoto me parecía que fueran importantes, pero que tampoco me atrevía a discutir, en parte porque no valdría de nada. Lucas de la Vega nunca daba su brazo a torcer, y cuando se equivocaba lo reconocía, pero mediante subterfugios y rodeos.
En algún momento de la noche debí de caer rendida de sueño, pero no lo recuerdo. Sólo se que amanecí en la cama de la habitación de invitados, tapada con las sábanas y el edredón, aunque yo desde luego no recordaba de que manera había llegado hasta allí. Una idea se me estaba formando en la cabeza, pero me daba miedo comprobarlo. Al final, después de pensármelo durante unos minutos, decidí que no era momento de cobardías, y me destapé para ver que llevaba puesto. Desde luego no tenía encima ni los vaqueros ni el jersey de cuello alto. En su lugar, simplemente me tapaba una camiseta enorme, de color azul, que me llegaba casi hasta las rodillas, y que desde luego no era mía. Absurdamente, porque el único que podía verme era Sergei, que se entretenía realizando sus abluciones mañaneras, me tapé de nuevo con rapidez y cerré los ojos, esperando despertar de un momento a otro y que todo hubiera sido un sueño. Pero en lugar de eso, tocaron a la puerta de mi cuarto, y dije “adelante” con un hilo de voz.
-Buenos días, veo que ya estás despierta. En marcha, tenemos que irnos a hacer todas las gestiones que ayer te dije-me dijo, desde la entrada. Ya se había vestido y llevaba en la mano una taza de café. Vamos-repitió de nuevo. El tiempo no te ha curado de la pereza.
-Lucas-le llamé cuando ya se marchaba.
Se dio la vuelta y me miró con desgana.
-¿Cómo he llegado a la cama?
-En mis brazos, a falta de algo mejor. Te caíste redonda encima de la mesa a las dos de la mañana. Eres una floja, sigues sin aguantar nada.
-Esta camiseta que llevo-empecé a decir, y él me cortó.
-Es mía, no quise revolver en tu ropa. Y no ibas a dormir vestida. Y no te preocupes-me tranquilizó-no he mirado mientras te desnudaba. Aunque creo que no hubiese visto nada nuevo. ¿O si?
No contesté a sus provocaciones. No podía pensar en una manera peor de empezar el día.
Desayuné rápido y mal porque no quería hacerle esperar y después de dejarle comida y agua al gato, salimos rumbo al pueblo. La mañana estaba más fresca de lo normal para inicios de otoño; parecía que este invierno sería de esos que hacen época, con nevadas y todo. A mi no me desagrada el frío ni la lluvia; es más, creo que no sería capaz de vivir en un país tropical, sin diferencia apenas entre invierno y verano. Por decir algo, porque la verdad es que me daba igual por donde decidiese empezar, le pregunté a Lucas adonde iríamos primero.
-Empezaremos por el Registro Civil, allí conozco a un funcionario y creo que si hay información me la dará sin pasar por todos los trámites preceptivos. No es que esté a favor de los amiguismos, pero este asunto corre prisa.
-¿Tendremos que ir también a la parroquia? Te lo digo porque conozco al cura, era muy amigo de mi padre.
-Depende. Si en el Registro nos ayudan no hará falta ir a la iglesia; sería tener documentación doble y no es cosa de perder el tiempo.
Eran las diez de la mañana cuando llegamos al pueblo. Al llegar el otoño se quedaba bastante desolado, justo con los vecinos que vivían allí durante todo el año, que cada vez eran menos, y los que venían de las aldeas adyacentes y menos importantes, que no tenían ayuntamiento, ni banco o médicos. En aquel momento la única calle que podríamos llamar principal estaba poco animada y pudimos aparcar con facilidad justo delante del edificio de los juzgados, donde también estaba el Registro Civil. Lucas salió del coche y dando grandes zancadas entró de prisa en el edificio; yo le seguí con menos rapidez, mis piernas no eran tan largas; pero a él parecían darle igual mis apuros por mantener su paso, y no se dignó mirar atrás ni una sola vez, para comprobar que le siguiese. Delante del mostrador de recepción tuvimos que esperar unos cinco minutos a que atendiesen a otras personas que estaban antes, y por fin la señora que estaba detrás de la mampara nos pidió que nos adelantásemos. Lucas preguntó por Marcos Garcés e inmediatamente nos señalaron una escalera que llevaba al primer piso. De nuevo me dejó rezagada, subiendo las escaleras de dos en dos; lo cual yo no podía hacer ni por condición física ni por la manera en como me había vestido aquella mañana, con un traje de chaqueta de falta recta y estrecha que me obligaba a dar incómodos pasitos de geisha. Me maldije interiormente por no haberme puesto unos simples pantalones.
Lucas tocó a la puerta con un golpe seco y sin esperar a que contestasen desde el interior, pasó y me arrastró consigo. El hombre que estaba tras la mesa de despacho, consultando unos datos en el ordenador, levantó la vista con cara de pocos amigos, pero al ver a Lucas, su boca se distendió en una amplia sonrisa que le hizo parecer más joven y se levantó para estrecharle la mano, pero como no le debió de parecer suficiente, apartó la silla para acercarse a Lucas y se dieron un abrazo de esos tan masculinos, con palmadas en la espalda y en los brazos como si fuese un concurso a ver quien es más bruto y está más en forma. Se pasaron cinco minutos insultándose de manera cariñosa, supongo, y preguntándose por sus respectivas vidas, y por fin Lucas se acordó de que no estaba solo, y me presentó.
-Marta, este es Marcos Garcés, un buen amigo. Ella es Marta Durán, amiga también desde hace muchos años.
Nos estrechamos la mano y ambos sonreímos de manera cortes. Menos mal que me había presentado como una amiga, y no como la ex novia cargante, llegada desde el pasado para complicar su vida con fantasías asesinas.
-Bueno, pues tú dirás, porque me imagino que no es una visita de cortesía. ¿Qué necesitas esta vez?
Él se encogió de hombros e hizo un gesto de niño cogido en falta, como para hacerse perdonar.
-Por un asunto de herencias Marta necesitaría conocer datos de un antepasado suyo, una especie de tío.
-Bueno, pues dame los datos. Me sería muy útil el nombre completo y la fecha de nacimiento.
-Se llamaba Alvar Durán. La fecha de nacimiento no la sabemos con exactitud, pero podemos estar hablando de hace doscientos años, o más.
Marcos, que estaba preparándose para tomar nota, levantó la mirada y meneó la cabeza en sentido negativo.
-¿Qué ocurre?-quise saber.
-Lo siento, pero no podré ayudaros. El antiguo edificio del Registro sufrió un incendio y no hay nada archivado más allá de cien o ciento cincuenta años atrás. Pero-añadió al ver mi cara de decepción-podéis ir a la Iglesia. Antes todo el mundo se bautizaba, se casaba mediante un matrimonio religioso y era debidamente enterrado; así que algún dato tiene que haber sobre esa persona. ¿Estáis seguros de que vivió en este pueblo?
-Completamente. De hecho, vivió en la que ahora es mi casa.
Enarcó las cejas, preguntando sin hacerlo.
-Está a unos kilómetros del pueblo. Es la que llaman La casa de la colina.
-Ya, he oído hablar de ella. ¿No dicen que se cometió ahí un horrible crimen hace ya tiempo?
Antes de yo pudiese decir nada, Lucas le contestó.
-Si, bueno, ya sabes, las leyendas de los pueblos. Junta a cuatro ancianas cotillas y desocupadas, y el folletín está servido. Quien sabe cuanto hay de verdad y cuanto de exageración.
Antes de marcharnos, le invitamos a tomar un café en el bar que estaba enfrente del juzgado, a esa hora lleno de abogados desayunando, y de gente que había ido a hacer gestiones. Diez minutos más tarde aparcábamos delante de la iglesia que me era tan familiar, pues en ella me habían bautizado, había comulgado por vez primera y también, para mi desgracia, me había casado con Jaime.

4 Comentarios

Beth:
Amita no te preocupes Lucas no se propaso contigo cuando te dormiste, yo estaba atento observando todo.
Lo de geisha me ha dado mucha risa, de solo imaginarme jejejejejeje...
Las cosas van estar muy complicadas, se ve que ese asunto tiene muchos bemoles.

Un gusto enorme leerte.

Sergei.

23/11/10 03:11

Alteza, menos mal que estás siempre al quite. La manera de andar de las geishas es graciosa, pero desde luego pertenecen a otra época de más paciencia. Ahora hay que apresurarse. Pero los hombres no llegan a saber lo incómodo que es llevar una falda demasiado estrecha. Y si hay que subir a un coche que sea 4 X 4, entonces ya estamos hablando de una tortura medieval. Gracias por ser mi gato perdulario

23/11/10 03:11

Enarcó las cejas, preguntando sin hacerlo.
-Está a unos kilómetros del pueblo. Es la que llaman La casa de la colina., buen crescendo Beth, beso inmenso..

23/11/10 03:11

Muchas gracias Norah. Se avecinan tiempos difíciles, parece. Un beso

23/11/10 04:11

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