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La Casa de la Colina 30

Y tuvo la suerte, además, de que le llamaron por teléfono. Parece ser que su hermana necesitaba que nos quedásemos con su hijo aquella noche; les había surgido una cena de trabajo inesperada. Lucas salió a buscarle y yo me quedé preparando la cena. ¿Qué le gustaría a un niño de cuatro años? Probablemente la ensalada no, pero si la pizza. Así que me puse manos a la obra;hice la masa y preparé una pizza margarita grande, para los tres. Cuando estaba acabando oí la puerta de la calle. Pronto estaban los dos en la cocina; y creo que no estaba preparada para ver ante mí a un niño que era la viva imagen de su tío. Se me agolparon tantos sentimientos encontrados, tantas emociones reprimidas que apenas posé mis ojos en él tuve que salir de la cocina antes de echarme a llorar allí mismo. Esa era posiblemente la apariencia que hubiese tenido a mi hijo con cuatro años; pero nunca lo sabría. Me saltaba el corazón en el pecho y me encerré en el baño para refrescarme la cara y tratar de recuperar la normalidad. Me estaba secando cuando tocaron a la puerta. Lucas estaba enfadado, y no me extraña, probablemente el pobre niño se habría asustado.
-¿Se puede saber qué mosca te ha picado? Martín está asustado. ¿Es qué también vas a hacer que el pobre niño pague por el pecado de ser mi sobrino?
-Lucas, apártate, haz el favor. No se si es que eres totalmente insensible o idiota de nacimiento. Quiero pensar que lo último.
Si él no entendía mi reacción, no sería yo quien se la explicase. Fui hasta la sala, donde el niño estaba viendo una película de dibujos animados. Me senté en el sofá, a su lado, y él me miró de reojo; pero no dijo nada.
-Hola, Martín. Me ha dicho tu tío que esta noche te vas a quedar aquí.
Asintió con la cabeza, pero siguió sin decir nada, mirando la pantalla fijamente.
-He preparado una pizza. ¿Te gusta?
-Si, pero mamá sólo me deja comerla a veces.
-Bueno, yo creo que esta es una ocasión especial, ¿no?
Se encogió de hombros; y me miró, pero esta vez de frente. Arrugó la frente en un gesto de concentración, y volvió a mirarme de nuevo.
-¿Cómo te llamas?-me preguntó.
-Me llamo Marta. Y soy amiga de tu mamá, la conocí cuando era muy jovencita, antes de que tú nacieses.
-Yo te he visto antes-me confesó, en voz baja, acercando su cabeza a mi oreja y haciendo pantalla con la mano.
-¿Ah, si? Pues yo nunca te había visto; si no me hubiese acordado de un niño tan guapo como tú. ¿Dónde me has visto tú a mí?
-El Tito Lucas tiene tu foto en su cuarto. Y a veces cuando tengo pesadillas me deja que duerma con él. ¿Eres su novia?
Me quedé tan sorprendida por lo que el niño había dicho que no contesté. ¿Estaría inventándose lo de la foto? Pero no, era demasiado pequeño e inocente para mentir y además, no tenía motivos para hacerlo. A esta edad los niños contaban lo que veían. ¿Qué hacía mi foto en la habitación de Lucas? Me inclinaba más por pensar que me estuviese haciendo vudú que desease ver mi rostro cada mañana al despertar. Volví a la realidad cuando Martín me tiró del jersey para que le contestase.
-Perdona, cariño, estaba distraída. No, no soy la novia de tu tío, solo una amiga, como de tu mamá. Oye, ¿has visto a mi gato?-le pregunté. Se llama Sergei y creo que está deseando conocerte.
Al hablarle del gato se olvidó de todo lo demás, y cuando lo vio me pidió permiso para cogerle en brazos. Dudé, porque los gatos son muy suyos y temía que Sergei sacase las uñas, pero mis temores eran absurdos, porque se dejó hacer y acariciar por Martín y nos costó separarles cuando nos sentamos a cenar. Era un niño muy educado, que comía con toda corrección y que tanto a su tío como a mi nos asaeteó a preguntas durante toda la cena. Lucas le respondía a todo lo que preguntaba con paciencia franciscana, y se mostraba tan dulce y cariñoso como lo era conmigo hace ya tanto tiempo. El problema llegó a la hora de irse a la cama. Martín fue hasta la estantería de los libros y sacó el primero que yo había escrito y se lo entregó a su tío para que le leyese un poco. Cuando Lucas le dijo que esta noche dormiría en su cuarto, se negó en redondo, argumentando que él era un chico mayor y que dormiría en su habitación; donde siempre había dormido. Por más que intentó convencerle, no hubo manera. Y nos sorprendió a los dos llamando al gato para que durmiese con él. El muy traidor se bajó de un salto del sofá y le siguió como un manso corderito, aunque volvió la cabeza y me miró, no se si burlándose de mi o disculpándose por dejarme sola. Lucas se fue tras ellos, y volvió al cabo de cinco minutos, con cara de fastidio.
- Ahora el señor quiere que seas tú quien le lea un rato.
- Bueno, ¿Qué problema hay? Ahora vuelvo.
Martín estaba ya acostado, esperando que llegase, y Sergei nos miraba a los dos desde el sillón, donde se había instalado cual sátrapa persa a la espera de la llegada de sus vasallos. Se entretenía limpiándose la cara con las patas delanteras y lanzándome de vez en cuando miradas de déspota. Me preguntaba quien, en esta relación, era el amo y quien la mascota. Me senté en la cama, al lado de Martín, y empecé a leer el libro. Cuando llevaba menos de cinco minutos leyendo, él me detuvo.
-Este cuento del niño que se va a vivir a la Luna es el que más me gusta. Me lo se todo.
-Y entonces, ¿para qué quieres que te lo lea de nuevo?
-Porque me gusta oírlo. ¿Sabes?-me preguntó poniéndose de costado para verme mejor. Mi tito dice que estos cuentos los ha escrito una princesa que vive en un país mágico.
-Vaya; pues si te lo ha contado tu tito, será verdad. Oye, ¿Quieres que te cuente yo un cuento nuevo, que no está escrito en ningún libro?
Asintió con la cabeza, y sobre la marcha me puse a inventar una historia; pero estaba tan rendido de sueño que en menos de cinco minutos se quedó dormido; y nada más levantarme despacio, para no despertarlo, Sergei vino a ocupar mi puesto y se acostó a su lado. Decidí confiar en él, aquella noche se harían compañía mutuamente.
-Ya está, se ha quedado dormido como un tronco-informé a Lucas cuando entré en la sala.
Me sonrió, cosa extraña, y sirvió dos copas. Había puesto música, en voz baja, y quizá por primera vez me sentí cómoda con él. Me ofreció una de las copas y me hizo seña para que me sentase al lado del fuego. Él ocupó el sillón de enfrente.
-Quiero pedirte perdón-me dijo, mirándome fijamente.
-¿Perdón?-no sabía de qué me hablaba. No se me hacía creíble que eligiese este momento para hacerse perdonar una infidelidad de diez años atrás.
-No supe entender tu reacción cuando llegué con el niño. Supongo que la costumbre me hace olvidar cuánto se parece a mí. Supongo que tuvo que removerte muchos sentimientos.
Beth15 de diciembre de 2010

4 Comentarios

  • Norah

    Me preguntaba quien, en esta relación, era el amo y quien la mascota, Beth, en este decir creo has condensado la lucha entre Lucas y Marta, beso grande.

    16/12/10 01:12

  • Beth

    Puede ser, querida Norah. Hablar de Sergei hace que afloren muchos de los más íntimos sentimientos de Marta hacia Lucas, incluso aquellos que ella misma no sabe que tiene

    16/12/10 08:12

  • Serge

    Beth:
    Martín ha dejado al descubierto una parte que no sabias de Lucas; esa foto de Marta que él guarda significa algo más que un recuerdo.
    Sergei jamás arañaría a un niño así sean unos diablillos.
    Ahora que Lucas haya creado un ambiente tan acogedor con copas y música me deja pensando.

    Un gusto leerte amita.

    Sergei.

    16/12/10 03:12

  • Beth

    Poco a poco vamos descubriendo cosas nuevas de los protagonistas. Los niños y los borrachos parece que siempre dicen la verdad, así que habrá que creer a Martín. Dejemos que duerma mientras Sergei hace de gato guardián. Un abrazo

    16/12/10 03:12

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