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La Casa de la Colina 37

Seguí cenando. Me parecía mejor fingir que no le había oído. Pero él me lo preguntó de nuevo.
-El pasado no vuelve, nunca. Por eso es pasado.
-Pero se puede retomar-insistió.
Me levanté para traer el postre, pero también para tomar un poco de distancia de la conversación. Me resultaba difícil entenderle. Había dos Lucas; el policía eficiente, soberbio y altanero, y el chico que yo había amado, que todavía amaba. ¿Cuál era el verdadero? No quería descubrirlo a base de sufrimiento. Pero me resultaba muy complicado mantener mi vista apartada de él cada vez que se movía por la habitación donde estuviésemos en ese momento, o no estremecerme cuando por accidente mi mano rozaba la suya. Era una convivencia tan cercana la nuestra que resultaba inevitable que los recuerdos y los sentimientos aflorasen de nuevo. Debía ser lo suficientemente fuerte para mantenerlos a raya.
-No me has contestado, Marta. Antes no evitabas mis preguntas-me acusó cuando dejé en la mesa la tarta de queso.
-No se qué contestarte. Quizá si pudiese dar marcha atrás en el tiempo cambiaría muchas cosas que hice mal en el pasado. Pero es imposible. Tendré que vivir con ellas.
Le serví un pedazo de tarta; y cuando la estaba poniendo en su plato cubrió mi mano con la suya, y me obligó a dejar la paleta a un lado. Su roce me quemaba la piel, hacía que me recorriese una corriente eléctrica desde la base de la columna hasta la nuca.
-Tenemos pendiente algo importante que terminar. Pero luego intentaremos recomponer nuestra situación. ¿Estás de acuerdo?
Me limité a decir que si con la cabeza, pero no sirvió para que soltase mi mano, sino que por el contrario, acercó su silla a la mía y me acarició la cara como solía hacerlo antes, palpando todo mi rostro como un ciego que necesitase del tacto para adivinar los contornos.
-¿Qué tienes pensado hacer mañana cuando vayas a mi casa?-le pregunté, para que las aguas volvieran a su cauce.
Se desinfló como un globo apenas le hablé de mañana.
-Sabes cómo rebajar la tensión-me acusó. A veces pienso que en cuanto estés a salvo me pegarás una patada y me echarás de nuevo de tu vida.
-Tendrás que arriesgarte-le reté. Quizá los años te hayan vuelto cobarde.
-Desde luego que no. Ya tendrás ocasión de comprobarlo. En cuanto a tu pregunta, mañana te dejaré en casa de mi hermana y en cuanto llegue a la tuya, cogeré el cepillo de dientes de Jaime o algo de donde pueda sacar su ADN sin problemas y luego bajaré al sótano.
-¿Para qué? ¿Qué piensas encontrar allí?
-No lo se. Pero cuando estuvimos los dos echando un vistazo creo que se me escapó algo. Tengo esa sensación y no puedo apartarla de mi cabeza. No estaré tranquilo hasta que no le de un nuevo repaso. De todos modos no creo que tarde demasiado. A la hora de comer, si todo va bien, estaré de vuelta.
-Yo me voy a la cama, y tú deberías hacer lo mismo. Mañana tendremos que madrugar.
-Mi cama es más cómoda-me insinuó desde el pasillo.
-Ya. Veo que te preocupas mucho por mí. Pero creo que Sergei y yo preferimos la habitación de invitados, al menos de momento.
-A veces pienso que ese gato me odia-me dijo, mirándole fijamente.
-No lo creo. Más bien pienso que te vigila; te estudia para ver si eres buena compañía para mí. Ten en cuenta que con los gatos nunca se sabe quien es el amo. En este caso, creo que sabe que soy su esclava, por más que él finja que yo controlo la situación.

Estoy segura de que Esther lo arregló todo para que su marido y el niño no estuviesen en casa cuando yo llegase, y era porque quería hablar conmigo. Nos tomamos un café en su cocina, pequeña y agradable, con vistas al río cercano. Aunque aquella era una mañana fría del mes de noviembre, allí, al lado de la estufa de leña, se respiraba paz y calor de hogar.
-Qué bien que nos hayan dejado solas este ratito, ¿no te parece?-me preguntó de manera que quiso ser inocente.
-Si, es una maravilla-le dije con sorna. Así podrás interrogarme a tu gusto.
Pareció avergonzada, y tuvo el gesto de abrir las manos, impotente, como dando a entender que no le quedaba más remedio.
-Has de entenderlo, Marta. Estoy inquieta.
-¿Por qué?
-Temo por Lucas, no quiero que sufra de nuevo. Cuando le dejaste lo pasó muy mal, y es más sensible de lo que aparenta. Y tú lo sabes.
Me sentí un poco molesta de que Esther se metiese en mi vida, pero quizá más todavía de que juzgase sin saber. Ella sólo conocía la historia tal y cómo su hermano se la había contado. Quizá adivinó mis pensamientos.
-Ya se que te engañó. Y no le disculpo; es más, me solidarizo contigo. Creo que yo hubiese actuado como tú lo hiciste. Pero, entiéndeme, Marta, es mi hermano. Es la única familia que me queda desde que nuestros padres se murieron. No quiero que sufra.
Me entretuve rebuscando en mi bolso un pañuelo, no porque me hiciese falta, sino para hacer tiempo hasta que tuviese claro como enfrentar esta conversación inesperada. ¿Cuánto sabía ella de mis motivos para estar al lado de Lucas?
-Verás-comencé, titubeando-no sé lo que Lucas te ha contado, pero si le he buscado es porque no me quedó más remedio. Mi vida estaba en peligro, y le necesitaba como policía. No sabía a quien acudir. Pero nunca pretendí entrar de nuevo en su vida.
-Sobre los motivos no te preguntaré. Lucas me ha dicho que no me meta, y le haré caso. Pero si te digo que una vez que os habéis visto de nuevo, supongo que tendrás claro que no será fácil que os desentendáis el uno del otro tan fácilmente. Lucas te sigue queriendo, y por lo que he visto estos días, a ti no te resulta indiferente. Y creo que sigues casada. ¿Sabes en lo que estás entrando?-me acusó.
Me alisé el flequillo para calmar mi enfado. No podía entender como Esther, a quien todavía consideraba una chiquilla, podía estar sermoneándome y dándome lecciones de ética.
-Mi matrimonio no va bien y no creo que sea asunto tuyo.
-No, pero la felicidad de mi hermano si lo es.
-¿Me estás diciendo que le deje en paz, que me vaya?-le pregunté en tono cortante.
Ella me hizo un gesto para que me calmase, y negó con la cabeza.
-Te estoy rogando que no le hagas daño, y que si te quedas a su lado, que sea porque le quieres. Lucas no soportaría que le dejases de nuevo.
Me levanté y me serví un vaso de agua. Notaba la boca tan seca como si la tuviese llena de esponja.
-Yo no se cuales son los sentimientos de Lucas hacia mí. Hasta hace un par de días se dedicaba a ignorarme o a molestarme, según amaneciese ese día.
-Cuando hace eso es porque está intentando dominar sus sentimientos y porque está muerto de miedo. Deberías saberlo. Contéstame sólo a una pregunta y luego te prometo que haremos como si esta conversación nunca hubiese existido. ¿Tú le quieres todavía?
La miré fijamente, y asintió en silencio. Mis ojos nunca han podido ocultar lo que siento.
Beth09 de enero de 2011

6 Comentarios

  • Codigocero

    LINDO RELATO"·

    09/01/11 07:01

  • Beth

    Gracias, Códigocero. Pero viene desde muy atrás, quizá así, en solitario, no se entienda bien. Es una historia de unas 150 páginas que ahora mismo estoy casi acabando. Te agradezco que lo hayas leído

    09/01/11 07:01

  • Norah

    La miré fijamente, y asintió en silencio. Mis ojos nunca han podido ocultar lo que siento, cada vez mejor amiga, esa fease final estupenda.Beso grande.

    10/01/11 03:01

  • Beth

    Ya queda poco Norah. Se avecinan acontecimientos, quiero pensar. Besos

    10/01/11 08:01

  • Serge

    Beth:
    Como se dice donde hubo fuego cenizas quedan.
    Amita entiendo el sentir de Esther; pero no te sientas mal escuchala y has lo que tu corazón te dicte.

    Un ronroneo de protección.

    Sergei.

    09/02/11 03:02

  • Beth

    Ay y que falta me hacen tus ronroneos, Alteza, para sentirme querida y segura

    09/02/11 04:02

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