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La Casa de la Colina 52

Ya no me volví a dormir, pero me quedé en la cama, al calor de las mantas y del cuerpecito de Martín, que respiraba acompasadamente a mi lado. Pensé en los últimos acontecimientos, en lo que había sido mi vida desde un par de meses atrás. Había muchas cosas que me desbordaban, que me hacían preguntarme si no estaría loca de remate. ¿Puede un fantasma tomar cuerpo e influir tanto en otra persona? Aunque si había de creer todo lo que en el diario de Jaime había leído, en realidad él ya estaba trastornado antes de encontrarse en el sótano con el fantasma de Alvar. No sabía qué creer, por más que la cabeza me dolía de darle vueltas a todo el asunto. Me vino bien que Esther tocase a la puerta, porque al menos un rato de charla me distraería de mis preocupaciones. Le dije que pasase, y se sentó en la cama.
-¿Os ha dejado dormir?-preguntó señalando al niño.
-Sí, se ha portado como un angelito. Si no hemos dormido no ha sido por él, sino por la llamada de comisaría.
-Ya se, Lucas nos lo ha contado antes de irse. ¿Cómo crees que ha pasado?
-No tengo ni idea. Pero es ya la segunda vez que hay un incendio; aunque la primera en realidad no fue en la casa, sino en uno de los cobertizos. Veremos lo que se ha podido salvar. La mayor parte de mis cosas, de mis recuerdos, estaban ahí.
-Al fin y al cabo, son solo cosas materiales.
-Sí, es cierto. Pero también, muchas de ellas, irrecuperables si se han perdido. Es más bien por el valor sentimental, no porque tuviese obras de arte ni muebles de gran valor.
Finalmente me puse una bata por encima del pijama y fuimos hasta la cocina, donde preparamos chocolate caliente para los tres, pues Ricardo estaba también levantado. Estábamos empezando a tomarlo cuando entró Lucas, y con él la cocina se llenó de olor a humo.
-¡Qué peste!-le dije, arrugando la nariz cuando me acerqué a besarle. Ni te pregunto; cuando traes este olor será que ha ardido hasta los cimientos.
-Es de piedra, así que la estructura se ha salvado, pero poco más.
Se dejó caer en la silla que le acerqué, y se restregó los ojos, enrojecidos por el humo y la falta de sueño. Por su aspecto, juraría que tenía más noticias que darme, y no parecía que fuesen buenas. Le animé con la mirada a que hablase.
-Jaime ha muerto.
Busqué el apoyo de la silla de Lucas para no caerme al suelo, y él me tomó por la cintura e hizo que me sentase. No era capaz de hablar. Esas tres palabras me habían tomado por sorpresa, y aunque significaban que nunca más tendría que preocuparme de que representase un peligro en mi vida, también significaba el fin de muchas cosas, de muchas vivencias pasadas y de una etapa que se iba para no volver.
-¿Cómo ha sido?
-En el incendio.
-No entiendo. ¿Qué hacía él allí? Se supone que estaba arrestado.
-Y lo estaba. Pero cuando le interrogaron mencionó que en el sótano guardaba pruebas de otras muchachas a las que había matado, además de las de Francia y Portugal, así que dos policías le acompañaron a la casa para que se lo mostrase.
De repente entendí muchas cosas.
-Fue él quien provocó el incendio, ¿verdad?
Lucas asintió en silencio.
Entró en el sótano y se encerró allí. No sé si tenía gasolina almacenada, pero lo cierto es que antes de que mis compañeros pudiesen reaccionar, aquello empezó a arder como una tea.
-¿Ellos están bien?
-Sí, perfectamente.
Pero en vez de seguir hablando, se detuvo, como dudando si continuar.
-¿Hay algo más?-le pregunté, desconcertada. Creía que por hoy el cupo de desgracias estaría al completo.
-Había dos cadáveres en el sótano. Jaime y otro hombre.
-¿Quién?-seguí preguntando.
Pero Lucas se encogió de hombros. Me dijo que el forense tendría que hacer las autopsias de los cuerpos a ver qué podía descubrir, aunque estaban en tan mal estado que no tenían muchas esperanzas.
Una extraña idea iba haciéndose hueco en mi cabeza, aunque a todas luces se tratase de algo descabellado; y que desde luego no me atrevía a decir en voz alta a nadie. Pero estaba segura de que el segundo cuerpo pertenecía a Alvar, o por lo menos al extraño ser que Jaime mencionaba en su diario. Poco a poco, por más que quisiese negar la evidencia, cada locura de las contadas por Jaime se había ido confirmando con hechos. Yo no era una crédula ignorante, pero había en mi mente la suficiente apertura para darme cuenta de que no lo sabemos todo, y a veces la realidad se abre paso de extrañas maneras. Pasé los siguientes días en una especie de bruma, esperando noticias del forense, sobre todo porque Jaime, mal que me pesase, había sido mi marido, y habría que enterrarle. No tenía más familia que yo, y por tanto tenía que hacerme cargo de todos los trámites. Sin embargo, fue Lucas, bendito fuese, quien me libró de esa desagradable tarea y corrió con todo el cargo de la situación. El padre Avelino ofició el funeral y fue lo suficientemente discreto como para no preguntarme nada. Yo sabía que la gente hablaba, y mucho, porque esta extraña situación en un pueblo pequeño, y relacionada con una casa que ya tenía mala fama, era un campo de cultivo para los comadreos. Pero de mi madre aprendí que el mejor remedio a la maledicencia es hacer caso omiso. Al fin, quienes hablan, si no se les da pábulo, acaban cansándose.
Cuando había pasado ya más de una semana de todos los hechos, me llamaron de la notaría para que me presentase, como viuda de Jaime, en el acto de lectura del testamento. Lucas me acompañó; pero a pesar de todo estaba nerviosa. No tenía ni idea de que Jaime hubiese hecho testamento; nunca hablábamos de esas cosas. El notario era un hombre de mediana edad; de aspecto serio y reconcentrado, que me saludó de manera educada, pero no se detuvo en darme el pésame, lo cual agradecí, porque en caso contrario me hubiese sentido demasiado hipócrita. No tardó mucho en informarme de que Jaime me había nombrado única heredera; y no me sorprendí, porque al fin y al cabo sólo me tenía a mí. Pero si me sorprendió descubrir el enorme montante de la herencia; una herencia que no quería, que me quemaba las manos. Le pregunté al notario qué tendría que hacer para renunciar a ella, y me rogó que lo pensase durante unos días, que no me precipitase al tomar una decisión.
-Piense-me aconsejó- que si usted no quiere ese dinero para sí misma, quizá pueda usarlo con algún buen fin.
-¿Con un buen fin?-repetí, estúpidamente. No le entendía.
-Quiero decir-aclaró, recolocándose las gafas-que podría hacer una especie de donación a quien lo necesite, obras de caridad…En fin, aquello que se adecúe más a lo que usted piense que son buenas obras. Al fin y al cabo, su marido quiso que el dinero fuese suyo; fue su última voluntad.
Le agradecí su consejo y cuando salimos del despacho le prometí que en un par de días le diría lo que hubiese decidido. Mientras regresábamos a casa me detuve a pensar en esas palabras; “la última voluntad de Jaime”. Y me estremecí, porque eran muy ciertas; había sido su última voluntad. El testamento llevaba fecha de apenas unos días antes de su muerte. ¿Pensaría en algún momento de lucidez en acabar con su vida? Siempre tuve la sensación de que en Jaime había dos personas que pugnaban en una lucha sin tregua para que una de ellas ganase la partida: el Jaime que yo había considerado mi amigo, casi mi hermano, que era tierno y generoso, y ese otro Jaime oscuro que podía convertirse en un asesino sin compasión.
Beth10 de febrero de 2011

4 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    Realmente Jaime estaba enfermo e hiciste bien en tenerle compasión.
    ¿Qué vas a hacer con la fortuna?
    Pienso que no estarías obrando mal si decides quedarte con ella, al fin y al cabo tú fusite su esposa; pero eso es algo que sólo tú debes decidir.
    Las obras de caridad también son una buena opción, podrías ser la benefactora de algún hospital o que sé yo.

    Un abrazo fuerte amita.

    Sergei.

    10/02/11 02:02

  • Beth

    Ay gatito, ¿también eres adivino? No quiero adelantar acontecimientos pero creo que al dinero de Jaime le voy a dar buen uso. Yo no lo necesito. Tendré que hacer horas extra escribiendo cuentos infantiles para alimentar al bebé y a los nuevos gatitos, supongo

    10/02/11 02:02

  • Norah

    Siempre tuve la sensación de que en Jaime había dos personas que pugnaban en una lucha sin tregua para que una de ellas ganase la partida: has `plasmado muy bien los quizas mil otros que nos habitan, beso inmenso.

    11/02/11 03:02

  • Beth

    Es que yo pienso, Norah, que nadie es un ángel o un diablo en su totalidad. En todos nosotros reside la dualidad, aunque siempre acaba venciendo una parte. En el pobre Jaime está claro que ganó el diablo. Otro beso para ti

    11/02/11 09:02

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