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La Casa de la Colina

Fue un jueves por la tarde, cuando el sol estaba escondiéndose entre las montañas y el aire empezaba a enfriarse, anunciando ya la llegada del crepúsculo, cuando supe que mi marido intentaría, en algun momento, matarme. Y también supe que yo no iba a permitirlo, y que dedicaría hasta mi último aliento a impedírselo. Con este sentimiento en lo más hondo de mi corazón, sentada en la mecedora del porche de mi casa y mirando a esas montañas que me han visto nacer y que guardarán en su alma de piedra mi último aliento, me arrebujé en el chal que me cubría los hombros y me hice el firme propósito de luchar por mi vida, y de buscar toda la ayuda que fuese necesaria. Sabía a quien recurrir, y sabía también que nunca me la negaría.
Más tranquila por la determinación que había tomado, entré en la casa. Jaime, mi marido, estaba de viaje, lo cual me daba la tranquilidad y la paz de no tener que fingir una armonía entre nosotros que ya no existía. Él no debía saber que yo sabía. Tendría que estar muy alerta para que nada en mi actitud, en mi forma de hablar, en mis silencios, o incluso en mi mirada, le diesen la más mínima pista de que le había descubierto. Cerré con llave todas las puertas, incluso la trasera, y aseguré las ventanas. Mi casa se alza en lo alto de una colina; tiene unas preciosas vistas hacia las montañas circundantes y domina todo el valle, pero en contraapartida, es tremendamente solitaria.
Esta casa que me acoge y me protege tiene más de cuatrocientos años y siempre ha sido de mi familia. Mi abuela me la dejó en herencia, y estaba en tan mal estado que todos mis amigos y conocidos me tacharon de loca y de excéntrica cuando decidí repararla para vivir en ella. El tejado estaba hundido, el jardín era un laberinto de maleza y el interior era el habitáculo ideal de murciélagos, arañas, ratones y demás alimañas. Prácticamente lo único que se mantenía bien eran sus gruesas paredes de piedra, que me protegen del frío en el duro invierno de la montaña, pero también del calor excesivo cuando llega el verano. Su remodelación me costó mucho tiempo, dinero y sobre todo paciencia con el ejército de albañiles, fontaneros, carpinteros y electricistas que por aquí camparon a sus anchas durante un año. Pero por fin, cuando estuvo terminada, pude disfrutar del resultado. Es el refugio que siempre soñé, porque odio la ciudad y todo el hacinamiento que representa. Pasé los primeros años de mi vida en esos caóticos bloques de edificios en donde uno se entera de cuando el vecino se ducha o usa el baño, y es consciente de las penas y alegrías de todos los que le rodean, aunque probablemente no reconoce su cara cuando le ve cada mañana en el ascensor. Lo único que nos resulta familiar son las voces. Por eso esta casa se convirtió en mi sueño; está alejada de todo, pero lo suficientemente cerca si se desea; pues a la ciudad más próxima hay apenas una hora de camino. Mi trabajo me permite la soledad, y aún diría que la agradece, porque me dedico a escribir libros. Empecé trabajando en una editorial, como correctora, pero después de leer cantidad de manuscritos de dudosa calidad y menos originalidad, me decidí a escribir algo; un volumen de cuentos para niños que le presenté a mi jefe con un sentimiento de miedo y vergüenza. Yo fui la primera sorprendida cuando accedió a publicarlos; y desde hace cinco años he publicado tres libros, con bastante éxito de ventas.
Siempre he oído decir que los perros acaban pareciéndose a sus dueños, y puede que sea verdad. Pero pienso que también las casas y quienes las habitan acaban viviendo en una extraña simbiosis. Y algo así me ha pasado a mi, que me he transformado en los dos años que llevo en “La casa de la colina” como la llaman en el pueblo.

Mucha gente se extrañó cuando la ocupé, porque la casa no tiene lo que se dice buena prensa. Aquí, hace más de doscientos años, hubo un crimen. Un antepasado mío asesinó a su esposa cuando, al volver de un viaje a Venezuela, después de haber estado ausente cinco años, la encontró embarazada. El mismo acabó suicidándose en su celda antes de que se celebrase el juicio. La historia me parecía muy triste, pero no hizo que desistiese de mi deseo de ocuparla. No soy supersticiosa y no creo en las casas encantadas, y menos en los fantasmas. O debo decir que no creía; ahora, algunas noches, cuando escucho ruidos que llegan del sótano y el desván y oigo sonidos que se parecen al lamento de una mujer, he llegado a pensar que quizá me convenga revisar mis creencias. Pero no son los fantasmas quienes me dan miedo, porque aún en el caso de que existan, no pueden hacerme nada malo; si acaso, que me desvele por las noches. Lo que me asusta es la persona con quien comparto mi vida desde hace diez años. He descubierto un Jaime nuevo, que no conocía; y no puedo decir que me guste. La trasnformación es reciente y sutil, pero está ahí, en su cabeza, en cada poro de su piel. Y me produce temor. Pero él no debe darse cuenta de que le veo de manera diferente. Debe verme serena y confiada, como siempre. Al menos hasta que pueda contactar con la única persona en el mundo a quien puedo recurrir.
Beth15 de septiembre de 2010

11 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    "Siempre he oído decir que los perros acaban pareciéndose a sus dueños, y puede que sea verdad. Pero pienso que también las casas y quienes las habitan acaban viviendo en una extraña simbiosis. Y algo así me ha pasado a mi, que me he transformado en los dos años que llevo en “La casa de la colina” como la llaman en el pueblo".

    Amiga me gusto ese relato.
    ¿Quién es esa única persona a la que puedes recurrir?
    Amiga ojalá que estes equivocada y tu marido no te quiera matar.

    Saludos.

    Sergio.

    15/09/10 04:09

  • Beth

    A mi espero que nadie me quiera matar, no soy tan importante. Es que siempre que hago relatos hablo en primera persona, para meterme más en el personaje.

    15/09/10 05:09

  • Bierrodot

    Me has encantado, como siempre. Un relato excelente. Me llevo grabado lo del marido que asesinó a su esposa por estar embarazada, por mis rumbos, donde vivo, es común hacer eso, o hacerla abortar a golpes. Excelente, te repito.

    SALUDOS!

    PASA POR MIS BANALES TEXTOS

    15/09/10 05:09

  • Beth

    Jesús, hacerla abortar a golpes. Cuanta violencia. Nunca he escrito algo así, sobre temas violentos, y quiero probar, a ver qué sale. Me temo que nada de calidad, porque me falta práctica. Pero si nunca pruebo, nunca aprenderé, ¿no?

    15/09/10 05:09

  • Bierrodot

    Pues... tienes razón. Tú escribe, tú crea. Lo demás, pasa a segundo término.

    15/09/10 06:09

  • Danae

    Todo el relato respira misterio y una simbiosis extraña entre la casa y sus habitantes. La atmósfera decadente y expectante está muy bien lograda. Muy bien por ti, amiga.
    Un beso.

    15/09/10 09:09

  • Beth

    Muchas gracias, Dánae. Espero ser capaz de seguir adelante

    15/09/10 10:09

  • Vocesdelibertad

    Misterio total, eres de verdad una escritora a toda prueba, tomas desde el inicio y me dejas con ganas de saberlo todo.
    Un abrazo Beth

    16/09/10 06:09

  • Beth

    Gracias, querida Voces. Este relato me cuesta porque son temas que nunca he tocado y lo estoy simultaneando con otro bastante distinto. Acabaré mezclando las cosas, ya verás

    16/09/10 06:09

  • Nemo

    Inicio este viaje... lo que he visto es que esa casa atrae como un imán.
    Seguiré a ver sucede...

    28/10/10 05:10

  • Beth

    Espero que pueda atraparte, querido Nemo. En el mejor de los sentidos, se entiende

    28/10/10 05:10

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