TusTextos

La Real Orden de Las Perdularias 10

Como ninguna fue capaz de contestarle, ella se vio obligada, con bien poca vergüenza, a insistir.
-Pues no sabéis lo que os estáis perdiendo. Hay cantidad de artilugios con los que una chica se lo puede pasar bien.
Luisa Fernanda se removió en su silla como si la pinchasen con alfileres. Su cara parecía una amapola. Ella que presumía de que su marido nunca la había visto desnuda y ahora tener que humillarse con soportar esta conversación, y a cargo de su prima, para más inri. Pero Anastasia siguió, impertérrita, cantando las alabanzas de todos esos aparatos e incluso sacó de su bolso una especie de panfleto con fotos de los susodichos juguetes. Por más que nos pesase, todas nos acercamos a cotillear; y la más inocente de todas, Leticia, fue la primera que habló.
-¿Y esos fluorescentes salen muy caros?
Esta chica era así, una pobre pánfila que siempre abría la boca en el peor de los momentos. Pero mi abuela solía decir que todas las cosas, incluso las que nos parecen peores, suceden por algo y para algo; y esto sirvió, con la ayuda del chinchón y el whisky, a que todas bajásemos un poco la guardia. Sara Patricia fue la primera en soltarse la melena.
-Yo de estas cosas no se demasiado, pero de perversiones…un rato largo.
-Mujer, siendo psicóloga, tampoco es tan raro. Me imagino que tendrás la consulta llena de chalados, de todos los sexos-aclaré-porque en todos los sitios cuecen habas.
Pero me llamó la atención que bajase la cabeza, como arrepentida de lo que había dicho. Le di una patadita por debajo de la mesa.
-¿O no son tus pacientes los perversos? Venga…ahora que has empezado, no nos dejes en ascuas.
-No puede contar los secretos de sus locos-adujo Leo, con extraordinaria falta de tacto.
-No son locos-se defendió ella, muy digna. Y además, esas cosas no las se por mis pacientes.
-¿Entonces?-preguntamos a la vez Anastasia y yo. Y me sentí algo molesta de coincidir en algo con ella.
No parecía dispuesta a soltar prenda, pero tanto le insistimos que al final, tras otra ronda de chinchón, decidió hablar.
-A ver, yo siempre he sido una persona bastante normal en temas sexuales.
-Dependiendo de lo que se entienda por normal-remachó Luisa Fernanda, con cara de pocos amigos. Pero se calló inmediatamente al ver el gesto furibundo de Leo.
-Cuando Andrés me dejó en la estacada tuve una época muy mala en cuanto a mi autoestima y yo misma me impuse la tarea de levantarme la moral.
-¿Cómo de alta?-quise saber.
-Hasta el infinito y más allá-me contestó, sonriendo ladinamente. Y reconozco que Pablo me ayudó bastante.
-¿Pablo era aquel chico, estudiante de Económicas, que parecía tu hijo?-le preguntó Leo con todo descaro.
-Todo lo más, mi hermano pequeño. Si, ese era. Aparte de que estaba de toma pan y moja, hay que reconocer que era muy vicioso, casi pervertido, diría yo.
-¿Qué hacía?-preguntó Claudia, que se había mantenido callada todo el rato y con cara de susto.
-Todo lo que os podáis imaginar y más. Pero lo que hizo que pusiese los pies en polvorosa fue el día que me invitó a su casa y descubrí que en el salón, en el sitio que suele ir la mesa de centro, tenía un potro.
-¿Y para qué quería un caballo en su casa? Menudo olor a establo debía de haber-dijo Leticia torciendo la boca con disgusto.
-Esta chica es tonta de remate.
Y creo que con esa frase resumí lo que todas pensábamos.
La aludida nos miró con los ojos muy abiertos; parecía un búho preguntándose qué había pasado.
-¿Es que no os resulta extraño que el chico tuviese en el salón un caballo?
-Tú de pequeña te caíste de la cuna y te diste un golpe muy fuerte en la cabeza, ¿verdad?-le preguntó Leo.
Pero yo le hice un gesto con la mano para que lo dejase. Leticia es así y debemos acostumbrarnos a que nunca cambiará. Es un ser inocente, que todo se lo toma al pie de la letra y así le va en la vida, saltando de cafre en cafre, cada uno de ellos un poco peor que el otro.
-Tú no le hagas caso, cielo. Atiende a la conversación y luego te explico-le dije, más para que se callase que por otra cosa. Y tú, sigue-le ordené a Sara Patricia. Nos tienes a todas en ascuas.
-Pues no hay nada más que decir. En cuanto vi aquel instrumento de tortura medieval y unas esposas rematadas con lazos negros al lado de un capuchón semejante al que en las películas llevan los verdugos, me largué con viento fresco y no paré de correr hasta llegar a mi casa y darle dos vueltas a la llave.
-Pero tú ya sabías que era algo viciosillo, no lo niegues-la acusó Laura.
-Si, y tú sabías que Eusebio era un zopenco y te pasaste tres meses limpiando mierda de cerdo-le contestó ella.
-No es lo mismo. Y no quiero volver a hablar del zopenco ese.
-Haya paz; no vamos a pelearnos por quien ha sido más boba con los tíos. Todas las que aquí estamos, en algún momento, hemos metido la pata-les dije.
-Yo no-negó Luisa Fernanda con gesto remilgado, atusándose el pelo y retocándose los labios frente a su espejito de mano. No se por qué motivo se me vino a la mente la madrasta de Blancanieves.
-Tú a callar-le mandó Leo. Tú ya has metido la pata cuando te casaste con ese estirado de marido que tienes. Me apuesto las pestañas postizas a que lleva calzoncillos largos y braguero. Si tú no sabes lo que es un orgasmo, frígida del demonio.
Luisa Fernanda se llevó la mano al pecho y abrió la boca como si le faltase el aire. Me acerqué a ella con un vaso de agua y la obligué a que tomase un trago. Temía que le diese un soponcio. Estaba encarnada y furibunda como un toro a punto de embestir. Cuando se recuperó un poco, empezó a hablar con una voz chillona que en nada se parecía a la suya.
-No he venido aquí para hablar de mis orgasmos; que los tengo, para que lo sepas; y se los ofrezco todos al Señor.
Ya no pude más. Estallé en carcajadas y me dejé caer en el sofá, espatarrada, olvidando por un breve momento aquello que me había enseñado mi madre, a saber, que una verdadera señora siempre se sentaba con las piernas juntas.
-Esto es lo más surrealista que he oído en mi vida. Os juro que lo mejor que me ha pasado es conoceros, porque a vuestro lado me siento cuerda, dueña de mi misma y normal. Y dicho esto, creo que toda esta depravada conversación empezó por esas cosas que están ahí, en las fotos-dije, señalando acusadoramente las revista que Anastasia había apilado pulcramente en el centro de la mesa, al lado de las botellas de licor y las copas. Yo voto por que hagamos una reunión de esas. Al fin y al cabo, no perdemos nada.
-La vergüenza, en todo caso-remachó Luisa Fernanda, ofendida todavía.
-Pues va siendo hora, creo yo-adujo Leo. La mayoría estamos más cerca de los cincuenta que de los cuarenta y no necesitamos la vergüenza para nada.
Beth02 de abril de 2012

6 Comentarios

  • Davidlg

    jajajajjajajajajjajajajajajajajajajajja.

    -No he venido aquí para hablar de mis orgasmos; que los tengo, para que lo sepas; y se los ofrezco todos al Señor.

    jajajajajajajajajajajajajajajajajajajaj.

    Eso sí que es depravado, no me quiero ni imaginar. jajajajajaja

    Creo que voy tener que irme a confesar. jajajjajajja

    hay bueno, ya paso... no es cierto jajajajajjajaaja

    03/04/12 12:04

  • Beth

    Bueno, pobrecilla Luisa Fernanda, cada uno le ofrece al Señor lo que puede; ¿no es cierto? Si ella quiere ofrecerle sus orgasmos, pues bendito sea Dios.

    Buenas noches y buen descanso, aquí ya es mañana

    03/04/12 12:04

  • Buitrago

    jejeje fantastico, aqui lo dejo por evitar extenderme con lo evidente jejeje
    un abrazo

    Antonio

    03/04/12 12:04

  • Beth

    Gracias Antonio, tienes razón, tampoco hace falta más, ¿no?

    03/04/12 05:04

  • Danae

    Hay un dicho que dice (valga la redundancia) que la vergüenza era verde y un burro se la comió ... Al fin y al cabo, hay un tiempo para todo, y todo a su tiempo ...
    Creo que el tiempo va poniendo a cada perdularia en el lugar que a su tiempo le corresponde. La verdad, creo que manejas esos tiempos magníficamente, pues no hay duda de que eres una magnífica narradora, Beth. Me encantan tus perdularias.
    Un beso admirado.

    18/04/12 11:04

  • Beth

    Gracias por leer estas historias y a mis perdularias, querida Danae. Es cierto que conforme ganamos años, arrugas y canas, también vamos perdiendo poco a poco la vergüenza. A la pobre Claudia, como es joven, todavía le queda mucho.

    Un beso enorme

    18/04/12 11:04

Más de Beth

Chat