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La Real Orden de Las Perdularias 14

Hablábamos por teléfono y a través de nuestros correos desde hacía meses pero ninguno de los dos había dado paso alguno para vernos de nuevo. Nos separaban más de quinientos kilómetros, pero ese no era el problema principal; en una hora de avión estaríamos juntos. Creo que ambos teníamos miedo, más del que éramos capaces de confesar. Me quedé callada, paseando por mi cuarto con el inalámbrico en la mano. Me detuve para colocar bien el edredón encima de la cama, alisando arrugas imaginarias, alineando los almohadones, cambiando de lugar los cepillos del pelo y los botes de crema encima del tocador. Como siempre que estaba nerviosa, me calmaba hacer algo mecánico con las manos.
-¿No me dices nada? Si no quieres verme, dímelo al menos, ¿no?
-Alexander…no, no es eso. Es que me has pillado de sorpresa.
-Pero ya te imaginarías que algún día tendríamos que volver a vernos, ¿no? ¿O eres de las que solo quieres relaciones virtuales?
-No, claro que no-volví a negar. Bueno, ya sabes.
-Tienes miedo.
No preguntaba, sino que estaba haciendo una afirmación, con su voz de siempre, tranquila y pausada.
-Pues si te consuela, yo también lo tengo-me confesó. Igual es hasta normal que tengamos cierto miedo, pero, Guiomar, yo tengo ya cincuenta y dos años, no me sobra el tiempo. Tendré que aparcar el miedo y seguir viviendo, ¿no te parece?
-Me parece-le contesté, dándome cuenta de que tenía razón. Bien, no sé cuándo habías pensado que nos viésemos, y donde. Yo podría disponer del fin de semana próximo, desde el viernes a las doce hasta el lunes por la mañana.
-Pues ven a mi casa entonces en esa fecha.
-No, a tu casa, no. No estoy preparada para eso todavía. Quiero que sea en terreno neutral.
-Entiendo entonces que tampoco me invitarás a la tuya.
-No lo tomes a mal, Alexander, prefiero que nos veamos en un hotel, la primera vez- añadí, pensando que como siguiese haciéndome la difícil igual no habría una segunda.
-Bien, como quieras. ¿Me dejarás que busque yo el hotel?
-Si, eso si, tampoco es que lo tenga que controlar todo.
No me contestó, pero su risa contenida al otro lado de la línea fue suficiente.
Aquella tarde, como por casualidad, aunque ya me he dado cuenta hace tiempo que hay pocas casualidades, Laura me llamó para invitarse a cenar. No tenía ganas de preparar nada pero ella se ofreció a traer comida y no supe negarme; quizá porque me di cuenta de que tenía algo que decirme. Y no me gustaba la sensación que se me estaba aposentando en el estómago. Laura había propuesto traer comida mexicana y esto solo lo hacía cuando estaba muy desesperada. ¿Habría vuelto el gañán de los cerdos o las gallinas? Dios mío, ¿Cuándo tendría algo de paz en mi vida? Por unas o por otras, cuando no era por mi misma, mi vida daría no para una novela trágica, sino para uno de esos culebrones que duran tres o cuatro años, en los que la protagonista resulta ser la hija secreta de la mala malísima que la abandonó al nacer y que, no sabiendo quien es, ahora la ha dejado sin trabajo, la ha atropellado con el coche dándose a la fuga y encima se ha liado con su marido.
A las nueve en punto Laura tocó al timbre. Venía vestida totalmente de negro y eso ya me preparó para enfrentarme al desastre. Laura se viste según se vea el aura al levantarse de la cama; puede ser azul pálido, lila desvaído, rosa chicle, color aguamarina…marrón o tal vez gris. Pero solo se viste de negro cuando las cosas van muy mal y piensa que la buena suerte la ha abandonado. Entró en la cocina y dejó su cargamento encima de la mesa después de darme un abrazo sin fuerza. La vi pálida y con los ojos hinchados, como si hubiese estado llorando.
-¿Viene alguien más a cenar?
-No, ¿por qué lo preguntas?
-Porque has traído comida para un regimiento.
-No, estaremos las dos solas. Pero yo estoy muy mal y necesito comer mucho.
Una de las características de Laura es que se pasa la vida controlando las calorías y sobre todo alimentándose de comida sana; menos cuando se encuentra deprimida, que es capaz de zamparse dos tabletas de chocolate de una sentada, y de postre un paquete grasiento de patatas fritas o de cortezas. Pero ya cuando elige burritos y guacamole es que la cosa va rematadamente mal. Yo, en previsión de lo que me esperaba y en favor de mi estómago, había preparado una ensalada de canónigos y rúcula. Apenas nos habíamos sentado empezó a comer desaforadamente, haciéndolo bajar todo con grandes tragos de tequila. La noche prometía ser animada. La dejé hacer mientras picoteaba mi ensalada y la miraba de reojo como engullía la comida como si le fuese la vida en ello. Cuando ya no pudo más apartó el plato de si con asco y después de limpiarse los labios con la servilleta y beber de un trago el tequila, me miró de manera acusadora.
-¿Por qué me has dejado que me llene como una cerda? Ahora tendré que hacer una semana de dieta depurativa. ¿Y tú eres mi amiga?
No le contesté; a eso seguiría una tanda de reproches por cosas que habían sucedido muchos años atrás, y tal vez algún insulto; siempre pasaba lo mismo; lo único que podía variar era el orden en que sucedían las cosas.
-Pero no sé por qué me asombro. Eres la misma que cuando teníamos nueve años me diste una paliza en el patio del colegio.
-Tú me mordiste antes-le respondí sin inmutarme.
-Si, pero tú me habías roto el lazo rojo.
-Eso fue cuando teníamos siete años.
-Me da igual-me respondió con voz de víbora. En todo caso recuerdo perfectamente como te pasaste una tarde entera hablando de Goethe con aquel chico que me gustaba, y el muy zopenco se pasó ya todas las vacaciones detrás de ti y a mi no me hizo ni caso.
-Te recuerdo que yo en aquel momento ya salía con ese gilipollas con el que luego me casé y ese poetastro al que le ibas detrás me importaba tres pepinos.
-Si, pero igualmente me hiciste sufrir-vociferó, empezando a llorar.
Era la señal para que la abrazase y le preguntase qué le pasaba. Ella se haría de rogar unos cinco o diez minutos y luego me lo contaría todo. Suspiré, cansada. Menos mal que era una buena amiga, porque cada vez me costaba seguir sus delirios. Por fi, siete largos minutos más tarde, empezó a contarme sus problemas con voz entrecortada.
-Mi hija Ana quiere ser monja.
La aparté de mi para mirarla a la cara y también porque me estaba dejando la blusa perdida de lágrimas y mocos.
-¿Cómo que monja? ¿De las de verdad, las que llevan hábito y rezan?
-¿Pues cuales si no?-me preguntó enfadada, sonándose la nariz.
-Por un momento pensé que quería entrar en nuestra orden.
-Ojala fuese eso. Sería un mal menor.
-Pues no lo entiendo. ¿Acaso tu hija es religiosa? Es la primera noticia que tengo.
-Yo también. Si no había pisado una iglesia desde que se confirmó a los catorce años.
-¿Entonces?
-En la Universidad ha conocido a una gente muy rara y…ya ves-dijo, extendiendo las manos en un gesto de impotencia.
-Pues si que andamos bien-susurré para mi misma.
-Pero eso no es lo peor
Le hice un gesto para que siguiese hablando. No soporto los misterios ni los silencios.
-Mi suegra me visita-me dijo en voz baja, acercando su boca a mi oído. Apestaba a alcohol. Y pensé que debía de estar muy borracha, dado que su suegra, una bruja con toda las de la ley, llevaba diez años dando malvas, gracias a la divina providencia y después de haberse llevado un disgusto monumental. Siempre pensé que se había envenenado al morderse la lengua en un ataque de soberbia.
Beth13 de abril de 2012

9 Comentarios

  • Buitrago

    jejejeje esas buenas suegras jejeje si es que quitao lo buenas le salen a la bendita las manitas de cerdo.... jejeje me paro antes de entrar en calor y jajaja
    lo dicho, a papel Beth, a papel
    saludos

    Antonio

    13/04/12 09:04

  • Beth

    Las suegras ya se sabe. Y conste que yo lo soy desde hace un par de años. Habría que preguntarle al chico lo que opina. De entrada a los dos nos gusta la cocina y solemos hablar mucho de los menús. Pero no se en privado lo que dirá de mi. Ahora bien, juro que cuando no me muera, no le visitaré para chincharle

    13/04/12 10:04

  • Creatividad

    Bueno, bueno,bueno. Lagrima tengo en los ojos, de tanto reirme, Beth. Que divertida eres, de verdad, no veas otra vez lo que me has hecho reir desde que comenzaste con tu amiga....parace que os estubiera viendo, y cuando la apartaste de tus brazos para mirarala....... Hacia mucho que no leia un libro tan gracio. Muy bien hecho!M encanta!

    Dsde luego, que recomiendo a todos, que cuando alguien este deprimido, solo tienen que entrar en el "Portal de Beth". Besos.

    14/04/12 12:04

  • Beth

    La verdad, de graciosa no creo tener demasiado. Quizá lo que soy es caústica y algo mordaz. Lo que pasa con las buenas amigas es que hay mucha confianza y ya se sabe lo que pasa cuando hay confianza...

    Y desde luego creo que los momentos complicados hay que saber llevarlos con mucho humor, porque las arrugas de la risa son mucho más hermosas que las del llanto. Donde va a parar, por Dios.

    Te mando un abrazo de buenas noches y mi gratitud por detenerte a leer mis desvaríos

    14/04/12 12:04

  • Creatividad

    Tiu lo has dicho: "Las arrugas de la risa son mucho mas hermosas que las del llanto". Muy bien.

    14/04/12 05:04

  • Davidlg

    Estimada, ilustre y bien ponderada amiga Beth! (qué adulador, pero todo, todito es cierto jjejeje) Tu texto magnifico como es costumbre, pero se me quedaron unas dudas y comentarios:

    "-No lo tomes a mal, Alexander, prefiero que nos veamos en un hotel, la primera vez- añadí, pensando que como siguiese haciéndome la difícil igual no habría una segunda."

    ¿Por qué no todas las mujeres piensan así? jajaja (es broma)

    Me pregunto si alguna vez Laura se ha vestido de rojo intenso...

    ¿Que son las cortezas?

    Pues yo siempre bebí el tequila sólo; tal vez por eso no lo acompañaba con la comida... después de ella hasta morir señores ¡cómo no!... pero nunca durante. Y mucho mejor el mezcal, espero que ya lo hayas probado.

    saludos, buenos días y el resto del fin de semana!

    14/04/12 05:04

  • Beth

    Pues no lo se, ¿qué quieren la mayoría de las mujeres? Guiomar tiene miedo y prefiere un hotel, neutral, porque la casa de uno es demasiado personal y teme entrar demasiado en la vida de Alexander, por si le hace daño. Esta chica es que es muy maniática, la verdad. Pues no se, el rojo le va más a Guiomar, de hecho es su color.
    Las cortezas son algo asqueroso: piel de cerdo tostada o algo así, con especies. Algo muy despreciable, ya te digo, y que le da por comer a esta cochina.

    Ya, pero tú eres mexicano, a los mortales de a pie el tequila nos pone...bueno, nunca lo he probado, la verdad, lo olí y ya me bastó para caer tumbada.

    Buen fin de semana también para ti

    14/04/12 11:04

  • Danae

    Nunca deja de sorprenderme el cúmulo de detalles que ofreces para que tengamos una foto exacta de todos tus personajes. Tienes un don hermoso, Beth. Y además, aunque dices que no eres graciosa, eres un genio de la comedia. Que lo cortés no quita lo valiente.
    Me siguen encantando tus perdularias.
    Un beso admirado (sin aliento a tequila).

    07/05/12 05:05

  • Beth

    Querida Danae, cada lectura tuya y los posteriores comentarios, me estimulan a seguir escribiendo, aunque últimamente estoy algo falta de inspiración. Un gran abrazo

    07/05/12 05:05

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