La Real Orden de Las
Perdularias 2
05 de marzo de 2012
por beth
Ahora que lo recuerdo, no he dicho que me llamo Guiomar. Mi madre me puso ese nombre nefando que ha dado lugar a muchas bromas porque es una romántica empedernida y le encantó de siempre Machado. Yo intento llevarlo con la mayor dignidad posible, pero a veces me desespera algo tener que dar explicaciones sobre mi nombre. Bien es verdad que como una de las hermanas perdularias se llama Sara Patricia
pues lo mío ha dejado de ser tan llamativo. Sara Patricia es hija de padres españoles aunque ella ha nacido en Argentina y lleva a gala su doble nombre, y exige que se la llame por los dos. Otra de las hermanas se llama Leocadia pero de común acuerdo y por miedo a su mal genio, todas la llamamos Leo. Y hacemos bien, porque aunque es una mujer encantadora, ha practicado kárate desde hace diez años, los mismos que lleva separada de su marido. Este sujeto solía pegarle enormes palizas casi a diario y ella las soportaba con estoicismo, hasta que un día le partió una ceja y un labio justo delante del espejo del vestíbulo. Y supongo que ver el reflejo de su propia sangre corriendo por su rostro le dio las fuerzas necesarias para partirle un paragüero de madera en la cabeza. Ese fue el detonante de la separación y también de que Leo volviese a retomar las riendas de su vida y se marchase de casa llevando consigo a sus hijos. Ahora no soporta que nadie le tosa y a la menor provocación saca las uñas y más que eso, impone las manos, aunque no para curar sino para partir ladrillos con un golpe seco si hace falta.
Reconozco que aunque yo soy la que peor genio tengo, también soy la menos peligrosa; sobre todo por mi poca prestancia física. Intento, de todos modos, suplirlo con una lengua muy ligera y sobre todo una mala idea digna de mejor provecho. En ocasiones mi ira desenfrenada se dirige a alguna de mis hermanas, pero ellas saben perdonarme. La pelea más sonada que recuerdo fue con Leticia, una de las perdularias que primero entró en la Orden. No sería capaz ahora mismo de concretar la causa exacta de nuestro enfado aunque si sé que fue por alguna cuestión de organización; es decir, de desorganización, que es algo que yo odio a muerte. Estuvimos dos meses sin dirigirnos la palabra y nos lanzábamos indirectas en las reuniones y mensajes a través de las otras hermanas. Hasta que ellas se cansaron y Leo nos amenazó a ambas con partirnos una silla en la cabeza para hacernos entrar en razón. Ante la contundencia de su amenaza no nos quedó otro remedio que hacer las paces; a regañadientes, eso si.
Leticia es buena chica pero tiene la firme creencia de que todo debe de hacerse de acuerdo a sus reglas. Y yo, como buena cáncer, no soporto que nadie me de órdenes. Por eso andamos siempre ella y yo a la que salta y ya hemos tenido algún que otro encontronazo. Las demás intentan poner paz entre nosotras, aunque no hay peligro de que llegue la sangre al río. En el fondo nos queremos y cuando ella perdió a su madre y luego tuvo que andar en desagradables pleitos con sus hermanos, fue a mi a quien recurrió, como su abogada pero también como a una amiga leal. Aunque no suelo estar de acuerdo en cómo maneja su vida y sus amores, no digo nada, y por varios motivos: el primero de ellos es porque creo firmemente que es de muy mala educación meterse en vidas ajenas sobre todo cuando no nos han pedido consejo, y luego porque no ando sobrada de tiempo ni de energías y me niego a desperdiciarlos en causas perdidas. Luchar contra molinos de viento no es lo mío. Ya he aprendido, creo que todas lo hemos hecho, que la relación de Leticia con el género masculino no es sana en modo alguno. Más bien tiene la mala fortuna de cargar siempre con aquellos seres inútiles y maquiavélicos que mujeres más listas y peores que ella van arrojando a la papelera como un pañuelo usado. Ella siente compasión por todo el mundo y sobre todo por los pobrecitos de ojos entornados y aire desvalido que le sonríen como perros de caza desahuciados. Dirige una empresa de publicidad y tiene a sus órdenes cincuenta personas a las que maneja sin que le tiemble el pulso pero en cambio no es capaz de tomar las riendas de su vida sentimental y ya hemos tenido que ir a recogerla unas tres veces a Urgencias después de unas cuantas tortillas de Valium y los consabidos lavados de estómago. La última vez nos tocó a Sara Patricia y a mi, y aunque yo intenté mantenerme callada, Sara Patricia no sabe lo que es el fino arte de la diplomacia. Apenas subimos a mi coche ella giró la cabeza hacia la parte trasera, donde Leticia yacía desmadejada como una muñeca de trapo y empezó a increparla sin compasión.
-Es la última vez que dejo un polvo a medias para venir a recogerte después de esas gilipolleces que se te ocurren. ¿Nunca has pensado en matarles a ellos? Sería más divertido, desde luego. Al menos ésta-dijo señalándome a mi con cierto desprecio-dejaría de ocuparse de estúpidos contratos de arrendamiento y podría ejercer de verdad el Derecho.
-El Derecho Civil no es de menos categoría que el Penal-le advertí-puede que solo llame menos la atención.
-No hablaba contigo-me contestó. Y en cuanto a ti-siguió en el mismo tono-mientras no te sacudas de encima las toneladas de tonterías que arrastras no aprenderás que los hombres son como las toallitas de un solo uso: te limpias y las tiras a la papelera.
Me limité a seguir manteniendo mi atención en el tráfico y no le contesté. Era inútil discutir con Sara Patricia. No se si debido a su estancia en Argentina o a verdadera vocación, era psicóloga. Hubo una época en mi vida en que necesité urgentemente ayuda profesional para superar alguno de mis muchos miedos y limitaciones. Pero preferí acudir a la consulta de un chico recién licenciado en la Universidad. La verdad es que no me sirvió de mucho, pero al menos pasé tres meses agradables recreándome la vista y cuando la terapia terminó, o mejor dicho, acabé el dinero que había destinado a gastarme en divanes, salimos juntos un par de veces. Al final la cosa no resultó porque yo le sacaba al buen mozo unos veinte años y además de que no me había curado de mis fobias a eso se sumó la tragedia de sentirme vieja y decrépita. A él no le importaba pero yo empecé a fiscalizar cada mañana mi cara en el espejo como si en ello me fuese la vida. Y me dije que hasta ahí podríamos llegar. A la primera ocasión me ligué en la consulta del médico a un señor de unos cincuenta y bastantes años, canoso, con la papada algo floja e incipientes problemas de próstata, pero que durante un mes me levantó la moral porque a su lado me sentía un floreciente pimpollo. Y eso es importante. Por supuesto que nunca pensé en llevármelo a la cama, pero sus cortejos trasnochados, los ramos de flores y los bombones me levantaron la moral de una manera tal que nunca, aunque me visite el señor alemán, podré olvidar a Evaristo. Si, ya se, hasta el nombre mata la libido. Nadie es perfecto.
Entre mis muchos defectos está el ligero problema de que me voy por los cerros de Úbeda. Toda esta perorata sobre mi desgraciada vida sentimental venía a que cuando Sara Patricia se enteró de que había ido a la competencia a intentar curar mis dudas existenciales, montó en cólera y me armó una trifulca que hizo temblar las paredes de la casa donde esa semana nos reuníamos, que para más inri era la mía.
-Perra, zorra sin corazón. Sabes que me cuesta llegar a fin de mes y le vas a dejar dinero a la competencia. A ese bergante le voy a denunciar al colegio de psicólogos. Seguro que te lo beneficias.
-Estás loca, nunca haría algo así.
Me sorprendí a mi misma de ser capaz de mentir con tanta osadía. Por aquel entonces, cuando íbamos por la cuarta sesión, he de confesar que ya pensaba en cómo sería nuestra primera noche de pasión. Pero hay cosas que nunca se cuentan.
-Ya; eso no lo crees ni tú. A Dios pongo por testigo que cuando necesite un abogado me rajaré las venas antes de recurrir a ti.
-Y harás bien. No quiero mezclar amistad y trabajo.
-Pero mezclas sexo y trabajo.
-Nunca, nunca me he acostado con ninguno de mis clientes.
-Ah, mala puta; pero piensas en hacerlo con ese bollycao al que le cuentas tus penas los jueves por la tarde.
Adios1844 lecturas, 7 comentarios
Sra. Beht:
Sin duda alguna puedo decirle que disfruto tanto de sus escritos, que si pudiera financiar la producción de su propio programa de tv lo haría sin pensármelo dos veces. También he notado que el tema de "los hombres" en La real orden de las perdularias, permanece en el escaparate de: desagradable, pero imposible de evitar. Esta situación instintivamente me conduce a reflexionar mis palabras; sería una necedad de mi parte intentar hablar en favor del género cuando de sobra es visto su errado proceder. Sólo puedo decir (aunque parezca un cliché) que: No todos somos iguales, algunos podemos estar más o menos enfermos, pero me considero un ser único. Y por eso me atrevo a afirmar que su nombre no necesita más explicación que la fortaleza de su dueña y esta misma le impone un valor distinto a cualquier personaje que utilice las mismas letras. Existe un dicho en mi país que dice: María no fue santísima sólo por ser María. Un placer saludarle de nuevo!