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La Real Orden de Las Perdularias 28

Cuando se marcharon recogí el servicio del té, fregué tazas y platos y me fui directamente a la cama. Estaba muy cansada; había sido un fin de semana extraño y lleno de emociones a cada cual más difícil de llevar. Hacía dos días que no había hablado con Alexander; él no me había llamado y yo no tuve tampoco las fuerzas necesarias para hacerlo. La última conversación que tuvimos fue el viernes por la noche, antes de cenar. Él estaba muy distraído, como deseando acabar la conversación y yo no quise forzar nada. Uno de sus defectos, quizá el que más me incomodaba, era su hermetismo. De vez en cuando sufría una especie de crisis en las que se encerraba en sí mismo y no había manera de hacer que saliese a la superficie. Me imaginaba que su vida no era nada sencilla; pero tampoco lo era la mía. Desde que me había contado lo de sus hijos era como si una barrera invisible, ligera pero consistente a la vez, se hubiese interpuesto entre nosotros. Y yo no sabía si iba a tener las fuerzas suficientes para derribarla. En el fondo mi personalidad era débil, por más que entre mis amigas me revistiese con una coraza de sensatez y coraje e intentase arreglar todos los problemas. ¿Qué podía yo arreglar si mi vida era un completo fracaso? En el fondo yo era un poco como la señora Francis de la que había hablado con Laura; me disfrazaba de un personaje que no era yo. ¡Y es tan cansado disfrazarse de fortaleza cuando no se tiene!
Me recosté en mis almohadas bordadas y me recubrí del amoroso contacto del edredón. Supongo que tendría que ver con mi inseguridad el que buscase siempre estar rodeada de las cosas que me daban confianza y que me hacían sentirme en mi casa. Miré la foto de Alexander encima de mi mesita de noche. Nunca me iba a dormir sin mirarla, era casi como mirarle a él a los ojos. Pero no sé por qué esta noche mirarle no me daba la calma acostumbrada. Intenté leer un rato pero estaba demasiado cansada y al final desistí. Lo mejor que podía hacer era intentar dormir para estar bien mañana. Tenía mucho trabajo esperándome en mi mesa de despacho, y pocas ganas de hacerlo. Si quería ser sincera conmigo misma, tendría que confesarme que el mundo del Derecho nunca me había gustado, pero para suerte o desgracia mía era lo único que sabía hacer y tenía que comer tres veces al día.
La tarde del martes la dediqué, apenas salí de trabajar, a hacer algo que detestaba, pero que era necesario: ir al supermercado y llenar la nevera. Mi hija iba a venir con su novio y pasaría en mi casa tres días; así que necesitaba provisiones y me enfrenté a la tediosa tarea de llenar el carrito con todo lo necesario. Mi hija no comía carne, al igual que yo, pero su novio si devoraba un chuletón de medio kilo sin que se le moviesen las pestañas. Compré mucha fruta y verdura y todo lo necesario para hacer galletas de avena y coco; a Irina siempre le habían encantado. Tenía ganas de verla; pero al mismo tiempo me daba miedo. Desde que me había separado de su padre algo se había roto entre nosotras. Nunca me había hecho un reproche claro, pero si que se había quejado de mi conducta con su abuela e incluso con su hermano. Me culpaba de haber roto la familia, y yo ya me había resignado a cargar con una culpa que realmente no me pesaba como tal. Había hecho lo que quería y creo que también lo que debía hacer. Siempre consideré estúpido y cobarde seguir con una situación artificial cuando ya los sentimientos no existen. Ahora mismo no podía hacer otra cosa que confiar en que Irina recapacitaría algún día y se daría cuenta de que las parejas y los matrimonios se rompen, pero el ligamento que une a una madre con sus hijos es una condena a perpetuidad y no desaparece ni con la muerte.
En precario equilibrio conseguí llevar mi carro hasta el aparcamiento y cuando ya tenía toda la compra colocada en el maletero, me volví asustada al ver que alguien me tocaba e hombro.
-Vaya, Madre Abadesa, tú también comes.
-¿Por qué me pegas esos sustos, bobaina?
Era Sara Patricia, que había aparcado en la plaza que estaba al lado de la mía.
-¿Nos tomamos un café? Lo necesito para enfrentarme a la tarea de comprar. El pasillo de los detergentes me deprime mucho-me dijo sonriendo.
-Venga, vamos, pero rápido, que llevo cosas congeladas.
Fuimos del brazo hasta la cafetería y ante sendos capuchinos empezamos a hablar a la vez, y también a la vez nos echamos a reír.
-Tú primero-me ofreció.
-No, venga, tú me has encontrado. Dispara, se te ve ansiosa.
-Pues sí, he de confesar que estaba deseando hablar contigo a solas. ¿Sabes lo de Laura?
-Sí, incluso he conocido a Mateo. Vinieron el domingo a mi casa y me lo presentó. Parece buen chico.
-No puede contarte nada de su enfermedad. Es secreto profesional-me avisó, con aire ofendido.
Me eché a reír en su cara.
-No seas patética. ¿De dónde sacas que yo quisiera interrogarte? Ya sé que es tu paciente y no puedes decir nada. Además, yo no soy la madre de Laura. Ya es mayorcita.
Se sintió como desengañada. Pienso que se había preparado concienzudamente para la pelea, para negarse a mis requerimientos, y como no le preguntaba, ahora se sentía ofendida.
-Ese alemán te ha dado algo que te ha trastornado. Esta no es mi Guiomar. La mía, la de siempre, me estaría amenazando con mil torturas si no le contaba con pelos y señales los traumas del muchacho.
-Pues siento desilusionarte. Hablé con él y me parece buena persona. Se nota que quiere a Laura y…al menos no tiene cerdos ni gallinas; creo que trabaja en un estudio de arquitectura, así que de ésta…de la mierda nos libramos.
Las dos nos echamos a reír.
-¿Y tú estás bien?-me preguntó.
Me encogí de hombros.
-Si, supongo. Como siempre.
-Pues pareces preocupada.
Suspiré. Desde pequeña tenía el hábito de preocuparme y cuando no encontraba problemas, me los inventaba. Pero ahora no era necesario inventar nada; tenía unos cuantos en bandeja.
-Bueno, no es el fin del mundo. Pero…el domingo vi algo que me dejó muy preocupada. Y no se qué debo o qué puedo hacer.
Beth20 de junio de 2012

20 Comentarios

  • Alatiel1

    Esperaré ansiosa la continuación.

    20/06/12 01:06

  • Beth

    Muchas gracias Alatiel, por la lectura y más a estas horas en que aquí al menos ya es mañana

    20/06/12 01:06

  • Creatividad

    Uy uy que le va a acontar lo del Domingo....Bueno, como siempre encantada por el capitulo. Saludos

    20/06/12 05:06

  • Beth

    Es que un secreto tan gordo digo yo que habrá que compartirlo con alguien para que pese menos

    20/06/12 10:06

  • Beth

    Gracias Sete. Yo también he visto esa serie, pero desde luego tienen más glamour que las mías, donde va a parar. Estas, las pobres, se defienden de la vida como buenamente pueden. Es lo que hacemos todas, de alguna manera, ¿no?

    Besos

    20/06/12 11:06

  • Nereael

    Jajaja, "devoraba un chuletón de medio kilo sin que se le moviesen las pestañas", tienes unos puntos muy buenos, Beth.
    Qué pena que se haya acabado cuando iba a soltar la bomba. A esperar el próximo fascículo.
    Un abrazo.

    20/06/12 02:06

  • Beth

    Ay...tenéis que permitirme esas pequeñas maldades. Si no dejo el capítulo en un punto misterioso...no me leéis. Besos

    20/06/12 02:06

  • Lumino

    Haces bien, siempre cortas invitando al siguiente capítulo. Lo seguiré. Saludos

    20/06/12 09:06

  • Beth

    Gracias Lumino. Para mi es un honor. Saludos cordiales

    20/06/12 10:06

  • Voltereta

    Perdona que no te comente, pero soy más de tus poesías que de tus relatos, creo que la poesía siempre nos muestra más intimos. Pienso que el relato por capítulos encadena al lector, a un comentario del que siempre he huido, aunque habiendo leído este, he de reconocer que no me importaría leer todo lo anterior y lo que ha de venir. Veo, que te mueves como pez en el agua, en la novela.

    Un saludo Beth.

    20/06/12 11:06

  • Beth

    Nada que perdonar, y mucho que agradecer. Tienes razón, en la poesía creo que todos, al menos yo lo hago, nos mostramos desnudos y sin tapujos. Quizá por eso mis poesías las conocen pocas de las personas cercanas a mi, es decir, las que forman parte de mi vida diaria. Sería como salir desnuda a la calle. Y...por eso me visto y creo personajes. A ellos también les hago decir cosas íntimas, y relato historias cercanas, pero ya no soy tan yo, es como si moviese marionetas en la cuerda, como aquella canción de los sesenta.

    Te mando un saludo muy cariñoso y mi agradecimiento por tu presencia

    21/06/12 12:06

  • Voltereta

    ¿Te refieres a la canción de Sandie Shaw y sus marionetas del amor?




    Un saludo.

    21/06/12 12:06

  • Beth

    Justo, esa misma. Yo era muy pequeña entonces pero la recuerdo. ¿No era ella la que cantaba descalza? Igual me estoy confundiendo, tengo recuerdos muy disfusos. Gracias por ponerla. Ay la nostalgia...

    Un abrazo

    21/06/12 12:06

  • Beth

    Perdón, he querido decir difusos

    21/06/12 12:06

  • Voltereta

    Efectivamente, era la que cantaba descalza, yo sólo la he conocido al introducirme en la historia, yo no soy de su época. Pero la historia me resulta tremendamente interesante, aunque es algo que está condenado al olvido, últimamente.

    Un salud, Beth.

    21/06/12 12:06

  • Beth

    Ay, amigo, eso es lo que tiene cumplir 48 el domingo, si Dios no lo remedia, que te da tiempo a tener ya recuerdos y a ser casi casi Historia viva. Vamos, que solo me faltan los nietos, el moño, la toquilla...y a soltar batallitas para aburrir al personal. Saludos

    21/06/12 09:06

  • Asun

    Beth ahora que he sacado un ratito para leerte me dejas en lo mejor. Otra vez a esperar la continuación.
    Al contrario de mi paisano Voltereta yo soy mas de relatos que de poemas. Aunque aquí estoy descubriendo que la mayoría de las veces se dice mas en un verso que en todo un tomo de páginas.
    En fin que me voy por las ramas, que te espero con el nº 29.
    Besos.

    21/06/12 05:06

  • Beth

    Si, es verdad, se dice más en un verso que en una página entera, porque en la poesía nos presentamos tal cual y en los relatos hay más cancha para inventar. Luego seguimos con nuestras perdularias. Un beso

    21/06/12 05:06

  • Danae

    ¿Qué podía yo arreglar si mi vida era un completo fracaso? En el fondo yo era un poco como la señora Francis de la que había hablado con Laura; me disfrazaba de un personaje que no era yo. ¡Y es tan cansado disfrazarse de fortaleza cuando no se tiene!

    Mi querida Beth, ya sabes ...Sacar fuerzas de flaqueza, aunque para ello haya que representar un papel. Dicen de los actores que repìten mucho el mismo papel que llegan a identificarse con él.
    Interpretemos, pues.
    Un beso.

    21/09/12 01:09

  • Beth

    A veces, querida, no nos queda mas remedio que interpretar. Besos

    24/09/12 01:09

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