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Mi Novela 2

Saqué la primera de las cartas del fajo y la abrí. Era la letra de mi tía.

Querida Inés:

Apenas llevo unas semanas en esta pequeña ciudad del sur donde todo es tan distinto a lo que siempre hemos conocido que me parece que en lugar de unos cientos de Kilómetros he atravesado el mundo entero. Aquí los amaneceres son blandos y el sol siempre está presente.
La empresa en la que trabajo me ha dejado un piso pequeño, con un cuarto que más bien parece un trastero pero que me gusta porque tiene una ventana pequeña y redonda, de esas que la gente llama, no sé por qué, ojo de buey, desde la que se ve el puerto. Hay también una cocina minúscula en la que apenas puedo moverme, un baño también diminuto y el vestíbulo, que tiene que hacer las veces también de sala de estar. Solo la luz que entra a raudales le salva de ser un lugar triste. Es imposible verlo así porque desde el amanecer el sol baña la madera rubia del suelo y le arranca destellos polvorientos que luego van a morirse en los cristales; alguno de ellos un poco resquebrajado y con extrañas manchas amarillas, como si el sol hubiese derretido en ellos trozos diminutos de sus rayos.
El domingo me dedicaré a limpiar a fondo este cuchitril. Ahora no tengo tiempo, pues debo adaptarme a las novedades de mi trabajo. La oficina está en el puerto y me paso allí la mayor parte de la jornada. Rafael, el único compañero que tengo, es un hombre de unos treinta años, moreno, bajito y con bigote engominado que solo aparece en la oficina a las nueve, al principio de la jornada. Desde el primer día ha dado por hecho que una de mis funciones es prepararle el café; y aunque no me guste demasiado, lo hago. Supongo que eso es lo que se espera de mí. Se toma dos tazas, una detrás de otra, y luego se marcha al puerto y ya no vuelve hasta las dos de la tarde, a dejarme la mesa llena de papeles. Cuando regreso a las cuatro él ya está allí, pero vuelve a marcharse quince minutos después y ya no le veo hasta el día siguiente. Él es quien se ocupa de todas las gestiones que hay que hacer en Aduanas y en el resto de las administraciones, y quien trata también con cargadores y estibadores. Mi jefe, don Luciano, tiene alrededor de cincuenta años y es calvo y barrigón, con unos ojos negros que brillan en su cara porcina como dos gotas de azabache. Siempre se sabe cuándo va a llegar porque le precede el humo del apestoso puro que siempre le cuelga entre los labios. Pero, contra todo pronóstico, es bastante amable conmigo y me trata con cortesía. Mi trabajo consiste en preparar todo el papeleo que luego Rafael tiene que tramitar en la aduana, atender el teléfono y a los posibles clientes que de vez en cuando entran en la oficina. Antes de esto se ocupaba una cuñada de don Luciano, pero al parecer ha tenido que hacerse cargo de su madre enferma y además estaba el ligero problema de que nadie en esta oficina tiene la más mínima idea de inglés, y cada día se hace más necesario saber al menos unos rudimentos, dado que hay muchos clientes ingleses y americanos. Supongo que por eso me han contratado. No puede haber sido por mi experiencia, que es nula, ni por mi rapidez al escribir a máquina, pues aunque voy mejorando día a día, todavía soy bastante torpe.
El caso, hermana, es que estoy contenta de tener por fin la libertad que tanto deseaba y de poder mantenerme a mí misma. Ayer al salir de trabajar pasé por un colmado para comprar una barra de pan y un poco de jamón para el bocadillo que me servirá de cena, y cuando abrí el monedero y pagué tuve la íntima satisfacción de decirme a mí misma que era dueña de mi vida. Ahora te dejo, estoy rendida de sueño y tengo que madrugar. La próxima semana te daré más novedades. Cuídate mucho y cuéntame cómo va todo por la casa.
Irene.


Beth12 de mayo de 2014

5 Comentarios

  • Beth

    Todavía no sé muy bien como continuará, pero los cimientos ya están

    12/05/14 11:05

  • Orzada

    Es muy ameno leerte, Beth.
    Y te aseguro que no tengo paciencia para seguir un texto que me esté torturando de alguna forma. : )
    Para mí, escribes muy bien; sencillo, que no simple; ordenado, muy bien estructurado...
    Clase, Beth.
    Un saludo.

    13/05/14 08:05

  • Beth

    Gracias Orzada. Es un placer que te haya interesado. Yo al escribir, y también al vivir, siempre huyo de las complicaciones, del rebuscamiento y de todo lo engolado. No sé si lo consigo, pero al menos me gusta intentarlo. Un cariñoso saludo

    13/05/14 09:05

  • Polaris

    Clase le sobra, ella es la clase de las clases.

    Si no existieras habría que inventarte.


    Besos y miles de abrazos, millones de ellos para ti.


    Pol.

    13/05/14 09:05

  • Beth

    Mi Pol... tú me quieres y eso hace que no seas imparcial. Pero yo te lo agradezco mucho porque ya sabes que siempre necesito de palabras amables de las personas a las quiero. Y tú...eres una de ellas, y de las primeras siempre en la lista. Sabes que te llevo siempre en mi corazón. Besos

    13/05/14 09:05

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