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Mientras Llega MaÑana 11

Hice un esfuerzo para disimular mi impaciencia en los días siguientes, y cuando el primer día del año mi hija se marchó a Estados Unidos de nuevo me sentí libre al saber que ya podía dejar de fingir. Avisé a Arturo de que vendría un camión de mudanzas para recoger las cosas que me iba a llevar, que tampoco eran muchas; simplemente mi dormitorio, todos mis libros y varios muebles que habían sido de mi madre. Ya habíamos pasado por el despacho donde trabajaba Arturo y uno de sus mejores compañeros y amigos, Andrés, un hombre en el yo confiaba, aceptó llevar nuestro divorcio. En privado me aconsejó que no renunciase a la mitad de los bienes que por derecho me pertenecían, al estar casados en gananciales; pero le dije que sólo aceptaría la cantidad que ya habíamos hablado, y que luego lo donaría a mi hija. No quería llevarme nada de Arturo y tenía la suerte de que gracias a mi padre, y sobre todo a la generosidad de mi hermano, no necesitaba preocuparme por el dinero.

El día 2 de enero, muy temprano, un taxi me recogió a la puerta de la que había sido, pero ya no era, mi casa. Arturo seguía durmiendo, me imagino. En todo caso, me había despedido de él la noche anterior. No le odiaba, más bien sentía una cierta indiferencia que no dejaba de producirme pena. A esto habíamos llegado. Tampoco sentí nada especial cuando salía de casa; simplemente cerré la puerta y deseé que el futuro, lo que el destino me deparase, fuese benévolo.
MI vuelo llegó puntual; a las nueve de la mañana, y mi hermano estaba ya esperándome. Me abrazó largamente y me sentí reconfortada por su bienvenida. Si le tenía a mi lado el miedo sería menor. Fuimos directamente a la clínica y me instaló en una de las mejores habitaciones, desde la que podía ver el mar. Ahora, en invierno, era cuando más me gustaba el aspecto que presentaba la playa, por fin vacía de niños llorones, madres desesperadas y jovencitas poniéndose morenas. Me llevaron poco después a la planta baja y me hicieron muchas pruebas; pero no pregunté para qué. Confiaba en Diego y además tenía tanto miedo que prefería no saber demasiado. El día pasó rápido porque tuve que hablar también con el anestesista, y a la hora del almuerzo me reuní con mi hermano en la cafetería. Cuando me quise dar cuenta estaba cenando en mi habitación. Diego se pasó antes de irse a su casa y me trajo una pastilla. Esta vez si pregunté que era.
-Es un tranquilizante para que esta noche duermas bien.
-No lo necesito-le rebatí.
-Estupendo. Te lo tomarás igual-me dijo dándome el vaso de agua y la pastilla.
Le miré, desafiante, pero él me sostuvo la mirada sonriendo.
-Está bien, no tengo ganas de discutir; pero nunca he necesitado pastillas para dormir.
-Hermanita, de aquí en adelante seré yo quien decida lo que necesitas.
Y me dejó con la palabra en la boca. Me dio un beso en la frente y se marchó. Al final, aunque no se lo confesaría, tuve que darle la razón, Estaba demasiado nerviosa y la pastilla hizo que en menos de quince minutos me quedase dormida, hasta que al día siguiente, a las ocho de la mañana, Diego me despertó. Le había dicho a las enfermeras que él me acompañaría al quirófano y yo lo agradecí, porque sentir su mano en la mía mientras me llevaban en la camilla, hacía que el miedo fuese menor. Antes de salir de la habitación, cuando todavía estábamos solos, le conté que había hecho testamento. Se enfadó cuando empecé a hablar, pero le supliqué que me dejase continuar, y supongo que para que le dejase en paz, me escucho.
-Todo es para Ursula, como es natural; pero mi parte de la clínica, en caso de que me pase algo, volverá a tus manos.
-¿Por qué? Eso debe ser también para tu hija.
No le dejé seguir.
-No, a ella le queda todo lo demás, y la clínica es tu vida, tú sabrás manejarla.
Sacudió la cabeza, en señal de resignación.
-Elena, no vamos a discutir, porque yo me encargo de que ese testamento no se necesite hasta dentro de muchos años; pero que sepas que así lo único que conseguirás es que Hacienda te haga un monumento.
-¿Por qué?-no sabía adonde quería ir a parar.
-Porque se han pagado impuestos de transmisiones ya dos veces, y con tu manía de no dejársela directamente a tu hija, más impuestos. Yo soy soltero, no tengo hijos, ¿A dónde crees que irá a parar lo que tengo? Tú hija es mi única heredera, por más que ella no sepa que soy su tío.
-Lo sabrá, no te preocupes. Si Dios quiere que salga viva de ésta, le contaré toda la verdad. No deseo para ella que viva en un engaño, como lo hice yo.
Antes de que perdiese la conciencia a causa de la anestesia, lo último que recuerdo son los ojos de mi hermano, lo único que se veía de su cara, que me mandaban un mensaje de ánimo, de amor, de calma. Debí de soñar, supongo, porque recuerdo campos de flores y una niña jugando, y campanas que tocaban. También había una música que me llegaba desde lejos, que a veces dejaba de sonar y luego volvía a escucharse; pero lejana y distante. Me desperté cuando me llevaban en la camilla por un pasillo pintado de verde pastel. No tengo recuerdos muy nítidos de esa primera noche, solo el zumbar de aparatos a mi alrededor y unas manos que me tocaban de cuando en cuando, que manipulaban mis brazos y me apartaban el pelo de la cara. Quería abrir los ojos, pero los párpados me pesaban tanto que no lo conseguía. Apenas podía mantenerme un momento despierta y volvía a caer en un extraño duermevela que me hacía ser consciente a medias de la realidad.
No fue hasta bien entrado el mediodía, ya de nuevo en mi habitación, cuando recuperé por completo la consciencia. Diego estaba sentado en un sillón al lado de mi cama, adormilado. Le llamé. El se acercó y me besó en la mejilla. Por su sonrisa, supuse que todo había ido relativamente bien.
-¿Me lo has sacado?
-¿El qué?
-El pecho, qué va a ser.
-Lo que debe importante es que he sacado el tumor, eso es lo esencial. Pero si, también ha habido que extirpar el pecho, como ya había imaginado. Y te hemos sacado también varios ganglios de la axila. Ha quedado toda la zona perfectamente limpia. Hay que esperar a que las heridas cicatricen y empezaremos con la quimioterapia. Con eso cualquier raíz que hubiera podido quedar será erradicada y de nuevo podremos respirar tranquilos.
Aunque sabía que había unas posibilidades muy altas de que hubiera que sacar el pecho, escucharlo ya con firmeza me asustó. Inmediatamente me llevé la mano a la zona, pero mi hermano me detuvo.
-Elena, déjalo ya. No pienses más en ello. Lo importante es que te cures, luego solucionaremos el problema estético. Ya he hablado con Lasarte, el cirujano plástico, y en cuanto sea posible te hará la reconstrucción. Es muy bueno, confío en él plenamente.
Asentí con la cabeza, pero en mi interior estaba preocupada y sobre todo temerosa de cómo sería mi vida en adelante. Tendría que preocuparme de tener siempre ropa holgada para que nadie notase que me faltaba un pecho, porque no soportaría las miradas de pena y conmiseración. Y con la caída del pelo sería mucho peor. Estaría horrible, como una refugiada de las películas de guerra. Mi autoestima, por más que lo disimulase, todavía no se había recuperado porque mi marido tuviese una amante quince años más joven que yo. Por más que no amase ya a Arturo y que para mi solo fuese el padre de Ursula, nunca es agradable que a una la dejen por otra mujer más joven, más elegante y refinada. Pero a pesar de todo, intenté disimular delante de mi hermano.



Beth23 de febrero de 2011

4 Comentarios

  • Vocesdelibertad

    Beth:

    Revisé tu libro en internet, eres una escritora muy conocida, ni idea tenía que has publicado varios, lo que sí tengo pleno conocimiento es que desde el primer día que te leí reconocí en ti no sólo un alma noble y sencilla sino también que el arte de manejo del lenguaje lo tienes. Ah! pero en mi caso no te has quedado sólo allí, pues cada vez que te leo alimentas, alientas y avivas mi alma y mis ilusiones por mejorar.

    Daniel es un bálsamo para Elena. Me encanta que Elena sea una mujer que domina sus emociones, las siente, le hieren... más por fuera es un roble.

    Un abrazo gigante!

    23/02/11 02:02

  • Beth

    Voces, gracias por tus palabras. Para mi la Literatura no es vender libros, sino una manera de expresarme y de poder comunicarme con la gente. Me vale más esto que tú me has dicho que 100 libros vendidos a alguien que no se quien es, ni se si le ha llegado lo que quise decir. Así que gracias de nuevo.

    Lo has descrito a la perfección: Daniel es un bálsamo, el que cualquier mujer que tenga un grave problema querría tener. Y en la mitología celta, sobre todo en mi tierra, el roble es el símbolo por excelencia de todo lo bello, lo fuerte y lo bueno.
    En mi lengua, roble se llama carballo, una hermosa palabra llena de poesía, al menos para mi.

    Un abrazo con el corazón

    23/02/11 04:02

  • Endlesslove

    Como lo dijiste en un comentario anterior Daniel es ese hermano ideal, que todos quisiéramos tener. ¡Cuánta ternura y seguridad al mismo tiempo le entrega a Helena!

    08/09/11 08:09

  • Beth

    Yo firmaría ahora mismo por un hermano así como es Diego

    08/09/11 08:09

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