TusTextos

Mientras Llega MaÑana 32

Estaba poniendo la mesa cuando oí el ruido de un coche que se detenía a la puerta y salí corriendo a recibirles. Mi cuñada fue la primera que me abrazó. Carlos se bajó después y también él me acogió en sus brazos con cariño. Me dijeron lo que ya esperaba, que tenía buen aspecto, que me encontraban muy bien. Sabía que les había impactado verme con el pañuelo y la cara demacrada, pero se guardaron muy bien de decir nada que no fuera agradable o que me hiciese sentir mal.
Nos sentamos a comer y me pusieron al día en las novedades de los conocidos en común que compartíamos, pero ni yo les pregunté por Arturo ni ellos me hablaron de él. Tampoco yo quise hablarles de Daniel en aquella primera comida, ni de mi hermano. La verdad es que eran demasiadas novedades, y no quería contarlas de golpe. Pero fue Elia la que me preguntó por Daniel, aún sin saber su nombre ni nada de él; para ella era simplemente mi inquilino.
-¿Dónde has escondido a tu inquilino? ¿Es un viejo repelente, o demasiado feo para mostrarlo? ¿O es terriblemente maleducado y no tiene modales en la mesa?
-Pues ninguna de las tres cosas. Tiene 42 años, con lo cual no podemos decir que sea viejo, ¿no? No es feo, sino todo lo contrario, o por lo menos esa es mi opinión. Y es muy educado.
-¿Entonces? ¿Tiene alergia a los desconocidos?
-Todo es bastante más simple. Está de viaje y no regresará hasta dentro de tres o cuatro días. Ya le conoceréis.
-¿Y tiene nombre?
-Si, se llama Daniel. Daniel Mendoza-aclaré. Y es periodista, por si me vas a preguntar a qué se dedica.
-Discúlpala. Ya sabes que el defecto de mi hija ha sido siempre querer estar enterada de todo.
-No hay nada que ocultar-le dije, encogiéndome de hombros.
Elia me dijo que estaba agotada de tanto conducir, que se iba a dormir una siesta. Cuando me pidió una pastilla para el dolor de cabeza, le dije que la cogiese en mi baño. Y apenas había salido hacia mi cuarto cuando me di cuenta de que las cosas de Daniel eran más que visibles allí.
-Perdona, puede que no encuentre las pastillas; la ayudaré-me disculpé con Carlos.
Cuando llegué ya era tarde, había entrado en mi cuarto y en el baño. La presencia de Daniel quedaba patente por todas partes; ropa suya colgada en el armario, con las puertas entreabiertas, artículos de aseo masculino al lado de mis botes de crema. Elia se giró para mirarme, con aire de sorpresa.
-No quería decírtelo de sopetón. Tenía pensado hacerlo mañana o pasado.
-¿Es lo que estoy pensando?
-No sé lo que estás pensando, Elia, pero seguramente si.
-¿Te has liado con el periodista?
Creo que me puse colorada; pero intenté calmarme y hablar con firmeza.
-Yo no lo diría así, exactamente. No me he liado con él.
-Pero te acuestas con él.
No me ofendía su manera de hablar, porque más que cuñadas éramos amigas, y sabía que si me preguntaba tan directamente era porque se preocupaba por mi.
-Si, nos acostamos por primera vez hace tres noches. Pero te repito que no estamos liados. Nos queremos. Así de simple, y de complicado.
-Pues me alegro por ti.
-¿No te parece que estoy loca?
-¿Por qué? Más bien me muero de envidia.
-Soy mayor que él; hace apenas un mes que tengo el divorcio, de tu hermano, por si no lo recuerdas, y me acaban de sacar un pecho. ¿Alguien da más?
Movió la mano como desechando todo lo que le había dicho.
-Bobadas. Tienes perfecto derecho a rehacer tu vida, y conociéndote, si le quieres será porque se lo merece.
-Sólo te diré que él ha hecho más por mi en apenas cuatro meses que Arturo en más de veinte años. Ahora, ¿cuándo se lo digo a tu padre?
-Ahora-me dijo, saliendo de la habitación. Yo necesito dormir o me caeré redonda. Tomaos un café con calma y se lo cuentas. Mi padre nunca se asombra por nada, ya lo sabes.
Deseé que fuese así. Al fin y al cabo, Arturo era su hijo

Le propuse a Carlos que tomásemos el café en el jardín. Dentro de un par de horas ya haría frío, pero de momento el sol lucía y se estaba bien. Llevamos las cosas a la mesa y nos sentamos. Se respiraba calma; el único ruido eran los pájaros trinando entre los árboles del monte cercano.
-No me has preguntado por Arturo-me dijo, mirándome fijamente.
-No, no lo he hecho.
-Tal vez porque estáis en contacto o porque no te interesa en absoluto.
La conversación había empezado de una manera que yo no había esperado. Bebí un sorbo de café. De repente, aunque la temperatura se mantenía agradable, empecé a sentir algo de frío.
-Arturo me llamó dos días después de la operación, para interesarse por cómo habían ido las cosas; pero la conversación fue demasiado envarada. Resulta penoso que después de tantos años juntos no tengamos apenas que decirnos. Desde entonces no hemos vuelto a hablar. Andrés, su compañero, que fue quien llevó el divorcio, era quien se ponía siempre en contacto conmigo.
-No sabes, entonces, que esa chica se ha ido a vivir a vuestra casa.
-A la casa de tu hijo-puntualicé. No, no lo sabía, aunque no puedo decir que me extrañe; es más, lo veo natural.
Ahora fue mi suegro quien dio un sorbo a su café. Miró hacia el monasterio, con gesto cansado. Por primera vez le ví viejo, triste.
-Pero creo que no le hará feliz. No es la mujer adecuada para él. No sé porque te dejó marchar y porque tú no luchaste para salvar tu matrimonio.
-¿Qué matrimonio? No se qué entiendes tú con esa palabra, pero tu hijo y yo llevábamos dos años sin compartir la cama, sin hablar apenas, sin tener una relación normal. Lo de Paula, sumado a saber que tenía cáncer, fue lo que colmó el vaso; pero desde hacía bastante tiempo sabía que Arturo se veía con otras mujeres.
Carlos pareció sorprenderse; y yo lo entendía. Los padres nunca conocemos a nuestros hijos, y esos atisbos de lo que pueden ser y no nos muestran, llenan nuestro corazón de congoja, de zozobra.
-¿Sabes? Yo también le fui infiel a mi mujer, en una ocasión. Duró poco, pero estuve a punto de dejarlo todo por ella.
Ahora fui yo la sorprendida. Carlos había sido siempre para mi el prototipo de hombre perfecto, del buen esposo y padre. Pero eso venía a demostrar hasta que punto lo desconocemos casi todo de las personas cercanas. No le pregunté nada; si él quería decir algo más, lo haría.
-Era una señora viuda, de mi edad, más o menos, cuando yo tenía ya más de cincuenta años. Vino a mi despacho para que le diseñase una casa en la playa. Ella estaba sola, y yo supongo que me aburría algo con Leticia, a pesar de que la quería mucho.
-¿Cuánto duró?
-Cuatro meses, tal vez cinco.
-¿Y se enteró Leticia?
-Nunca llegó a saber quien era ella, pero si, sabía que había otra persona. Me lo dijo de manera sutil, ya sabes como era. Y también me amenazó, veladamente, con recoger sus cosas y marcharse si aquello no se acababa.
-Y tú le pusiste fin.
Asintió con la cabeza, sin decir nada. Y los dos nos quedamos callados un buen rato. Serví café de nuevo y tomé aire para enfrentar la realidad y dejar clara mi postura.
-Hay una diferencia entre lo que me has contado y mi historia, Carlos. Entre vosotros quedaba algo, porque los dos intentasteis arreglarlo. Pero ni Arturo ni yo teníamos ganas de prolongar una situación perdida de antemano.
-Bien, si es así, ¿Qué puedo decir? Sólo que lo entiendo, y que tenéis derecho a ser felices cada uno por vuestro lado. Aunque te repito que mi hijo no va a ser feliz; al menos no con esta muchacha. Pero-dijo después de una pausa-creo que tú eres muy feliz. ¿Me equivoco?
-Lo soy, a pesar de todo. Todavía no estoy curada, me queda mucho camino, y tengo una espada pendiendo sobre mi cabeza. Pero estoy pasando la mejor etapa de mi vida.
-Y eso tiene que ver con un hombre, creo.
-Si-le dije simplemente.
Se levantó para coger dentro el paquete de cigarrillos. Siempre había fumado, y lo único que habíamos conseguido sus hijos y yo, era que lo hiciese al aire libre, para no dañarnos a los demás. Me imagino que sus pulmones ya estarían afectados, pero él parecía gozar de buena salud. Encendió el cigarrillo con parsimonia, y cuando ya se había fumado más de la mitad, habló de nuevo.
-Y creo no equivocarme si pienso que ese hombre es el tal Daniel Mendoza, el misterioso inquilino.
-No, no te equivocas; pero no pensé que fueses tan perspicaz, suegro.
Se rió, supongo que le hacía gracia estar hablando de que había una persona en mi vida y que al mismo tiempo le llamase suegro.
-Perspicaz nunca lo he sido, Elenita-sólo a él le permitía que me llamase con este diminutivo. Pero te conozco muy bien, y cuando hablas de él se te enciende la mirada, sonríes sin querer, y vuelves a tener la misma expresión de chiquilla de cuando te conocimos. ¿Qué te puedo decir? Que me alegro mucho, que te mereces ser feliz, y que me gustaría conocerlo, si crees que es oportuno. No te negaré que quiero echarle el ojo para ver si me convence, si es bueno para ti y si te conviene. Cuando te dije que seguías formando parte de mi familia, hablaba con el corazón. Y es normal que me preocupe de los míos.
-Él también quiere conoceros a los dos, a Elia y a ti. Vendrá dentro de tres días, y le conoceréis. Creo que os gustará.
Beth03 de mayo de 2011

8 Comentarios

  • Elisa2010

    Beth ,,,estimada amiga te doy las grasias por tus maxnificos comentarios que me hases pues para mi son de mucho interes porque me siento querida por todas vosotras y me dais fuerza para seguir escriviendo aunque sean cosa que nunca se pueden comparar con las vuestras pero eso si estan escritas con mucho amor para todas y todos y con mucho esfuerzo y te dire que te felisito por todos tus maxnificos textos que son tan maravillosos comotu un fuerte abraso y perdon por el atrevimiento del abraso

    08/05/11 08:05

  • Beth

    Ningún atrevimiento Elisa, mas bien un honor para mi recibir su abrazo. Ningún texto tiene más valor que el otro, simplemente son distintos, pero cuando uno escribe con el corazón, el resultado nunca puede ser malo.
    Y si me lo permite, yo a usted le mando un beso muy cariñoso

    09/05/11 06:05

  • Vocesdelibertad

    Beth:

    Qué calidez se siente al leer estas páginas de tu obra. El amor incondicional, la solidaridad, el respeto... se respiran. ¡Qué tranquilidad da hablar con la verdad!

    Te felicito querida Beth.

    12/05/11 06:05

  • Beth

    Gracias, querida Voces. A veces, cuando escribimos intentamos plasmar las cosas que nos han pasado o aquellas que desearíamos que nos hubiesen pasado. A mi me hubiera gustado mucho contar en mi vida con la presencia benévola de un anciano como este suegro de Elena. Los que tenía, mi padre y mi abuelo, se han ido, así que no me queda más remedio que inventar. Un beso

    12/05/11 08:05

  • Serge

    Beth:
    Amita que bueno que elena tenga a su alrededor a personas tan buenas y sobre todo objetivas que comprendan las situaciones propias de la vida.
    Ese ex suegro me parece excelente y muy sincero.

    Un gusto leerte.

    Sergei.

    14/05/11 01:05

  • Beth

    Si, ya me gustaría mi tener alguien como Carlos cerca

    14/05/11 04:05

  • Endlesslove

    Perfecto, todo sobre ruedas, la ex cuñada y ex suegro entendían su nueva situación. La querían de verdad y les importaba que fuera feliz. Eso bastaba.

    12/09/11 03:09

  • Beth

    Los lazos de sangre son menos importantes que las ataduras que se establecen con el corazón

    12/09/11 07:09

Más de Beth

Chat