TusTextos

Mientras Llega MaÑana 33

No pude ver mi correo hasta un momento antes de cenar, y estaba impaciente por saber si Daniel me había escrito. Efectivamente, allí había un mensaje suyo.

Mi Nefertiti:
¡Cuánto te echo de menos! No pensé que los días, a pesar de que no me queda un minuto libre, fuesen tan largos y vacíos sin ti. Tienes razón; como dice la canción yo tampoco necesito recordarte, porque te llevo siempre en la mente: cuando abro los ojos por la mañana, cuando me visto con las camisas que tú me has planchado, cuando me siento a comer y extraño tus guisos, pero sobre todo cuando me acuesto y no te encuentro al lado ni puedo contarle a nadie como me ha ido el día. En cuanto vuelva a casa, no volveré a viajar solo, y si tengo que posponer un viaje para que tú me acompañes, lo haré.
Pero no te escribo únicamente para decirte lo solo que me encuentro, porque eso ya te lo imaginas, sino para contarte otras cosas. Ya te he dicho que cuando nos conocimos me pareciste muy simpática y atractiva, pero no caí rendido a tus pies. Si reconozco que disfruté de aquella primera semana, de nuestras conversaciones después de la cena, y de nuestras tertulias ante un café. Me pareciste una persona muy fuerte, con las ideas muy claras y sin miedos. Y no sabía entonces a lo que te estabas enfrentado. Y si quiero contar toda la verdad, me sorprendió, cuando regresé de dejarte en el aeropuerto, ver tu nota, diciéndome que me habías dejado comida en el congelador. Nadie, desde que mi madre se murió, se había preocupado por mi de esa manera. Puede parecer una cosa absurda, pero a todos nos gusta que nos mimen, que nos cuiden y se ocupen de nosotros. No se por qué lo hiciste, pero si tenía dudas sobre tu valía, en aquel momento se despejaron.
Cuando te llamé en Nochebuena para felicitarte no mentí al decirte que te echaba de menos. La casa se me caía encima, a pesar de que estoy muy acostumbrado a la soledad, y de que vine aquí buscándola. Dudé mucho si llamarte, no quería molestarte, pero al final pudo más el deseo de escuchar de nuevo tu voz.
Si me preguntas cual fue el momento en que me enamoré de ti, no sabría decirlo de manera exacta, pero creo que fue cuando regresaste a casa, a mediados de enero, con aquel aspecto desvalido y moviéndote con dificultad. Sabía que me habías mentido con esa historia de la caída, pero no quise forzarte a nada. Interiormente me preguntaba qué te había pasado, porque el cambio era evidente. En cada poro de tu piel, pero sobre todo en tu mirada, se leía la palabra sufrimiento. Quizá porque yo también he sufrido soy más proclive a verlo en los demás; y tú no lo podías esconder. Pero no me imaginaba lo que luego me contaste. Y desde aquel momento lo que me pedía el cuerpo era protegerte, apartar de ti los miedos y el dolor. Por eso me preocupé tanto aquel domingo de mañana, cuando no te encontré, ni contestabas al móvil. Y no llegarás nunca a saber lo que conmovió darme cuenta de que estabas tan débil que te costaba caminar, de vuelta a casa. Interiormente me preguntaba como tu marido pudo haberte dejado sola ante una situación así, por más que estuvieseis en trámites de divorcio. Sigues siendo la madre de su hija, y sólo por eso debería besar el suelo que pisas. Pero te repito que en mi egoísmo, me alegré de que fuese así.
Se hace tarde, y tengo que cenar otra vez con mi agente. Intentaré llamarte, aunque no me conforme solo con oír tu voz, algo es algo, hasta que volvamos a estar juntos.
Hazme un sitio en tus pensamientos.
Me alegraba no tener que cenar sola. Nos entretuvimos hablando hasta bastante tarde, y me fui a la cama con la sensación de plenitud de haber hecho lo correcto. Ya conocían la existencia de Daniel y la aceptaban. Ahora sólo me quedaba hablarles de Diego; pero como esto era menos problemático, lo haría al día siguiente.
Daniel me llamó cuando me estaba acostando. No hablamos demasiado, sólo lo necesario para saber que ambos estábamos bien. No mencioné sus correos, porque sabía que le había costado mucho contarme sus pensamientos más íntimos y quizá no le agradase hablar de ello. Quería que yo lo supiese, y lo sabía; eso era suficiente. Me dio la buena noticia de que estaba adelantando bastante y que quizá pudiese llegar el domingo en el último vuelo.
Al día siguiente salimos por los alrededores. Conducía Elia, y varias veces tuve que pedirle que no corriese tanto. Mi cuñada siempre ha manejado el coche con maestría, parece que ha nacido con un volante en la mano, pero en ocasiones es demasiado temeraria y me deja con el corazón en un puño. Su pobre padre no se quejaba, sonreía resignado; supongo que el ser humano puede acostumbrarse a todo. Nos detuvimos a comer en un restaurante al lado de la playa, en un pueblecito pesquero que en invierno es delicioso, porque no hay nadie más que los veinte vecinos de siempre; pero que en verano se llena de gente. Ahora estaba en el momento intermedio; agradable todavía, pero con ya con algunos forasteros que habían adelantado las vacaciones de Semana Santa.
Hacía un día tan soleado que decidimos comer fuera, en la terraza, viendo el mar y como las mujeres de los marineros estaban sentadas al sol, cosiendo las redes y hablando de sus cosas. Pedimos un aperitivo antes de que nos sirviesen la comida, y se estaba tan bien que decidí que era un buen momento para hablarles de mi hermano.
-Tengo que contaros algo, otra novedad.
-¿Otra?-me dijo Elia mirándome de reojo. ¿Otro hombre?
-Pues si, es acerca de otro hombre.
-Ay, Elenita-bromeó Carlos. Si parecías tan modosita y tan formal, y ahora a pares. No me lo puedo creer.
Me reí y tomé aliento antes de seguir hablando.
-Si, es sobre otro hombre en mi vida, y muy importante también. De hecho, Daniel y él han sido en esta época mis ángeles de la guarda. Sin ellos, creo que no estaría aquí, no tendría fuerzas para enfrentar la enfermedad y me parece que ni me hubiese operado.
-Bueno, ¿y vas a decirnos de una vez quien es ese portento?
-Es mi oncólogo. Me ha salvado la vida y me ha hecho sacar fuerzas de donde no pensé hallarlas. Es, después de Daniel, el hombre más importante de mi vida.
-Mujer, no exageres-me dijo Elia. Siempre has sido algo dramática. Los médicos están para eso, para salvar vidas.
-Pero este es especial, porque además de mi médico es mi hermano.
Carlos estaba dando un sorbo a su vaso de vino y se atragantó de tal manera que su hija y yo nos levantamos para atenderle. Cuando se recuperó me miró como si viese a un fantasma y me preguntó si es que me había vuelto loca.
-No, Carlos, estoy muy cuerda. Yo supe que tenía un hermano hace año y medio, más o menos. Y te aseguro que mi sorpresa fue enorme, pero cuando llegó a mi casa un día de principios de octubre, supe que teníamos algo que ver en cuanto le vi. Nos parecemos mucho, no puede negarse que somos familia.
Elia estaba anonadada, se había quedado sin palabras. Simplemente me miraba y sacudía la cabeza en un gesto de incredulidad.
-El caso es que fue un golpe enterarme de que Luís, a quien yo consideraba mi padre, no lo era, pero eso lo supe desde que él murió. Mi madre, sin embargo, no quiso decirme quien era mi padre y se llevó el secreto a la tumba. Ya sabéis como era de cerril. Mi padre murió hace dos años, y antes de morir le contó el secreto a su hijo y le pidió que me buscara. Diego, que así se llama mi hermano, lo hizo, y me entregó la parte de herencia que nuestro padre me había destinado. Este gesto me conmovió, porque demuestra que es un hombre honrado, que cumplió la voluntad de nuestro padre aún cuando significase renunciar a una buena suma de dinero.
-¿Lo sabe Arturo?
-No, no lo sabe nadie de la familia. Ni Arturo ni Úrsula. Quería que pasase un tiempo para que Diego y yo nos conociésemos mejor. Por desgracia, cuando me di cuenta de que estaba enferma, tuvimos ocasión de conocernos, y bien. Si no fuese porque él me obligó, y hoy me alegro de que lo hiciese, yo hubiese renunciado a luchar. Pero no me dejó, y si estoy viva es gracias a él. Me operó, se cuidó de mis sesiones de quimioterapia y está siempre pendiente de mí. Ahora se ha relajado algo, desde que ha aparecido Daniel en mi vida.
Los dos estaban sorprendidos, pero cuando se recuperaron me preguntaron cuando podrían conocerle. Quedamos en que le llamaría para que viniese a comer uno de estos días, cuando no tuviese guardia ni el día demasiado ocupado.
-Eres un saco de sorpresas. Menos mal que tengo el corazón fuerte-me dijo Carlos, palmeándome el brazo mientras nos disponíamos a comer.
Beth13 de mayo de 2011

4 Comentarios

  • Vocesdelibertad

    Carlos y Elia, personajes positivos y amorosos. Rodeada de grata compañía y añorando a Daniel. De verdad Beth, me fascina tu manera de escribir, no sólo porque te leo con cariño, sino también porque esa pasión que te caracteriza al escribir hace que lea de principio a fin.

    Feliz fin de semana,

    13/05/11 11:05

  • Beth

    Muchas gracias, querida por esos comentarios que me ayudarán a que el fin de semana sea mejor

    14/05/11 04:05

  • Endlesslove

    No podríamos presentar a Elisa y a Diego a ver si ocurre algo? ah ya está escrito, me tocará esperar, pero me encantaría jejej, ¡que romanticismo !

    12/09/11 03:09

  • Beth

    Bueno, ya veremos. Diego también se encuentra muy solo, el pobrecillo

    12/09/11 07:09

Más de Beth

Chat