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Mientras Llega MaÑana 36

Me desperté varias veces durante la noche, pero me bastaba darme cuenta de la sólida presencia de Daniel a mi lado, abrazándome, para volver a dormir sin problemas. Él era mi mejor somnífero. Había perdido todos los miedos y la inseguridad que me acechó tras la operación. Yo estaba ya despierta cuando le noté rebullir a mi lado.
-Buenos días, dormilón-le dije, besándole el cuello.
-Perfectos días-me respondió. Si estuviésemos solos, sería buena ocasión para quedarnos en la cama hasta tarde, pasándolo bien.
-Pero tenemos invitados, y en unas horas llegará Diego también.
-¿También él tiene que pasar examen?
-Si, pobrecillo. La verdad es que conmigo no os ha tocado ninguna lotería: os doy la lata, tenéis que curarme, calmar mis males, y encima, hago que os den un buen repaso. Pero les has gustado. Elia me ha dicho que eres muy guapo, aunque demasiado callado.
-Ella habla por todos. Qué mujer, debe ser agotador vivir con ella.
Me encogí de hombros. Como hacía tantos años que la conocía, yo la miraba de una manera distinta; puede ser que ya estuviese adaptada a sus excentricidades. Era muy vehemente, decía siempre lo que pensaba, sin medir las consecuencias, y actuaba sin atenerse a criterios impuestos. Pero por eso mismo la quería tanto, porque era, sobre todo, justa. Hasta su mismo aspecto era rompedor. Se parecía mucho a su madre, pero si en Leticia todo había sido comedimiento y normalidad, Elia era todo lo contrario. Hasta de sus defectos sacaba partido. Tenía la boca demasiado grande y cualquier otra la hubiese disimulado; ella, sin embargo, se pintaba los labios siempre de rojo brillante, como si fuese una herida abierta. Su pelo siempre había sido negro como el ala de un cuervo; aunque ahora sospecho que si lo era se debía a las ayudas químicas; y siempre lo llevaba a la altura de los hombros, en una melena completamente lisa y recta, con un flequillo que le caía sobre los ojos. ¿Y sus ojos? Sabe que son lo mejor de si misma: negros, grandes, almendrados, rodeados de espesas pestañas. Por eso se los maquilla con detenimiento, pero sin estridencias. Todavía me pregunto si sus pacientes en la consulta de odontología, cuando les va a hacer una endodoncia, no se quedan pensando si la mujer que les va a torturar no es el fantasma de Cleopatra. No es que sean iguales, pero se parecen bastante.
Daniel, como un verdadero santo, se llevó a Carlos y a Elia a dar una vuelta en coche y me quedé en paz, sola en mi cocina, preparando la comida y relajándome antes de la presentación de Diego. Cuando ya casi estaba todo hecho, salí al jardín y apenas llevaba allí unos minutos cuando llegó mi hermano. Nos abrazamos y como hacía buen tiempo, esperamos sentados a la sombra de un árbol a que llegasen los demás. Miré a Diego con ojos distintos, como si yo fuese una extraña, y me gustó lo que vi. Mi hermano es alto, se mantiene delgado, y aunque tiene bastantes canas, su pelo sigue siendo abundante y rizado, tal y como era el de nuestro padre en las fotos que él me mostró. Sus ojos son exactamente como los míos; de un color indefinido entre el dorado y el verde; pero él es mucho más moreno de tez que yo, con lo cual la combinación resulta perfecta entre el dorado verdoso y su piel. Me sentí orgullosa de presentarlo, porque a estas cualidades meramente físicas, y de las que él, en todo caso, no es consciente, se une que es una buena persona: íntegro, trabajador, honesto.
-¿Por qué me miras tanto? ¿Encuentras que voy mal vestido? ¿No me he afeitado bien?
-Te miro porque estoy orgullosa de ti y estoy deseando que te conozcan.
-Hablando de afeitados; ¿cómo está tu caballero andante? ¿Le ha ido bien en su viaje?
-Si, está muy contento. Ha dado dos conferencias y su trabajo en el libro está avanzando.
-Me ha contado su historia-me dijo, muy serio.
-¿Te refieres a su profesión y a lo que le pasó?
-Si. Como comprenderás, me llevé una enorme sorpresa cuando se afeitó la barba, ante lo que había debajo. Igual la gente corriente no se da cuenta, pero a los ojos de un médico aquella cicatrices sólo podían ser de metralla. Y las personas de a pie no suelen tenerlas.
-Y le interrogaste sin piedad-le acusé.
-No, no exactamente. Pero aproveché tu gloriosa escapada nocturna para cantarle las cuarenta por haberte llevado de fiesta y hacerte trasnochar; y si, se lo pregunté, sin rodeos. Quería sabe en qué andaba metido para evitarte complicaciones. Tenía que protegerte. ¿Lo entiendes?
-Si, supongo que si. ¿Y te lo contó?
-No se hizo de rogar, me puso al corriente de lo que le había pasado, y yo me quedé más tranquilo. Y he de decirte que puedes estar contenta y orgullosa. Debe de quererte mucho para haber hecho el sacrificio de exponerse de nuevo a algo que ya había superado simplemente para no dañarte.
Asentí, sin decir nada. Era plenamente consciente del amor de Daniel y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para conservarlo; y me temía que quizá en unos días, mi relación con él se vería comprometida por la persona más importante de mi vida; por mi hija. Pero mi decisión era firme; a Úrsula le había dado todo lo que una madre puede dar, y ahora era mi turno. El amor a Daniel no significaba para ella una afrenta, y si lo quería ver así, sería su problema.

Decidí que tenía que poner a mi hermano sobre aviso.
-Diego, hoy vas a conocer a una parte de mi familia, pero puede que en unos días conozcas además a otra persona muy especial para mi. Úrsula está en Madrid y, aunque no lo se seguro, es probable que venga a verme.
-Bueno, yo encantado. Al fin y al cabo, es mi única sobrina, estoy deseando conocerla. Pero no se como se tomará ella encontrarse de golpe con madrastra, padrastro y tío.
-De la madrastra no sabe nada. Arturo la ha escondido. Pero yo no pienso hacer eso con Daniel. Sería humillante para él, y para mí. No hago nada malo.
-Claro que no. En todo caso, tú iniciaste una relación con otra persona cuando tu matrimonio ya había acabado.
Asentí con la cabeza. Cuando hablaba con otra persona, lo veía todo muy claro; pero distinto sería explicárselo a mi hija.
Iba a comentar mis miedos con Diego, pero Daniel estaba aparcando el coche, así que nos acercamos y me dispuse a hacer las presentaciones.
-Os presento a Diego Montes, mi hermano. Ellos son Carlos y Elia, el abuelo y la tía de mi hija.
Se saludaron de manera cortés y me di cuenta de la mirada entre Diego y Elia. A ella sobre todo, la noté impresionada. Le saludó ligeramente con una inclinación de cabeza, pero no soltó ninguna de sus frases memorables. No quise adelantar acontecimientos; el papel de Celestina no se me daba bien, y mi vida ya era bastante complicada. Agarré del brazo a Daniel y a Diego y entramos en la casa.
-Ya veo que has estado bien escoltada en todo este tiempo, Elenita-me dijo Carlos
-Si, estoy con los dos hombres más importantes de mi vida, pero después de ti, suegro. Tú serás siempre el primero, ya lo sabes.
-Bueno, siempre has sido algo aduladora, pero el ego de los viejos es enorme, y por eso he decidido creerte.
Poco a poco me fui relajando. Todo iba sobre ruedas, y parece que se llevaban bien entre ellos. Coloqué a Carlos presidiendo la mesa; Elia y yo a ambos lados, y luego los chicos. La conversación fue haciéndose más amena en el momento en que dejaron de hablar del tiempo y de las procesiones de Semana Santa. Daniel no era demasiado hablador, pero con lo poco que decía era capaz de mantener el interés de la charla y desviar la atención hacia otro lado cuando se tocaban temas que podían ser problemáticos. Lo que me extrañaba era que mi cuñada estaba extrañamente callada; mientras que la noche anterior no paró de charlar ni un minuto y se pasó la noche intentando tirarle de la lengua a Daniel y sometiéndome a mí a sus implacables burlas. Al principio pensé que podía haber algo en mi hermano que la molestase; pero deseché la idea; más bien parecía lo contrario; porque la sorprendí varias veces mirándole a hurtadillas. Pocas veces había visto a Elia interesada en algún hombre; tenía un punto de egocentrismo que le impedía mirar hacia mucho más allá de si misma. Pero en los próximos días tendríamos ocasión de comprobarlo; porque Diego tenía una especie de vacaciones cortas en la clínica, y le había convencido de que las pasase con nosotros.
Después de tomar el café sentados en el jardín, Carlos dijo que estaba cansado y que dormiría la siesta un rato; así que les propuse que diésemos un paseo para bajar la comida. Pero todos empezaron a remolonear; la primera Elia. Y mi hermano, después de muchos rodeos, me dijo que había tenido guardia la noche anterior y que no le apetecía una caminata. Por lo tanto, sólo fuimos Daniel y yo; y en mi interior lo agradecí; porque me apetecía estar un rato a solas con él. Apenas habíamos hablado desde la mañana.
Nos dimos la mano y caminamos despacio, hacia el río. Todavía no hacía demasiado fresco, pero por precaución Daniel cogió dentro ropa de abrigo, porque en este lugar el clima cambia enseguida.
-¿Te cansas?-me preguntó Daniel cuando habíamos caminado ya un buen trecho.
-No, no te preocupes. Estoy bastante mejor. Cada día que pasa me encuentro más fuerte. Mejor que no hayan venido, ¿no? Así tendremos algo de tiempo para nosotros.
-Creo que esos dos han preferido también quedarse solos.
Me eché a reír. Entonces no eran imaginaciones mías; él también se había dado cuenta.
-Pensé que veía visiones.
-No, nada de eso. Se han estado echando miraditas durante toda la comida. Es más, voy a proponerles que salgamos esta noche los cuatro, a bailar.
-Mi hermano nunca aceptará algo así. Es demasiado serio para esas cosas.
-¿Apostamos?
-No, nunca apuesto. Pídeselo, si quieres, a ver que te dicen. A propósito, quiero pedirte perdón por las impertinencias de Diego. Ya me ha contado que te sometió a un tercer grado. ¿Por qué no me contaste nada?
-Pues porque yo no le dí la menor importancia. Es más, me pareció natural. Primero me echó la bronca por haberte llevado de fiesta hasta altas horas de la madrugada, y luego me preguntó, sin mayores rodeos, si formaba parte de alguna banda de delincuentes.
Me tapé la boca con las manos, de puro asombro. No me lo podía creer.
-Pero no le culpes-me dijo Daniel con toda la tranquilidad del mundo. Me ve todas esas cicatrices, y siendo médico sabe perfectamente de qué son, ¿Qué quieres que piense? Se lo expliqué todo y ya está. No es un secreto, aunque naturalmente tampoco le cuento mi vida a todo el mundo. Pero pensé que él tenía derecho a saber que no era un mercenario dispuesto a matarte cualquier noche en este lugar dejado de la mano de Dios.
Beth18 de mayo de 2011

4 Comentarios

  • Vocesdelibertad

    Elía y Diego ... ya lo veía venir jaja
    Haces que los imagine con la descripción tan buena que das. No hay duda!! bueno nunca la he tenido, eres genial!

    18/05/11 07:05

  • Beth

    Genial desde luego que no; me falta mucho por aprender, que no te quepa la menor duda. Muchas gracias por leer mis fantasías

    18/05/11 08:05

  • Endlesslove

    Presiento que me voy a salir con la mía. Elia y Diego. me ha encantado como has descrito a Elia, su bica pintada de rojo y su negro cabello se ve estupenda.
    Sigo…hay otra pareja que me muero por saber que pasa ya que se han quedado solos

    12/09/11 05:09

  • Beth

    Pero tú es que eres muy casamentera. ¿Sabes quien me sirvió de inspiración para Elia? Paloma Picasso

    12/09/11 05:09

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