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Mientras Llega MaÑana 37

Era ya hora de volver a casa; empezaba a refrescar y además no era muy correcto dejar solos a los invitados demasiado tiempo. Pero me gustaba saborear nuestros momentos a solas, y aproveché el camino de vuelta para preguntarle algo que me preocupaba desde hacía unos días.
-¿Cuándo calculas que acabarás el libro?
-De escribirlo en dos meses, a lo sumo, aunque creo que antes. Pero luego queda releer, corregir, volver a corregir. Y eso lleva bastante tiempo. No lo sé, pero en total creo que podemos calcular cinco meses, más o menos. ¿Por qué me lo preguntas?
-Se que no tengo derecho
-Tienes todo el derecho del mundo-me interrumpió. Creo que eres la única que me lo puede preguntar, además de los editores, claro.
-Es que me ha dado por pensar si cuando lo acabes te vas a marchar de nuevo por ahí.
-Cuando dices por ahí, supongo que te refieres a cubrir de nuevo alguna zona en conflicto.
-Si. Eso es lo que quería decir.
Me paré un momento, porque habíamos caminado demasiado y estaba empezando a notar cansancio, a pesar de que me apoyaba en Daniel.
-¿Quieres que vaya a casa a buscar el coche, o que llame a Diego?
Le hice un gesto negativo con la mano. Si mi hermano me viniese a buscar, vendría en plan médico abroncador, y era lo que menos necesitaba en este momento.
-Déjame que descanse un poco; no necesito nada más. Y contéstame.
-Pues no, Nefertiti, no voy a volver a eso. Por muchos motivos; y uno de ellos es que con la fama que me he creado, pocos periódicos me contratarían. Ya sabes que soy un rebelde y digo lo que me parece. Y está el ligero problema de mi salud. Estoy bien, pero necesito cuidarme y llevar una vida más o menos ordenada. En esos lugares se come y se duerme cuando se puede y como se puede, a veces las condiciones higiénicas no son las mejores. Y yo estoy muy expuesto a infecciones de todo tipo. No-repitió-eso se acabó para mí.
Me quedé callada; aliviada pero también con miedo de que pasado un tiempo se aburriese conmigo. Estaba acostumbrado a una vida llena de aventuras, de novedades, de días distintos unos de otros. ¿Cómo llevaría el día a día cotidiano? Creo que él también se dio cuenta de lo que pensaba, porque me tranquilizó diciendo que no echaría de menos esa época.
-No soy de los que miran atrás continuamente. Fueron veinte años buenos, haciendo un trabajo que me gustaba; pero también muy duros. Vi morir a unos cuantos compañeros, a bastantes soldados, a civiles. Me tocó contar cosas horribles, y francamente, ya estoy cansado de barbarie. No tendré nostalgia. Y de todos modos; hay más proyectos. Tenía pensando contártelo cuando estuviésemos más tranquilos, pero este es un buen momento. La colaboración semanal que hago está gustando; me han pedido que sea diaria; y la editorial quiere un segundo libro.
-Eso es estupendo, ¿no?
-Si, significa trabajo. También me han ofrecido unas clases, dos días por semana, en la Facultad de Periodismo de Santiago, este próximo curso. Creo que aceptaré. Es poco más de una hora de carretera, y aunque nunca he enseñado, puede que me guste colaborar a que las nuevas generaciones aprendan algo.
Se me había quitado un peso de encima. Porque la gente que ha sido siempre muy activa no lleva bien estar mano sobre mano. Quizá tuviese que reconocer que Daniel conocía a Diego mejor que yo, o que mi hermano había cambiado, porque cuando le propusimos salir a cenar y luego a bailar, estuvo de acuerdo. ¿Diego bailaba? Ni en sueños lo hubiese pensado. Le dejé a Carlos la cena preparada y nos despidió en la puerta, recomendándonos que tuviésemos cuidado en la carretera, como un padre a sus hijos adolescentes.
-Tranquilo, suegro. Conduce Daniel. No vamos a dejar que tu alocada hija nos empotre contra un árbol.
Pero su alocada hija estaba como flotando en una nube. No se de que hablaron el tiempo que estuvimos fuera, ni que pasó entre los dos, pero tanto mi hermano como ella tenían una expresión un tanto estúpida y bobalicona en la cara. Les eché miradas furtivas simulando que me miraba en el espejo del quitasol, y aunque no estoy segura, me pareció ver en un momento que se cogían de la mano. Pero seguro que eran figuraciones mías. Ninguno de los dos era el prototipo de persona que cae víctima de un amor impetuoso. De Elia diría incluso que era tan irreverente y en cierto modo estaba tan pagada de si misma, que se me hacía difícil imaginarla enamorada. Y Diego estaba absorbido por su trabajo; su vida era la de sus pacientes.
Cenamos estupendamente, hablamos, lo pasamos bien. Daniel y yo bailamos hasta caer agotados, mientras los otros dos se dedicaban a charlar en voz baja, con las cabezas juntas. Me moría de ganas de saber de qué hablaban, y aunque fuese ir en contra de todas las normas de educación, al día siguiente tenía pensando tomar por mi cuenta a Elia e interrogarla sin piedad. Con Diego sería tiempo perdido. Eran las cuatro de la mañana cuando llegamos a casa. Yo llevaba los zapatos en la mano, porque no podía más. Daniel y yo nos fuimos directos a la cama, y por lo que se, la parejita se quedó en la cocina, tomando un chocolate. Hice el enorme esfuerzo de limpiarme la cara y ponerme las cremas, y trastabillando llegué a la cama. Amenacé a Daniel con todos los tormentos del infierno si me despertaba antes de las doce. Nos abrazamos y no recuerdo nada más, supongo que caí rendida. Pero soñé con mi hija. Me llamaba. Oí su voz horrorizada gritando mi nombre, y Daniel también hablaba. A lo lejos se oía a Carlos diciendo algo de que esperase un momento. Quería dormir, no era capaz de abrir los ojos, pero la voz de Úrsula era cada vez más aguda e insistente.
Cuando al fin conseguí mantener los ojos abiertos, me quedé horrorizada al ver a mi hija en el quicio de la puerta, mirándonos a Daniel y a mí, en la cama. Tenía una mirada tan torva, tan llena de odio, que pensé que seguía soñando
-¿Nadie le ha enseñado a esta niña a tocar a la puerta antes de entrar?-me preguntó Daniel, evidentemente enfadado.
-Lo siento, cariño. No sé que decir. Déjame que hable con ella.
Me eché una bata sobre los hombros y seguí a Úrsula, que se había refugiado en la cocina. Ni me molesté en taparme la cabeza, sin pensar en que le estaba ofreciendo mi peor aspecto. Se había sentado con los brazos cruzados, enfurruñada como una niña pequeña a la que han quitado su juguete.
-¿Te he estropeado tu noche de pasión?-me preguntó mirándome con los ojos entornados, llena de rencor.
-Me alegro de verte, hija-le contesté con la mayor calma de que fui capaz. Podías haber avisado.
-¿Para esconder a tu amante?
-No, para ir a buscarte al aeropuerto, por ejemplo. Y Daniel no es mi amante, es el hombre al que quiero; y al que, desde luego, nunca esconderé. Estoy muy orgullosa de él, y estaba deseando presentártelo.
-Me dais asco, los dos. Revolcados como cerdos, mientras el pobre papa sufre por la separación.
Me agarré al borde de la mesa y me mordí los labios para no contestarle. Pero de las dos, se supone que yo era la adulta, y debía mantener la cabeza fría. No caería tan bajo como para acusar a Arturo delante de su hija. Que él mismo le contara, si quería, sus aventuras amorosas.
-Hija, las cosas son distintas a como tú las ves. Daniel me quiere, y yo le quiero a él. Me ha cuidado con abnegación después de la operación y durante mi tratamiento. Queremos estar juntos, porque nos amamos. ¿Qué tiene eso de malo?
-Que has engañado a mi padre.
-Eso no es verdad. Mi relación con Daniel empezó cuando ya había dejado a tu padre. En cualquier caso, no creo que mi vida amorosa y sexual sea cosa tuya. Soy tu madre, pero no tengo por qué rendirte cuentas. Podrías empezar por preguntarme como estoy, tal vez. Al fin y al cabo, me han sacado un pecho, me han llenado el cuerpo de veneno y todavía estoy bajo vigilancia médica. ¿Tan poco te importa la salud de tu madre?
Se echó a reír, llena de soberbia. A pesar de su actitud, no pude menos que observar lo guapa que estaba mi hija. Se había cambiado el pelo; ahora lo llevaba en un corte asimétrico y del lado derecho le caía por delante de los ojos, dándole un aspecto más duro, pero también más sofisticado. Ya no era la dulce pequeña que se subía mi regazo para que le contase un cuento, sino una mujer joven y llena de ira, que me miraba con desprecio.
-Se ve que estás de maravilla cuando te llevas a ese barbudo asqueroso a la cama.
La agarré por el brazo y le hablé en voz baja, pero con dureza.
-No te atrevas a faltarle al respeto a Daniel. Te puede caer bien o mal, eso será cosa tuya, pero delante de mí le tratarás siempre con el respeto que se merece.
-Le trataré como me de la gana.
Iba a contestarle a gritos, porque ya estaba acabando con mi paciencia, cuando entró Diego y se quedó mirándonos, perplejo. Mi hija también le miró, y después a mi.
-¿Y este quien es?-me preguntó, señalándole con el dedo índice, como una reina condenando a muerte a un esclavo.
-Se llama Diego Montes. Es el médico que me ha operado, que me ha salvado la vida-le contesté, tomando a Diego de la mano y acercándome con él hacia donde estaba Úrsula. Y además es tu tío.
-¿Mi tío? La única tía que tengo es Elia.
-Y Diego. Es mi hermano, aunque yo lo sepa desde hace poco tiempo.
Su respuesta fue salir corriendo de la cocina. Diego se encogió de hombros y me interrogó con la mirada. Me tapé la cara con las manos. ¿Podían ir peor las cosas?
Beth19 de mayo de 2011

4 Comentarios

  • Vocesdelibertad

    Mientras llega mañana... seré feliz
    sin que importe la tormenta vivida
    no moriré agotada en las sombras

    Es hermosa tu novela, una historia que han vivido muchas y también momentos que los que no hemos sabido actuar otras. Mientras llega mañana... imaginaré que Elía comprende y sabe amar.

    Linda, linda linda novela

    20/05/11 12:05

  • Beth

    Bueno, nos esperan momentos muy importantes. A ver como resuelven la papeleta que tienen haciendo el menor daño posible

    20/05/11 09:05

  • Endlesslove

    Todo iba mal con Úrsula, Dios no pudo haber llegado en peor momento, pero bueno se esperaban esto, así que hay que esperar a ver como lo manejan .

    12/09/11 05:09

  • Beth

    Los hijos no siempre enfrentan de buena manera las segundas parejas en un divorcio. A ver qué pasa

    12/09/11 05:09

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