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Mientras Llega MaÑana 39

Cuando nos sentamos a comer los ánimos no estaban tan soliviantados como durante el desayuno, pero tampoco se puede decir que estuviésemos en paz y armonía. Úrsula seguía dirigiendo miradas asesinas hacia Diego, pero sobre todo al pobre Daniel; que ni siquiera parpadeaba e incluso se atrevió a guiñarle el ojo, lo cual la enfureció un poco más, si cabe. Carlos y Elia intentaron iniciar una conversación que no conllevase peligros de acabar en batalla, pero era complicado, porque cualquier tema servía para que mi hija lo enlazase con lo que le interesaba: la tremenda infamia que yo le había hecho a su padre. Me notaba agotada; me había acostado tarde y el despertar no había sido agradable, así que ahora me dolía cada hueso y cada músculo de mi maltrecho cuerpo. De vez en cuando Daniel estrechaba mi mano bajo el mantel, y creo que era su cálido contacto el que evitaba que me rindiese a la evidencia de que todo estaba saliendo peor que mal.
-Yo tenía pensado quedarme cuatro o cinco días, pero si el barbas no se va, me iré yo-dijo Úrsula, mirándonos a todos con soberbia.
-Úrsula, ya basta-le dije sin levantar demasiado la voz. Si lo que pretendías era molestarnos a todos, lo has hecho, ya te puedes dar por contenta. Se llama Daniel, ya te lo he repetido muchas veces; y no se va a marchar. Esta es su casa; y la tuya. Hay sitio para todos.
-Yo no tengo nada que ver con él.
-Pero yo si, y como eres mi hija, supongo que si tienes algo que ver con él, por más que te pese.
Me miró, desafiante, desde el otro extremo de la mesa.
-Pues tendré que pedirte que elijas entre él o yo.
Suspiré, cansada, agotada, enfadada al comprobar que su egoísmo era ilimitado.
-Hija, no me provoques. Cuando se quiere a alguien nunca se le da a elegir, porque eso es señal de soberbia, de egoísmo y de que la persona a la que pones en ese aprieto te importa muy poco. Eres mi hija, y te quiero más de lo que te puedas imaginar, pero ni siquiera por ti voy a renunciar a Daniel. Estaré con él hasta que me muera o hasta que él quiera-dije agarrando su mano entre las mías. Si me quieres, Úrsula, no me pidas eso nunca. ¿No estás contenta de que sea feliz, de que haya encontrado a un hombre que me ama?
-Tenías a papa, y le abandonaste.
Elia, que se había mantenido callada, intervino.
-Niña, no sabes de la misa la media. No juzgues sin conocer y deja en paz a tu madre. Ya ha sufrido bastante, déjala que sea feliz.
Mi hija se levantó y tiró al suelo la servilleta, enfurecida. Tenía el pelo revuelto y los ojos le echaban chispas.
-No os reconozco. Papá solo en Madrid, sufriendo y vosotros aquí bailándole el agua a mi madre, que debe de estar trastornada por lo que este imbécil-dijo señalando a Diego-le haya dado, y no hace más que comportarse como una buscona y una puta con el cerdo de las barbas. Asco es lo que siento-gritó.
Todos nos quedamos callados, alelados ante su estallido. Menos Daniel, que dio un tremendo golpe en la mesa. Se volcaron las copas de vino y todos los platos se tambalearon. Nos miramos, sorprendidos. Nunca se enfadaba, siempre mantenía la calma e incluso se mostraba irónico; pero ahora estaba enfurecido, y más que nunca parecía un vikingo a punto de entrar en la batalla. Tenía las venas del cuello y de los brazos hinchadas y los ojos le brillaban de pura rabia.
-Basta ya, estúpida mocosa. Eres solo una niñata engreída. A mi me da igual como me llames, no llegas a importarme tanto como para que me duelan tus insultos. Pero a tu madre no te atrevas a decirle nada ofensivo porque te juro que yo mismo, aunque acabe esta noche en el calabozo, te daré la paliza que tu padre debió haberte dado hace muchos años, cuando empezaste a faltarle al respeto a tu madre. Deberías besar por donde ella pisa, porque ni en cien años le llegarás a la suela de los zapatos, mocosa. Es una mujer valiente, que ha sufrido lo indecible sin quejarse, que incluso cuando estaba peor solo pensaba en ti, y mira como se lo pagas. ¿Te has dignado a preguntarle cómo se encontraba? ¿Sabes lo que le hizo la quimioterapia? ¿Has visto con que dignidad lleva su cabeza calva, los ojos enrojecidos, la piel descamada y las demás molestias, incluidas nauseas y mareos? Nunca, ¿lo oyes? Nunca se ha quejado. ¿Has visto su cicatriz? ¿Te has molestado en preguntarle cómo se sentía cuando le sacaron el pecho? Me da asco verte y darme cuenta de que solo piensas en ti misma. Y a tu tío tampoco voy a consentir que le faltas al respeto, porque le ha salvado la vida a Elena, la ha cuidado, la ha mimado y le ha devuelto la confianza en que todavía le quedan muchos años por delante. Así que pídeles perdón a los dos.
-Nunca. Sigo pensando que mi madre ha actuado como una zorra y le ha hecho mucho daño a mi padre. La odio. Os odio a todos.
Antes de que Daniel pudiese contestarle, Carlos se adelantó. Me dio miedo ver su cara; nunca le había visto de esa manera. Tomó a su nieta del brazo y la obligó a que le mirase. Mi suegro era un anciano, pero seguía emanando de él una autoridad que obligaba a la gente a respetarle.
-Eres sangre de mi sangre, te quise desde antes de que nacieses, cuando sólo eras un proyecto de persona. Pero ahora me avergüenzo de ti. Todo lo que ha dicho Daniel es verdad, y más. Porque no te ha contado que él también contribuyó a que Elena esté hoy bien. ¿Fuiste tú quien sostuvo la cabeza de tu madre mientras vomitaba? ¿Acaso tu padre dejó su trabajo para llevarla a sus sesiones de quimioterapia y se quedó con ella sosteniendo su mano? ¿Quién le quitó los miedos y la animó en cada momento? Yo te lo diré, Daniel y Diego. A ellos les debemos que tu madre esté ahora entera. Tu padre, que es mi hijo, no se molestó en preguntar como estaba. Y aunque tu madre probablemente se enfadará conmigo, te diré que la única persona infiel y desleal fue tu padre, que engañaba a su mujer con una compañera de despacho. ¿Te acuerdas de Paula? Si, aquella chica rubia que parece una modelo. Pues viven juntos.
-Eso es mentira-silbó entre dientes Úrsula. Estuve con papá y estaba solo.
Elia se echó a reír, con una risa falsa y estridente.
-Pobre boba. En cuanto supieron que llegabas, ella hizo la maleta porque no quería problemas con la niña. Y tu padre encantado, colaboró en el engaño. Ellos dos no han tenido la valentía de Elena y Daniel. Todo lo que te ha dicho tu abuelo es cierto. Y si no lo supiste antes fue porque tu madre no quiso que sufrieras ni que dejases de respetar y admirar a tu padre.
Se me partía el alma al ver como del orgullo, de la bravuconería y la ira desenfrenada de mi hija no quedaba nada. Se había dejado caer en la silla, y estaba con la boca entreabierta, como si no le alcanzase el aire para respirar. Negaba con la cabeza.
-No es verdad. Os lo estáis inventando todo para hacerme daño.
Se marchó corriendo del comedor y fue a encerrarse en su cuarto. Allí todos nos quedamos callados. Creo que Carlos temía que yo me enfadase por haberle contado lo de Paula. No, no estaba enfadada; tarde o temprano mi hija tendría que enfrentar la realidad de cómo era su padre. Se había hecho una idea de él que no era la real. Todos necesitamos héroes en los que creer, y ella había pensado que su padre era el hombre perfecto. En todo caso, era tiempo de que creciese, de que se diese cuenta de que Arturo era una persona llena de defectos y veleidades, como todos lo estamos, y de que debería amarle así, tal y como era.
Daniel volvió al poco rato de la cocina con una bandeja en la que llevaba café para todos.
-Nos hace falta, me parece.
Y fue entonces cuando oímos un coche que salía hacia la carretera general. Era Úrsula, había cogido mi coche. ¿Adonde podría ir? Me levanté, preocupada, y fui hasta la puerta, pero ya no podía detenerla.
-No te preocupes-me dijo Elia. Quizá le venga bien relajarse un poco fuera de casa. El ambiente está demasiado cargado.
No podía hacer nada, así que recosté la cabeza en el respaldo del sofá y dejé que Daniel me sirviese el café. Nos quedamos todavía un rato charlando, y luego Elia, Carlos y Diego salieron a estirar un poco las piernas. Yo agradecí la soledad en la que nos dejaban; no tenía ganas de hablar, pero con Daniel no tenía que esforzarme. Hablaríamos o no, en todo caso a los dos nos apetecía estar juntos para confortarnos mutuamente. Se sentó a mi lado y apoyé la cabeza en su hombro. Eran solo las cinco de la tarde, pero me parecía que había pasado un siglo desde que mi hija entró en mi cuarto dando gritos. Me dolía su sufrimiento, pero era algo que tenía que pasar ella sola. Cuando por fin entendiese, ese sería el momento de hablar. Antes era perder el tiempo, porque pensaría que mi intención era indisponerla contra su padre.
-Perdóname por todo lo que te he hecho pasar-le dije a Daniel. Tú no te mereces esas horribles palabras.
-¿Qué palabras? Son insultos de niña pequeña. A esta muchacha le queda mucho por aprender y por madurar. Se nota que su vida ha sido siempre sencilla y que cuando quería algo no tenía más que pedirlo. Me da igual cómo me llame o la manera en que me trate, pero no voy a consentir que haga igual contigo; eres su madre. Igual he estado demasiado brusco, pero confieso que acabó con mi paciencia.
-No, creo que eso deberíamos haberlo hecho su padre o yo hace ya bastantes años. Reconozco que ha estado demasiado mimada; era hija única, nieta única por las dos partes, la única sobrina. Siempre tuvo a demasiada gente pendiente de sus menores caprichos. La única que imponía ciertas normas era yo, y por eso siempre me vio como la bruja del cuento. Arturo tampoco ayudó a que la situación fuese otra, si hemos de ser sinceros. Pero vamos a dejar el tema. Estoy agotada. Quisiera descansar un poco antes de que vuelvan. Seguro que a la hora de la cena Úrsula también estará en casa, y con el rabo entre las piernas.
Pero pasó la hora de la cena y mi hija no volvió. Empezamos sin ella, pero cuando pasaba de la medianoche y todavía no había regresado, empecé a preocuparme. ¿Adonde habría ido? La llamé varias veces a su móvil, pero lo tenía apagado, y solo pude dejarle el recado de que me llamase. Me estaba desesperando por momentos y se que los demás también estaban inquietos.
-¿Tiene amigas en la zona?-me preguntó Diego.
-No, que yo recuerde. Ah, un momento. Había una niña de su edad con la que hizo buenas migas hace dos años, pero no es de aquí, simplemente venía a pasar el verano con su abuela. Ella vivía en Coruña, con sus padres. Podría ver si tenemos su teléfono.
Busqué en el cajón donde guardo las agendas telefónicas y me paré a pensar un momento, porque con los nervios ni siquiera recordaba el nombre de esa chica. Me vino a la mente, no sin esfuerzo; se llamaba Delia. Me molestaba llamar a la una de la madrugada, pero no tenía otra alternativa. Cuando ya iba a colgar, contestaron al teléfono. Era la madre de Delia. Me disculpé por la hora y en pocas palabras le expliqué que había discutido con mi hija y pregunté si había estado en su casa. Ella lo entendió al instante; supongo que todas las madres debemos pasar por lo mismo en algún momento, y por eso no hacemos preguntas cuando otra necesita ayuda. Me dijo que no había estado en su casa, pero que habían hablado las dos por teléfono y que había quedado en verse en la zona de copas. Me acerqué a la sala, donde estaban todos sentados, como en una especie de extraño consejo familiar, y les conté lo que sabía. Daniel fue el primero en reaccionar.
-Voy a buscarla, antes de que haga alguna tontería. Alcohol y carretera no es una buena combinación.
-Yo te acompaño, por si hay que traer el coche de Elena de vuelta. Os mantendremos informados de lo que haya.
Carlos también se ofreció para ir, pero le pedimos que se quedase con Elia y conmigo. Era una manera de hacerle sentirse útil. No podíamos olvidar que aunque estaba muy bien de salud, era un anciano.
Despedí en la puerta, con un beso, a Daniel y a mi hermano. De nuevo eran mi salvación. A Daniel le acaricié la cara antes de dejarle marchar, y noté la superficie rugosa de las cicatrices por debajo de la barba. Le dije con la mirada cuanto le quería; no hacían falta las palabras.
Ninguno de los tres se acostó, aunque el pobre Carlos se quedó dormido en la mecedora, al lado del fuego. Quizá las emociones del día habían sido demasiado para él. Elia y yo nos miramos, las dos agotadas y superadas por los acontecimientos.
-Me voy a poner una copa-me dijo, levantándose hacia el mueble bar. No puedo más. ¿Tú quieres algo?
-No, copa no. Tal vez un poco de vino.
-Anda que la niña-me dijo, con su característica franqueza. Me parece que entre todos la hemos malcriado. No ha dejado títere con cabeza. El barbas tiene mucha paciencia.
-No le llames así-me enfadé. Él y Diego se han llevado la peor parte, aunque a mi también me ha dejado fina.
-Me gusta tu hermano-confesó, mirándome de frente. Lo bueno de Elia siempre había sido que llama a las cosas por su nombre y nunca esconde sus sentimientos, ni para bien ni para mal.
-Ya me he dado cuenta. Creo que a él también le gustas tú. Pero te pido por favor que no le hagas daño-le pedí.
Ella me miró sorprendida.
-¿Qué no le haga daño? ¿Es que soy una Mesalina, acaso? No se la idea que tienes de mi en cuanto a hombres, pero no me dedico a ir rompiendo corazones por ahí.
-Lo que quiero decir es que os conozco a los dos, y se que en estas cuestiones tú eres más fuerte que Diego. El ha tenido una mala experiencia hace tiempo y me consta que aunque la ha superado, en cierto modo se ha refugiado en el trabajo y ha dejado de lado las relaciones. No es que viva como un ermitaño, pero ha evitado comprometerse en serio. Quiere ocultarlo, como todos los hombres, pero es muy vulnerable. Y no quiero que sufráis, ninguno de los dos.
-Tranquila por esa parte. Me gusta pero tampoco quiero lanzarme al vacío. Hemos estado hablando y nos iremos conociendo, sin prisas. No se trata de algo como lo tuyo con el…con Daniel.
Me eché a reír. Iba a decir el Barbas, lo sabía. Si al final el nombrecito tendría su guasa.
-Lo mío con Daniel, como tú dices, todavía no me lo explico ni yo misma. Luché contra esos sentimientos todo lo que pude, porque iba contra todo lo que siempre había pensado, pero no pude vencerlo.
-Ni tenías por qué-me dijo, sirviéndose otra copa. Una relación que empieza de esa manera es indestructible. Te ha conocido en tu peor momento, y aún así se ha enamorado de ti. Ahora llega la niña, le arma la de Cristo es Dios, le desprecia, le insulta, y únicamente pierde los papeles cuando Úrsula se mete contigo. Está claro que te quiere de verdad. ¿Y tú a él?
-¿Hace falta que te lo diga? Por nadie más me enfrentaría con mi hija
Beth23 de mayo de 2011

6 Comentarios

  • Jmro

    Amiga Beth, siento no poder seguirte en estos textos. De verdad que lo siento pero siempre andamos con la falta de tiempo.
    Saludos.

    23/05/11 08:05

  • Beth

    No te preocupes. Son divagaciones muy largas de una mente un tanto desperdigada. Ya sabes, los personajes que me buscan y me mandan, y tengo que ser obediente e ir a donde ellos me lleven

    23/05/11 09:05

  • Vocesdelibertad

    Te agradezco el hecho que hayas incluido más páginas, pero tienes la genialidad de dejarme en el punto exacto para dejarme pendiente... a Elena debió sentir quebrada el alma con la intervención de Daniel, ruda, pero oportuna. Me he quedado pensando en la manera como esperamos que se transmitan la verdad de lo que sucede, tarde o temprano se sabrá, más conocerla de golpe causa aparte de sentimiento, confusión y mucha ira.

    Es una novela escrita con los pies en la tierra, todo cuanto has escrito sucede de alguna u otra manera, ayudas a tener un punto de partida para enfrentar no sólo enfermedades sino cuestiones cotidianas que de no atenderse oportunamente causan conflictos innecesarios.

    Sigo contigo,

    23/05/11 11:05

  • Beth

    Muchas gracias, Voces, por seguir teniendo la paciencia de leer y de comentar, pues me ayuda mucho. Creo que estas situaciones se dan todos los días cientos de veces en todo el mundo y en la vida real. Por desgracia los amores eternos no existen y los hijos, pequeños o mayores, son los que peor llevan que Papá o Mamá conozcan a otra persona. Claro que lo ideal es que una pareja lo sea para toda la vida, pero cuando no puede ser hay que hacer gala de generosidad por todas las partes para llegar a buen puerto. Y los chicos no pueden ser niños toda la vida, tienen que madurar y empezar a pensar que sus padres además de eso, de padres, son personas individuales y con derecho a la felicidad.

    24/05/11 10:05

  • Endlesslove

    Cuando se quiere a alguien nunca se le da a elegir, porque eso es señal de soberbia, de egoísmo. “sabias palabras”
    Que pataleta la de Úrsula, pero bueno, ya está hecho, sabe la verdad, ahora le tocará asimilarla y comenzar a ver a su madre de diferente manera.

    13/09/11 09:09

  • Beth

    Los hijos siempre suelen ser egoístas y no ven a sus madres como mujeres, sino solo como madres

    13/09/11 11:09

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