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Mientras Llega MaÑana 49

Sin embargo, me equivocaba al pensar que los tres días de estancia en la clínica iban a ser tranquilos. Nunca en nuestra breve convivencia habíamos discutido tanto Daniel y yo. Tercamente, se negó a salir de allí ni una sola noche, a pesar de que me bastaba tocar el timbre para que una amable enfermera atendiese mis menores necesidades. Tampoco quería dejarme sola ni para bajar a comer a la cafetería, y si no fuese porque Diego le subía la comida, creo que hubiese estado los tres días sin probar bocado. Pero lo peor era que cada media hora me estaba preguntando si me encontraba bien, si tenía muchas molestias…y literalmente me estaba volviendo loca. Cuando me dieron el alta y llegamos a casa no las tenía todas conmigo, porque pensé que seguiríamos tirándonos los trastos a la cabeza. Pero no se si porque el ambiente del hospital nos ponía a los dos nerviosos, en nuestra casa todo fue mejor. Era como si nada más entrar, nos relajásemos y hubiésemos firmado un pacto de no agresión. Después de comer no quise acostarme; estaba ya hastiada de tanta cama; y él me ayudó a tenderme en una hamaca en el jardín, con un cojín tras la espalda para estar cómoda. Hacía buen tiempo; estábamos ya a principios de mayo y aunque por las noches seguía refrescando y solíamos encender el fuego, a aquella hora de la tarde era muy agradable estar fuera, con el aire puro de las montañas acariciando mi cara. Cerré los ojos y escuché como trinaban los pájaros en el bosque cercano. Y el cuco, al que no oía desde que era una niña, se sumó a los cantos. Quise compartirlo con Daniel, pero él no tenía ni idea de qué le hablaba; y tuve que explicarle qué tipo de pájaro era.
-Me olvidaba de que tú fuiste un niño de ciudad.
-Si, no había muchos pájaros en Madrid, es verdad.
Extendió sus largas piernas en la hamaca en donde estaba tendido, a mi lado.
-Se está bien aquí-me dijo tomando mi mano y llevándosela a los labios. Me reí, su barba me hacía cosquillas.
-Si, se está en la gloria. Y sobre todo ahora que el pelo está empezando a crecerme y me han puesto lo que me faltaba. Ya de nuevo estoy empezando a ser yo.
-Pero no te dejes el pelo largo. Me lo has prometido.
-Y lo cumpliré, no te preocupes. Aunque creo que no me queda bien.
-Claro que te queda bien. Las mujeres hermosas no necesitan esconder su cara; así, con el pelo corto, se te ve mejor.
Me encogí de hombros. Si a él le gustaba, no sería yo quien lo discutiese.
-Esta noche te llamará Úrsula. No ha querido molestarte cuando estabas en el hospital. Pero hemos hablado cada día y está al tanto de todo.
Quizá la que no estaba al tanto era yo, porque la notaba esquiva en las conversaciones. Y quise comentarlo con Daniel. Tenía la extraña sensación de que cuando ellos dos hablaban o se mandaban mails me ocultaban algo. Es decir, había algo que mi hija le había contado a él y no a mi; lo cual estaba lejos de molestarme, porque significaba que por fin su relación se estaba haciendo fluida.
Se pasó una mano por la barba, y quedó callado un rato. Pero le apremié con la mirada y pareció dispuesto a hablar.
-No se mucho, pero algo me ha contado.
-Pues ya estás tardando en decírmelo.
-Tú ya sabes que hay alguien especial, un chico, ¿no?
-Si, pero no me ha dicho nada, apenas. Sólo que se están conociendo y salen juntos de vez en cuando. Pero creo que hay algo más.
-Si, yo también lo creo. De hecho, se ven todos los días. Y hay algo que no ha querido contarte todavía para no interferir en tu operación; pero que a mi si me ha dicho. Y me ha pedido que interceda, que sea yo el que te ponga en antecedentes.
Me estaba empezando a poner nerviosa con tanto preámbulo.
-Esta embarazada-le dije. Mira que me molesté en educarla bien y enseñarle a que tomase precauciones.
-Nefertiti, cállate, haz el favor; siempre haciendo conjeturas, y siempre equivocadas. No, no nos hará abuelos, de momento al menos. Es algo más simple. Se trata de ese chico con el que sale, porque creo que aunque no lo diga de esa manera, en realidad salen juntos; incluso me atrevería a decir que son novios.
-¿Y? ¿Qué es lo que pasa?
-En realidad es uno de sus profesores.
Me llevé la mano al pecho. ¿Estaba mi hija manteniendo una relación con un hombre mayor, que seguramente intentaría burlarse de ella y hacerle daño?

-Santo Dios, esta niña nada más que me da disgustos. Liarse con un hombre que seguramente tiene edad para ser su padre. Y espérate que no sea casado. Ahora bien, no le voy a consentir ni que estropee su vida ni que rompa una familia. Cualquiera diría que no la he educado con unos sólidos principios. Ella sabe cual es mi parecer en estas cosas.
Daniel me interrumpió. Se levantó y me tapó la boca con la suya.
-Es la única manera de hacerte callar. Te juro, Nefertiti, que eres la boba más hermosa que he visto en mi vida, pero boba al fin y al cabo.
-Ah, ¿si? ¿Se puede saber por qué? ¿Acaso tú ves esto normal? Tiene 22 años, por Dios, está saliendo del cascarón y se lía con un señor que a buen seguro tendrá mi edad, o más.
-Pues no, señora mía, no tiene tu edad, ni la mía. Eso te pasa por no dejarme acabar nunca las frases y sacar tus propias conclusiones, equivocadas, por cierto. Tiene 34 años. ¿En dónde hay una ley que diga que los profesores de universidad tengan que sobrepasar siempre los 40 años? Hay doce años de diferencia entre ellos, tampoco creo yo que sea tanto. Y no está casado, así que quédate tranquila, que tu niña no se ha cargado ninguna de esas familias idílicas de las películas americanas.
Suspiré, más aliviada; aunque doce años de diferencia seguían pareciéndome bastantes.
-¿Y por qué te lo ha dicho a ti antes que a nadie?
-No lo se, quizá porque me ve como alguien que está menos implicado en el tema. Yo no soy su padre, creo que me ve como a alguien de confianza, a quien le puede contar cosas que igual no se atrevería a contar a sus padres. Yo nunca juzgo; escucho y me limito a decir lo que pienso del asunto si me piden mi opinión.
-Si, eso es muy fácil decirlo, pero si fuese hija tuya, actuarías de otra manera.
Se quedó callado un rato y quise morderme la lengua. Probablemente le había ofendido, aún sin pretenderlo.
-No sé como actuaría, cariño. No tengo hijos-dijo, al fin, sin mirarme.
No añadió nada más, pero yo era perfectamente capaz de hacerlo por él. No tenía hijos y a mi lado nunca los tendría. Esa era la triste realidad. Cuando empezamos esta relación no sopesamos todas las consecuencias. Los dos actuamos un poco atolondradamente, atendiendo solo a los sentimientos, a que nos sentíamos enamorados. Pero, ¿Sería bastante para Daniel? Yo tenía a mi hija, pero él no conocía lo que era ser padre y por lo que me había contado de aquella relación que se rompió, era importante para él. Me quedé en silencio, temía decir algo que pudiese hacer que entrásemos de lleno en el tema, porque desconocía que rumbo podría tomar la conversación. Ante mi misma podía confesarlo; me callé porque tenía un miedo enorme a perderlo. Y eso me convertía en un ser egoísta. Si le amase de veras, supongo que me apartaría de él y le dejaría que se buscase a una mujer más joven y sana, que le pudiese dar hijos. Yo ya no podría hacerlo nunca. Pero como la cobarde que siempre he sido, cambié rápidamente de tema.
-¿Y sabes algo más de él? ¿De su familia, o como se llama, al menos?
-Sólo me ha dicho lo que acabo de contarte, y si, se su nombre. Se llama Mark Porter. Nada más. Ahora, será mejor que entremos, está refrescando. Vamos, te ayudaré.
Hablaba en el tono de siempre, pero yo advertí que algo había cambiado; de una manera casi inapreciable y que desde luego ninguna otra persona notaría. Pero vi algo en su mirada que me dio miedo. Sentí terror porque me pareció que le estaba perdiendo. Quería darme la vuelta, abrazarle, decirle que sentía mucho no poder darle hijos, pero me daba demasiado miedo destapar la caja de Pandora, porque no sabía lo que había dentro ni adonde nos podía llevar. Aunque hacía pocos meses que nos conocíamos, sabía perfectamente que una ruptura me dañaría en lo más hondo. Y por eso me callé, porque lo que no se ha dicho todavía, no existe. Al fin y al cabo, quizá yo tampoco era tan distinta de mi madre como siempre pretendí.
Beth13 de junio de 2011

5 Comentarios

  • Luisrafael

    Tu prosa es muy amena, me ha entretenido leer tu cuento.

    13/06/11 09:06

  • Beth

    Muchas gracias por haberte detenido a leerlo. En realidad es una novela de 400 páginas.

    13/06/11 09:06

  • Vocesdelibertad

    En una ocasión, un médico dijo que la mujer no es una máquina para tener hijos, claro su especialidad es la infertilidad, sin embargo cuando amas eso se pasa por alto aunque por dentro este prendida la llamita de querer tener hijos... difícil. Tocas tantos temas importantes en tu novela y, especialmente, éste toca fibras íntimas.

    Abrazos con cariño

    14/06/11 04:06

  • Beth

    Bueno, querida Voces, es inevitable cuando se ama a alguien querer sellar esa unión con un hijo. O si no inevitable, es lo que sienten muchas mujeres. Y a veces no puede ser, y me imagino que hay que aceptarlo

    14/06/11 05:06

  • Endlesslove

    Da un poco de lastima el sentir de Daniel, pero bueno esto podría ser una interpretación más de Helena. No sabemos qué piensa el acerca de no tener hijos.

    15/09/11 12:09

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