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Mientras Llega MaÑana 50

Evidentemente, había cierta tensión entre nosotros, que intentamos disimular mientras cenábamos, hablando de bobadas y tratando de no mirarnos demasiado. Pero cuando nos acostamos era ya obvio que él estaba molesto, aunque no dijese nada, y yo preocupada por el rumbo que habían tomado las cosas. Al apagar la luz, cuando se giró de espaldas a mi, sólo pude quedarme rígida, sin moverme, sin respirar apenas, porque nunca lo había hecho. Siempre dormíamos abrazados; y ahora se limitó a darme las buenas noches y noté perfectamente como se mantenía en su lado de la cama. Éramos como dos boxeadores esperando el enfrentamiento; uno en cada parte del cuadrilátero, sopesándose mutuamente. Intenté relajarme y esperar a que llegase el sueño, pero esperé en vano. Y ni siquiera me quedaba el consuelo de dar vueltas en la cama, porque tenía que ser cuidadosa con mi pecho; todavía me dolía y tenía que ver en qué postura me colocaba. No se si Daniel dormía, porque no le oía ni respirar. Pero en cualquier caso, yo no era capaz de quedarme en la cama en esas condiciones. Me levanté despacio y me fui a la cocina. Allí me preparé una infusión y me senté, pensando cómo solucionar esta situación. No soportaba que Daniel estuviese distante conmigo; él siempre estaba pendiente de mi, y ahora que apenas me hablaba y que no me tocaba, me sentía como una paria, como si el mundo se hubiese derrumbado a mi alrededor. Quizá debería hablar con él y preguntarle directamente qué le pasaba, aunque yo sabía lo que era: de repente se había dado cuenta de que conmigo nunca tendría hijos y eso le pesaba demasiado. Quizá no supiese cómo decírmelo.
Mientras estaba pensando qué hacer, apareció a mi lado, y sin decirme nada, se preparó otra infusión.
-¿Tú tampoco puedes dormir?-le pregunté.
Negó con la cabeza, y se sentó, mirándome, por primera vez desde esta tarde, de frente. No fui capaz de sostenerle la mirada; tenía demasiado miedo por si veía en ella frialdad, cuando estaba acostumbrada a todo lo contrario.
-Lo siento mucho, Daniel; siento haberte defraudado, pero me imaginé que tú sabrías que después del tratamiento, no podría tener hijos. Comprendo que no es justo para ti y que te replantees esta situación. No te has comprometido a nada, sigues siendo completamente libre. Puedes irte cuando quieras, o si lo prefieres, me iré yo.
Me miró, extrañado. Parecía que no sabía de qué le estaba hablando.
-Cuando te dije que como tú no tenías hijos no podías entenderlo, algo cambió en ti. Me dí cuenta. No sabes disimular.
Se levantó para servirse una copa y caminó desde la cocina hasta la puerta de entrada; y allí se quedó unos minutos, de espaldas a mi. Es curioso cuanto puede decir del estado de ánimo de una persona su espalda, y sobre todo sus hombros. Daniel estaba triste; lo sabía por la manera en como dejaba caer los brazos a lo largo del cuerpo; se le notaba más que si le estuviese mirando a la cara. Volvió a sentarse a mi lado, y por fin me cogió una mano entre las suyas. Me acordé del día que le conocí, cuando le saludé y mi mano, mucho más pequeña, fue engullida por aquella enorme manaza de gigante. Ahora me abandoné por completo a la calidez que desprendían sus dedos acariciando los míos.
-Nefertiti, como de costumbre te haces tu propia película en la cabeza y sufres en silencio por no preguntar. No hay nada de lo que estás pensando. No soy bobo, y sabía perfectamente cuando iniciamos esto que tú no podrías tener hijos. Y lo acepté, porque aunque me hubiera gustado ser padre, prefiero tenerte a ti. No hago de eso ningún problema. No van por ahí los tiros.
-Pero desde esta tarde estás molesto. Hay algo que yo he dicho o que he hecho que nos está alejando. Y no se que es.
-Si, reconozco que estoy, no enfadado, sino profundamente dolido; aunque intento entender tu postura.
Le pedí que me lo aclarase. Sentía un cierto alivio al saber que no esperaba de mi lo que no podía darle, pero no alcanzaba a entender en qué le había molestado. Siguió manteniendo mi mano entre las suyas, y eso me reconfortaba.
-Ya se que Úrsula no es mi hija, y nunca he pretendido ponerme en el lugar de su padre. Pero aunque al principio me resultó desagradable, aprendí a quererla, y sobre todo por ti. Porque es tu hija, porque la quieres, y entonces entiendo que también debe formar parte de mi vida. Por eso me dolió que me dijeses que como no es mi hija, no puedo entender cómo te sientes. Ya se que no es mi hija, no hace falta que me lo recuerdes. Tampoco era mi hija cuando salí a buscarla en medio de la noche para evitar que hiciese alguna tontería o se matase en el coche. Pero lo hice porque no quería verte sufrir, porque me gustaría apartar de ti todos los problemas y que no sufras nunca más.
Jamás pensé que su malestar se debiera a esa idea que se había formado en su cabeza, y eso me convenció de que callar las cosas que pensamos es lo peor cuando se pretende que una relación vaya por buen camino.
-Daniel-le dije, atrayéndole a mi lado. Lo siento; yo nunca dije esas palabras pensando en dañarte ni en hacerte de menos.
-Ya me lo imagino, Nefertiti, pero me hizo sentir como si no formase parte de tu vida, como si fuese el último en la lista de las cosas importantes. Quizá porque tú tienes a más personas que te quieren, de lo cual me alegro. Pero tienes que entender que tú eres todo lo que yo tengo.
-No es verdad, o al menos no en el sentido en el que lo planteas. En mi vida ahora ocupas el primer puesto. Úrsula es muy importante, pero ella ya tiene su propio camino. Somos tú y yo quienes estamos juntos, quienes compartimos nuestras vidas.
Le acaricié la cara, y se dejó hacer. Permanecimos abrazados y en silencio; hasta que yo me separé un poco y le pedí que volviésemos a la cama. Todavía faltaba mucho para que fuese hora de levantarnos.
-Y no atrevas nunca más a darme la espalda en la cama. Así no puedo dormir, y como lo hagas, de un puntapié te tiro a la alfombra-le amenacé.
-No será necesario. Ven, te pondré la crema de aloe; anoche me olvidé.
-¿O hiciste por olvidarte?
-No soy tan mala persona como crees-me aseguró. Si no te hablaba e intentaba no tocarte no era por enfado, como tú crees, sino porque me sentía menospreciado, dolido, como si no representase nada en tu vida.
-¿Y por qué no me lo dijiste?
-Ya lo hice, hace un momento.
-Vaya, cuando no te quedó más remedio, cuando te lo pregunté.
-Vale, pues los dos debemos intentar ser completamente sinceros y sobre todo aclarar las cosas en el momento en que empiecen a surgir dudas.
-Si, eso pienso yo. Pero como siempre, las cosas siempre son más fáciles cuando nos las proponemos que después, cuando llega el momento de cumplir con lo que uno ha prometido.
-Lo intentaremos, al menos-sugirió.
-Lo intentaremos-repetí.
Ya estábamos desvelados y nos pasamos todavía un buen rato hablando sobre mi hija y su nueva relación, que me preocupaba un poco, aunque era consciente de que no podía tomar decisiones ni sufrir por ella. Tenía que vivir su vida como yo había vivido la mía, y como todos hacíamos; aprendiendo a base de errores. Noté que Daniel quería decirme algo más; pero estaba tomándose su tiempo, y no le apremié. Y efectivamente, a los pocos minutos salí de dudas.
-Hay quizá algo que no te he dicho. Con el cariz que tomaron las cosas, me olvidé.
-Pues estoy esperando.
-Úrsula me mandó una foto de su profesor, para que te la mostrase.
-Esta niña; ¿Por qué te usa de intermediario? ¿O es que tiene algo raro el chico, aparte de que me parezca algo viejo para ella?
-No, no veo nada de raro en él.
-¿Es guapo?-quise saber. Podría ir a verlo en tu ordenador, pero francamente, estoy tan bien ahora mismo aquí, los dos juntos y arrebujados bajo las mantas, que me da pereza salir.
-¿Y yo qué se, Nefertiti? No entiendo de hombres, supongo que es un chico normal. Además, eso ¿qué importancia puede tener? Por lo visto, a ella le parece muy guapo.
-¿Es alto?
-No lo se, en la foto no se aprecia demasiado bien, pero si se que tú eres muy pesada.
-Y tú un soso. Parece mentira que te ganes la vida contando cosas; luego a la hora de la verdad hay que sacarte las palabras con un sacacorchos.
-Es que cuento cosas que suceden, no me dedico a describir a la gente.
- A ver si al menos eres capaz de contestar a preguntas sencillas. ¿Es rubio?
-Más bien diría que no.
-¿De color tiene los ojos?
-Negros, creo.
-¿No le has encontrado parecido con alguien? Ya sabes que dicen que todos tenemos nuestro alter ego por ahí, perdido. A mi me han dicho en alguna ocasión que me parecía a…
-Nefertiti-acabó por mi. Y es verdad, aunque ya esté empezando a crecerte de nuevo el pelo, te sigues pareciendo. Y este chico, si tuviese que sacarle semejanza con alguien-se rascó la barba por un momento. Yo diría que se parece bastante a Sidney Potier, cuando era joven, claro…
Beth15 de junio de 2011

4 Comentarios

  • Vocesdelibertad

    jajajajaja la curiosidad mató al gato, inmediatamente fui a buscar la fotografía de Sidney Potier. A quién se parecerá Daniel? que más da tiene un corazón de oro.

    Todos nos adelantamos y hacemos conjeturas y, como a Elena, nos causa no sólo ansiedad sino son motivo para desatar todo un rollo... jaja

    Lindas páginas

    15/06/11 08:06

  • Beth

    Pues Daniel se parece a un chico que yo conocí cuando era muy jovencita, y que nos gustábamos bastante, pero la cosa no cuajó, porque los dos tenìamos compromisos por otra parte. Y si la cosa va de actores se parece a Gerard Butler, más o menos.

    15/06/11 09:06

  • Endlesslove

    Me encanta la relación de estos dos, la sensibilidad de Daniel es única. Es un ser extraordinario. existirá solo en tu novela? es demasiado dulce . ¡Me encanta!

    15/09/11 12:09

  • Beth

    Pues ahora que no nos oye nadie te diré que cuando escribí la novela Daniel fue un producto de mi imaginación y de mi corazón, que deseaba que existiese ese tipo de hombre. Y mira por donde, hace unos meses apareció en mi vida, precisamente conjurado por esta novela, alguien que la leyó y le llamó la atención. No se llama Daniel ni tiene barba, ni es pelirrojo, pero si todo lo demás

    15/09/11 09:09

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