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Mientras Llega MaÑana 52

No tuve argumentos para contestarle. Pero nunca había pensado que debiésemos casarnos, no veía la necesidad de hacerlo. Tal vez si yo fuese más joven y pensásemos tener hijos si estaría bien, pero en estas circunstancias, ¿para qué complicarnos la vida con papeles? No íbamos a ser más o menos felices, ni a querernos más o menos por ese pequeño detalle. Pero aunque intenté explicárselo, no me quiso atender. Me rogó y me suplicó que lo aceptase, y tampoco vi en ello motivo de discutir.
-¿Quieres que nos casemos? Pues vale, nos casaremos. Pero sólo pongo una condición. Lo haremos de manera discreta, nosotros solos.
-Se necesitan dos testigos.
-Diego y Elia, nadie más. Y Carlos si quiere venir. No quiero más parafernalia.
Los dos dejamos de hablar, asustados por un estruendo en la carretera. Daniel se levantó para ver qué había pasado, porque era una zona tranquila por la que no solía haber demasiado tráfico. Desde la cancela de entrada vimos que un coche había chocado contra el muro de la finca. Daniel corrió hacia el vehículo y yo me fui a coger mi móvil por si había que llamar a alguien. Cuando llegué adonde estaba el coche me asusté porque estaba literalmente destrozado y pensé que sus ocupantes no podrían estar en muy buenas condiciones. Pero a veces el exterior engaña, afortunadamente. La pareja que estaba dentro no tenía, aparentemente, nada grave. Llamamos a una ambulancia. Aparentemente el conductor tenía una pierna rota y la acompañante, una chica de unos treinta años, se había hecho un corte en la frente; bastante profundo, y se quejaba de que le dolía el pecho, probablemente por la sujeción del cinturón. Pero cuando me acerqué un poco más, me asombró ver que en asiento trasero había dos sillitas de niño, ocupadas por un bebé de unos seis meses y una niña a la que calculé, como mucho, tres años. Estaban intactas, sin un solo rasguño, y ni siquiera lloraban. Me dio la impresión de que el susto había sido tan grande que todavía no habían reaccionado.
-No se preocupen. La ambulancia vendrá enseguida-les tranquilicé.
La madre se echó a llorar; creo que hasta ese momento no se dio cuenta de lo que pudo haber pasado y de la suerte que habían tenido.
-Pero y las niñas, ¿Qué haremos con ellas cuando nos lleven al hospital?-se lamentó.
-No se preocupe por eso ahora. Si quiere podemos avisar a alguien de su familia para que las recoja.
-Somos de Zamora. Mi hermana podría venir, pero tardaría al menos unas horas.
-Bueno, pues no hay problema por ello. Nos quedaremos con las niñas y que su hermana las recoja aquí. No nos conoce, pero le aseguro que somos gente normal y sus hijas estarán bien con nosotros.
No se si me creyó o si la situación la superaba de tal manera que pensó que no le quedaba más remedio que fiarse. Llamaron por teléfono a la tía de las niñas y dijo que hasta dentro de un par de horas no podría salir para recogerlas. Cuando llegó la ambulancia y se llevó a los heridos, sacamos a las niñas del coche y las llevamos a la casa. Menos mal que llevaban consigo comida para la pequeña, pañales y ropa de recambio. Daniel cogió en brazos a la pequeñita y yo convencí como pude a la mayor para que se tomase de mi mano y me acompañase. Me miraba, un tanto desconfiada y chupándose el pulgar con algo de miedo, pero se agarró de mi mano y empezó a caminar a mi lado. Conseguí que me dijese que ella se llamaba Laura y su hermanita Lucía. Me enterneció pensar que la mayor estaría asustada de estar entre desconocidos. Pero parecía una niña valiente y aunque me miraba de reojo, siguió caminando y respondiendo a mis preguntas con su lengua de trapo. Tenía tres años, como yo había pensado. Ya dentro de la casa, sentamos a la pequeña en su sillita y le prepararé un biberón según las instrucciones de su madre. Me senté con ella en brazos en la mecedora y le dí de comer. Había olvidado, después de tantos años, la paz que se siente con el peso de un bebé entre los brazos, y lo bien que huelen los niños pequeños. Se lo tomó todo sin rechistar y una vez que le hube puesto un pañal limpio la dejé sentada de nuevo en su silla, contenta y jugando con un móvil de colores. Pensé que podía darle de merendar a Laura. Le pregunté si le gustaba la leche con galletas, y asintió con la cabeza. Daniel la había cogido en brazos y estaba dibujándole muñecos y animales en su bloc de notas. La niña parecía encontrase cómoda con él, así que fui a la cocina a calentar la leche. Cuando volví, me quedé parada en el quicio de la puerta, escuchando: Laura se reía a carcajadas. Daniel estaba contándole el cuento de Los tres cerditos, haciendo las voces de cada uno de ellos y del lobo con tal precisión que parecían los cuentos que cuando yo era pequeña contaban en los programas de radio. No conocía esa faceta suya; nunca le había visto tratar con niños y me llamó la atención que esta pequeña, que le acababa de conocer, se mostrase totalmente confiada en sus brazos.

-Bueno, aquí está la merienda para la señorita
Sin bajarse del regazo de Daniel empezó a comer, mirándome fijamente.
-¿Por qué tienes así la cabeza, tan pelada?-me preguntó, con la franqueza con que hablan siempre los niños.
-Bueno, verás-fui ganando tiempo mientras pensaba qué decirle
-Porque yo le pedí que se cortase el pelo-interrumpió Daniel.
-¿Por qué?-insistió ella. Y yo suspiré porque o mucho me equivocaba o íbamos a tener una tarde animada. Los tres años eran la etapa del por qué.
-Porque me gusta más así. ¿A qué es guapa mi chica?
-Si-contestó ella; aunque no parecía demasiado convencida. ¿Y tú por qué tienes pelos en la cara?-siguió preguntando mientras le toqueteaba la barba. Pica-dijo riéndose y apartando la mano.
-Se llama barba, y la tengo porque me gusta. ¿A ti no?
-No se. Mi papa no tiene. ¿Y no tenéis niños?
-Tenemos una niña, pero ya es mayor y no está aquí-le contestó Daniel.
-Entonces, ¿no hay juguetes?
Gran pregunta. Habría que entretenerla de alguna manera. La pequeña no era problema, porque se había quedado dormida en su sillita y lo único que hice fue mover la palanca para recostarla un poco y que estuviese más cómoda. Pensé un rato y recordé que quizá en el altillo de mi armario estuviese el juego de construcciones de Úrsula. Nunca había sido una niña demasiado aficionada a las muñecas y las cocinitas; más bien prefería construir cosas. Herencia de su abuelo arquitecto, supongo. Le pedí a Daniel que mirase si estaba allí todavía; a mi me quedaba aún una semana hasta que pudiese levantar los brazos y empezar a coger pesos. Afortunadamente, lo encontramos, y los dos se sentaron en la alfombra y empezaron a construir una casa, aunque aquello se parecía cada vez más a un barco.
Les observé como buscaban las piezas, discutiendo cual era la mejor para colocar. Creo que el secreto era que Daniel le hablaba como si fuese una persona mayor, sin la condescendencia que solemos adoptar con los niños en algunas ocasiones y que hace que, sobre todo cuando son inteligentes como esta pequeña, nos miren con desconfianza. Formaban una bonita estampa; la niña de rizos negros y ojos oscuros, cogiendo confiada en sus manitas las piezas que le daba el gigante barbudo y pelirrojo. Cada vez que colocaba una pieza, Laura palmoteaba, jaleándose a sí misma. Daniel levantó la mirada, y posó sus ojos en mí. Me sonrió; con una sonrisa feliz, de niño pequeño que se está divirtiendo. Y yo le devolví la sonrisa, aunque no dejaba de pensar que estaba renunciando a cosas muy importantes que yo nunca le podría dar.
O tal vez si. Solemos pensar que la vida corre en una sola dirección y que las cosas que no se pueden solucionar de la manera que se ha hecho siempre; es porque no tienen solución posible. Pero no tenía por qué ser así. Si no evolucionásemos y buscásemos nuevas formas de vivir, todavía estaríamos encendiendo el fuego con dos palos. Estaba empezando a pensar en algo a lo que tendría que dar unas cuantas vueltas. Pero la estancia de estas niñitas en nuestra casa quizá hubiese sido una señal, algo providencial.
Beth21 de junio de 2011

6 Comentarios

  • Agora

    Beth, vuelvo a leer teniendo aún un montón atrasados... me voy poniendo al día; me gusta tu historia, saludos!

    21/06/11 08:06

  • Beth

    Muchas gracias, Agora, es un honor para mi que leas mis desvaríos

    21/06/11 08:06

  • Vocesdelibertad

    Beth:

    Cada vez le imprimes emociones nuevas, al igual que la vida misma. Un bebé llena de luz y hace que las flores germinen!!

    Abrazos

    23/06/11 11:06

  • Beth

    Si, querida Voces. Y sobre todo a esta Elena nuestra que nos ha salido tan madraza. Para mi que debe de ser cáncer

    24/06/11 09:06

  • Endlesslove

    ¿Una señal algo providencial? ya me imagino, la mente de helena maquinando cosas…
    Beth, me has tenido pegada, no he podido parar de leer.. me encanta la historia!!!

    15/09/11 12:09

  • Beth

    Elena, como bien dices, no deja de maquinar. No sabes cuanto me alegro, querida Endlesslove, de que te guste la historia. Nada es tan agradable para quien inventa "historias" que le lean

    15/09/11 09:09

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