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Mientras Llega MaÑana 61

Ahora Arturo se volvió hacia mí, mirándome de arriba abajo. Instintivamente, me acerqué a Daniel, que alargó la mano que Úrsula le dejaba libre y me atrajo.
-Así que te casas. Te ha faltado tiempo, se ve. Me alegro de que te hayas recuperado tan pronto de tu enfermedad. ¿Y no pensabas decirme nada?
-No creo que tenga que hacerlo. Estamos divorciados, ¿recuerdas? Si, me caso, esta tarde a las cinco, para ser exactos, con lo cual ya te puedes imaginar que estamos bastante ocupados. Dí lo que tengas que decir, y haz el favor de largarte, Arturo. He intentado ser educada, te lo juro, pero me crispas los nervios.
Se encogió de hombros, y ahora miró fijamente a Úrsula.
-¿Has recapacitado en lo que te he dicho? Si insistes en la absurda idea de casarte con ese hombre, echarás a perder tu vida, y yo me veré obligado a desentenderme de ti. Luego no me vengas llorando cuando las cosas te vayan mal.
-Papá, déjalo, por favor. No lo estropees más. Voy a casarme con Mark, te guste o no. Y tendrás nietos negros, si, aunque no te guste. No pienso intentar que veas a Mark de otra forma, lo dejo a tu elección; pero quiero que sepas que si le ofendes a él, si le rechazas a él, también lo haces conmigo. Formamos un tándem, si no le aceptas en tu vida, entonces yo tampoco tengo cabida.
Se me heló el corazón al oír a mi hija, porque de la reacción de Arturo dependerían muchas cosas. Carlos se acercó a él, le tomó del brazo, se lo apretó con esa fortaleza rediviva que sacan los ancianos de algún sitio cuando la situación es grave y le habló en voz baja, pausadamente.
-Hijo, por una vez en tu vida, deja el orgullo a un lado, y compórtate como debes. Hazlo por tu hija.
Pero Arturo no se inmutó ante las palabras de su padre. Con un gesto despótico de los hombros se desprendió de las manos del anciano; nos miró a todos despreciativamente y salió de mi casa y de mi vida para siempre. Iba a desprenderme de los brazos de Daniel para consolar a mi hija, pero él me agarró para que me detuviera. Mark iba ya hacia ella; y era el más adecuado para consolarla en estos momentos. Todos nos quedamos callados, tristes. Era una mala manera de enfrentar el día de nuestra boda. Daniel y yo nos acercamos a Carlos, que se había quedado solo, abatido, todavía con la mano alargada para detener a su hijo. Me partió el corazón verle con los ojos llenos de lágrimas y maldije a quien había compartido mi vida tanto tiempo por hacerle un daño gratuito, otro más, a personas que eran tan importantes para mi. Como siempre, Diego vino en mi ayuda.
-Venga, vamos a comer algo, que ya es tarde. No se vosotros, pero como yo soy el padrino, tengo que acicalarme y no puedo llegar tarde. No veo el momento de llegar al ayuntamiento del brazo de esta pesada-dijo señalándome-y entregársela a Daniel para siempre jamás. Menudo peso me sacaré de encima. Y a ti-le dijo a Daniel-no te arriendo la ganancia. Ya verás como te vuelve loco.
La inofensiva broma hizo que el ambiente fuera de nuevo distendido. Úrsula se limpió los ojos con un pañuelo que le dejó su novio y me tomó de la mano.
-Vamos, Mamá. Pongamos la mesa rápido. Luego te ayudaré a que te vistas y te voy a maquillar yo, porque de ti no me fío y no quiero que vayas el día de tu boda hecha una facha. Ya me fastidia bastante que no me hayas hecho caso y no te hayas puesto un postizo en el pelo. Pareces
-Una diosa-la interrumpió Daniel. Y si veo que se pone un postizo, no me caso. Le he suplicado, para que lo sepas, niña, que no se deje crecer el pelo.
-Qué raros sois-contestó Úrsula. En fin, que allá vosotros. Tita, ayúdanos, no te largues a tu cuarto, como siempre, cuando toca arrimar el hombro. Pon el mantel y haz la ensalada. Y tú, abuelo, descorcha una botella de vino. Necesitamos alegrarnos un poco, sobre todo Daniel, para que no se eche atrás en el último momento y tengamos que seguir cargando con Mamá.
Las ceremonias civiles no son demasiado emocionantes ni especialmente bonitas; pero tienen de bueno que son breves. Yo ya había tenido una boda llena de florituras y ceremonias, y no me había ido bien; así que ahora me bastaba con firmar un contrato, aunque el amor no se rija precisamente por leyes ni por cláusulas. Lo único que me emocionó fue el poema leído por mi hija, y las palabras de mi hermano, cuando le dijo a Daniel que no podía pensar en nadie más adecuado para entregarle a su hermana, porque le había demostrado con creces que me quería. Eso fue todo. Salimos en menos de veinte minutos, con un papel en el que decía que era formalmente la señora de Mendoza.
Yo había planeado que cenásemos en casa, pero Daniel se negó. Me dijo que no podía cocinar el día de nuestra boda, así que nos fuimos a un restaurante cercano y fue una cena alegre, en la que celebramos simplemente que nos amábamos, sin más, y que podíamos disfrutar de la compañía de nuestra familia. Daniel y yo, después de la cena, nos quedamos a dormir en el hotel anexo al restaurante; porque al día siguiente saldríamos a un cortísimo viaje, un par de días fuera tan solo. Me despedí de todos y nos fuimos a nuestra habitación. Me dejé caer en la cama como si acabase de hacer un enorme esfuerzo. Daniel me miró, burlón.
-Cualquiera diría que sales directamente del potro de la tortura.
-No, pero ha sido un día largo y extraño, ¿no crees?
Se recostó a mi lado y me besó la nariz.
-Daniel
-Ummmmm
-Hay algo que te he ocultado.
-Si me vas a decir que no eres virgen y temes estropear nuestra noche de bodas, tranquila, ya me lo había imaginado. No te dejaré por eso.
-No, es algo peor. He actuado a tus espaldas.
-¿Has contratado un seguro de vida a mi nombre y piensas envenenarme con algo que no deje rastro para poder cobrarlo?
Le dí un golpe con la almohada para que dejase de decir idioteces.
-Escucha, hablo en serio. He estado planeando y haciendo averiguaciones sobre algo sin decirte nada, y no me siento cómoda. Desde luego, no ha sido con el ánimo de ocultarte cosas, sino más bien porque no quería comentar nada hasta que yo misma estuviese segura.
-Te juro, Nefertiti, que tienes la virtud de ponerme en ascuas con tanto circunloquio. Di de una vez lo que sea, creo que podré soportarlo, a menos que me digas que tienes un amante. Y aún así, si no es más guapo que yo, creo que podré soportarlo.
-No hay nadie más guapo que tú-le dije, agarrándole de la corbata, que todavía llevaba puesta, para besarle en el mentón. Su barba me hizo estornudar.
-Venga, cuenta-me apremió. No vamos a perder toda la noche hablando. No en lo que se supone que es nuestra noche de bodas-me dijo, guiñando un ojo.
-He estado haciendo averiguaciones qué posibilidades tenemos de poder adoptar un niño.
Ya estaba. Lo había dicho de corrido porque me costaba mucho confesárselo y tenía miedo de su reacción. Pero no se inmutó. Permaneció callado, a la espera, y seguí hablando.
-Te vi tan contento cuando aquellas pequeñas se quedaron unas horas con nosotros que pensé que no estaba bien que yo te robase la oportunidad de tener hijos.
Me interrumpió.
-Te he dicho ya que no me has robado nada. Tú no me has engañado. Sabía cuando decidí que deseaba estar contigo que no podías tener hijos. No te niego que hubiese sido perfecto tenerlos, pero te quiero a ti.
-Y yo te lo agradezco. Pero hice averiguaciones sobre las adopciones.
-Pero las noticias que te dieron no fueron buenas, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
-Me lo imaginaba-prosiguió. Tenemos ya una edad, y está el problema de la salud, de la tuya y de la mía.
-Por eso un amigo de Diego que trabaja en Asuntos Sociales le ha insinuado que tal vez la única opción fuese un niño que…bueno-no sabía cómo decirlo. Un niño al que nadie quisiese adoptar.
-Un niño con problemas, vaya-resumió.
-Si. Concretamente le hablaron de varios niños, bebés, en realidad, que son seropositivos. Hijos de madres drogadictas que no pueden ocuparse de ellos. Si nadie los adopta, que es lo más probable, se quedarán en el centro hasta los 18 años.
Se colocó de costado en la cama, apoyado en un codo, y empezó a acariciar mi cuello.
-¿Y tú has pensado en la responsabilidad de adoptar un niño así?
-Si, lo he pensado. Mucho. Le he dado muchas vueltas y antes de decirte nada, he hablado con Elia, con Diego, con Úrsula. Soy consciente de mis limitaciones, y no sería justo para el niño que no hubiese nadie más que nosotros para ocuparse de él si nos pasa algo.
-No se, Nefertiti. Me parece un acto de egoísmo, tal vez.
-¿Te importaría que no fuese tu hijo, de tu sangre?
-No estoy tan orgulloso de mis genes como para querer perpetuarlos a toda costa. Úrsula no es hija mía, y la quiero.
-Entonces…
-Entonces, no se qué podemos ofrecerle nosotros a un bebé tan necesitado de cariño y cuidados.
-Pues eso mismo, amor, atención. Algo que allí no va a tener. Quiero pedirte algo.
Hizo un gesto con la mano para que hablase.
-Vayamos a ver el centro, y los niños que están allí. Luego decidimos.
-Está bien. Y ahora, ¿podremos al fin celebrar nuestra noche de bodas?
-¿A ti que te parece?
Beth22 de agosto de 2011

6 Comentarios

  • Agora

    sigo Beth! con todo el placer de una buena lectura!

    22/08/11 09:08

  • Beth

    Muchas gracias por leerlo, Agora. Un saludo afectuoso

    23/08/11 12:08

  • Vocesdelibertad

    Eres una dulzura Beth, qué páginas tan plenas, quitando el mal sabor causado, el amor simplemente permite que se le de peso a lo que tiene... te he felicitado una y otra vez, esta vez te agradezco por los momentos y sentimientos que has revivido en mí con tu historia.

    Un abrazo linda Beth, seguramente estaré lista para la visita al centro.

    23/08/11 12:08

  • Beth

    Muchas gracias Voces. La visita a ese centro es uno de mis pasajes favoritos y que he hecho con más amor. No se como ha salido pero he puesto lo posible y lo imposible para transmitir lo que está en mi corazón hacia esos niños. Un beso

    23/08/11 09:08

  • Endlesslove

    Que noticia la de Helena en la noche de bodas; pero Daniel no me desilusiona, el pacientemente espera y retoma lo que tiene que hacer esa noche .
    ¡ah y Aturo y Paula, bien idos , que fastidio!

    15/09/11 06:09

  • Beth

    Arturo y Paula serán felices también, son tal para cual

    15/09/11 09:09

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