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Mientras Llega MaÑana 74

Diego entró en el quirófano, pero nosotros tres nos quedamos en una salita, esperando. Aproveché para llamar a casa y saber cómo iban las cosas, y nos dio tiempo a tomar varios cafés, y a seguir esperando. Y la espera me sirvió para recordar muchos detalles de mi relación con quien durante tanto tiempo había sido mi suegro. Cuando yo le conocí todavía trabajaba en su despacho de arquitecto y de hecho fue él quien proyectó la casa donde viví tantos años. En aquel entonces era un hombre dinámico, lleno de energía, de ideas y sobre todo, de alegría. Siempre estaba de buen humor, con una sonrisa en la boca. Cuando nació mi hija fue el mejor de los abuelos, y aunque solamente fuese por eso, ya se merecería todo mi cariño. Pero es que era mas que un suegro; vino a reemplazar al padre que me faltaba. Cuantos sábados, sabiendo que su hijo no estaba en casa, venía a recogerme, y con la niña y mi suegra nos íbamos a comer a algún pueblecito encantador, donde disfrutábamos de interesantes charlas en familia. Recé con toda mi alma para que todo fuese bien en la operación y se recuperase. Se merecía unos años más para que todos pudiésemos rodearle de cariño y comodidades. Todos, menos su hijo. Le pregunté a mi cuñada si sabía algo de él. Ella torció el gesto.
-Me llamó ayer de noche, para decir que no podía venir, que hoy tenía dos juicios que no había podido cambiar. Pamplinas; es uno de los socios fundadores del despacho; pudo haber mandado a cualquier otro socio en su lugar.
-Me duele por tu padre, pero no puedo decir que me llame la atención su postura. Es la misma exactamente que adoptó durante la enfermedad de vuestra madre.
De alguna manera pasamos el tiempo hasta que por fin Diego llegó con noticias. Me sentía aliviada al verle llegar, porque venía sonriendo.
-Ha salido todo bien-dijo abrazando a Elia. Ahora le han llevado a la UCI y pasará allí la noche, pero creo que si todo marcha como esperamos, mañana le llevarán a su habitación.
-¿Podemos verle?
-Mejor que no. Está sedado, no va enterarse de nada, y está lleno de tubos, no os voy a engañar. No es agradable de ver; prefiero que esperéis a mañana, cuando esté ya en planta.
Daniel y yo nos despedimos, allí ya no hacíamos nada, y yo no quería abusar de la buena voluntad de Hortensia, la señora que me ayudaba en casa. Era perfectamente consciente de lo cansado de cuidar de dos niños pequeños cuando no hay costumbre de hacerlo.
Carlos se quedó una semana en el hospital y justo cuando faltaban apenas tres días para que llegasen Úrsula y Mark, le dieron el alta. Todos estuvimos de acuerdo en que sería mejor que se trasladase a nuestra casa; estaría más tranquilo y más acompañado, porque Elia y Diego tenían que trabajar. Daniel ya tenía vacaciones en la universidad y yo estaba siempre en casa, con los niños. No se encontraría solo.

Cuidar de Carlos era muy sencillo, porque la naturaleza de las personas se manifiesta de igual manera en lo bueno y en lo malo; y él era un enfermo ideal: obediente, animoso, siempre con la sonrisa en la boca y presto a intentar que todo marchase sobre ruedas. Aunque estaba muy desmejorado y había perdido bastante peso, le veíamos mejorar día a día. La tarde en que tenía que llegar Úrsula, fue Daniel al aeropuerto y yo me quedé con él. Estábamos sentados delante de la chimenea, tranquilos ahora que los niños estaban entretenidos con sus juegos, pero al alcance de mi mirada.
-Verás que contenta se va a poner tu nieta cuando te vea tan bien-le animé.
Meneó la cabeza, como quitándole importancia.
-Esto, Elenita, es un parche. El mal sigue ahí, y los años también. Es igual que el coche viejo que pisa muchos talleres. Se repara, pero nunca estará como nuevo.
Me eché a reír porque me hizo gracia la comparación.
-No te rías, porque es verdad.
-No, si no te lo discuto. Pero es que me hace gracia pensar que aquí somos unos cuantos los que hemos sido reparados, y vamos tirando. Mírame a mi, mira a Daniel. Incluso estos pobres niños inocentes no están exentos de padecimientos y de achaques. Pero mal que bien, seguimos adelante. ¿Sabes? Cuando me dieron la noticia de mi enfermedad, pensé en tirar la toalla, esconder la cabeza debajo del ala y retirarme aquí para esperar la muerte.
-Pero no lo hiciste.
-No. Primero porque Diego no me lo permitió. Ya sabes como es; no le importa portarse como un bruto si con eso salva la situación. A mi me salvó. Y el llegar aquí y ver que estaba más acompañada con un desconocido que durante toda mi vida anterior, también hizo que me animase algo.
-Todo se ve distinto, ¿no?-me preguntó en voz baja, como con miedo.
-No te entiendo, suegro.
-Quiero decir-prosiguió- que cuando estás a punto de dejarlo todo, aprendes que hay cosas que no son importantes, aunque antes lo pareciesen.
-Si, se lo que quieres decir. Hay que estar a punto de perderlo todo para aprender a valorar lo que se tiene. El primer día que salía a caminar después de que me operasen, llegué con mucho trabajo, hasta la iglesia, y creo que si Daniel no me ayudase a regresar, no hubiera sido capaz. Pero disfruté como nunca de un camino que antes había hecho mil veces.
Seguimos hablando bastante rato y me confió que aunque le dolía el modo de ser de su hijo, tampoco esperaba nada distinto y ya había aprendido a aceptarlo tal y como era.
-No puedo evitar quererle; es mi hijo; pero Diego y Daniel han hecho por mi mucho más que él; es de ley reconocerlo.
-Pero ahí está lo complicado, ¿no? Los hijos a veces nos dan disgustos y desengaños, y sin embargo, siempre les perdonamos; siempre encontramos una disculpa para su comportamiento.
-Aunque a veces no la haya.
Oí llegar un coche, y cuando me levanté a mirar a través de la ventana, me crucé con la mirada de Úrsula, que fue la primera en bajar. Salí corriendo para envolverla en un abrazo protector; y hasta que de nuevo la tuve conmigo no me di cuenta de cuanto la había echado de menos.
Beth16 de septiembre de 2011

6 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    "Seguimos hablando bastante rato y me confió que aunque le dolía el modo de ser de su hijo, tampoco esperaba nada distinto y ya había aprendido a aceptarlo tal y como era".

    Que alegría me da saber que la operación fue todo un éxito y que Don Carlos esta bien. Dile a Carlos que nosotros tenemos padres e hijos por todos lados. Diego y Daniel son sus hijos aunque no haya lazos de sangre.

    Un gusto leerte amita.

    Serge.

    16/09/11 11:09

  • Endlesslove

    “Es igual que el coche viejo que pisa muchos talleres. Se repara, pero nunca estará como nuevo".
    Genial la frase de Carlos y qué bueno que está recuperándose. De Arturo ni hablemos...

    16/09/11 11:09

  • Beth

    Si, gatito, no hace falta haber engendrado un hijo para sentirle como tal. Un abrazo mi Sergei

    16/09/11 11:09

  • Beth

    No querida, mejor dejamos a Arturo. Un abrazo

    16/09/11 11:09

  • Vocesdelibertad

    Esta tarde me imaginé escuchándote en una cabaña, con una leche con café caliente, es verdaderamente una dicha poder leer cada una de tus páginas. Qué bueno que Carlos va viento en popa!

    Un abrazo con cariño

    19/09/11 11:09

  • Beth

    El que hayas pensado en mi, querida Voces mientras te tomas tu descanso, ya es un premio y una alegría. Un enorme beso

    20/09/11 06:09

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