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Novela 4

Las dos amigas se miraron, sorprendidas, al acabar de leer la carta.
-Pues igual tú estabas equivocada y resulta que sí ha habido amoríos en la vida de tu tía.
-Puede-reconoció Amanda. Lo que pasa es que eso no me cuadra nada con la imagen que tengo de ella. Si siempre me pareció una mujer seca y amargada.
-Tampoco es que la conocieses mucho-aventuró Inma.
-No, no demasiado. Mi madre venía al pueblo con frecuencia, pero la verdad es que lo hacía sola. Mi padre y yo nos quedábamos en casa. Nunca me pregunté por qué…
Se sobresaltó cuando sonó el teléfono. Era la secretaria del notario. Hablaron durante apenas uno segundos. Es decir, ella se limitó a escuchar y asentir.
-Tengo que ir mañana a las once a la notaría.
-¿Ha pasado algo?
Amanda negó con la cabeza.
-Nada preocupante, o al menos eso espero. Ya te conté que mi tía tenía una conservera con otro socio. Pues parece ser que ese misterioso hombre, que vive fuera, ha venido a conocer a su nueva socia al saber de la muerte de la antigua.
Inma asintió y luego sonrió para sí misma.
-Oye, estoy pensando… ¿Y si el socio fuese el hombre del que tu tía habla en las cartas?
-No seas absurda; sería Matusalén entonces. Mi tía decía que ya no cumpliría los cuarenta…
-Bueno…si rondar los ochenta años te parece que le hace ser Matusalén…
Amanda le hizo un gesto de burla, pero lo cierto es que se pasó lo que quedaba de tarde pensando si podría ser cierto que el socio fuese ese antiguo pretendiente de la tía Irene. Quizá por eso al día siguiente llegó a la notaría con más de veinte minutos de antelación. Se había vestido con la idea de causar buena impresión; la de una mujer de negocios seria y decidida. Se puso uno de los trajes de chaqueta que rara vez usaba; en un tono gris perla que combinó con una blusa de seda rosa y un pañuelo. Hasta se caló las gafas a pesar de que solo las necesitaba para ver la televisión y conducir. Pero su montura de pasta negra le daba un aire de rígida institutriz que juzgaba adecuado para encontrarse con un provecto anciano que seguramente desconfiaría de su juventud.
Aquel día la sala de espera estaba totalmente vacía y se entretuvo mirando algunas revistas jurídicas, aunque poco entendía de aquella jerga que hablaba de protocolos, decretos y leyes refundidas. Estaba ya empezando a arrepentirse de haber llegado con tanta antelación cuando irrumpió en la sala un hombre que se acercaba a los cuarenta años, alto y algo corpulento, con pelo rubio ligeramente rizado y vestido con traje y corbata. Saludó al llegar y se sentó enfrente de ella, lo cual le dio ocasión para observarlo. Llevaba gafas y un maletín del que sacó papeles y se entretuvo en echarles un vistazo. Amanda pensó, tontamente, que se parecía al retrato que su tía había hecho del misterioso Paul Knight. También él tenía los ojos azules, de un azul cálido y luminoso…Sus erráticos pensamientos quedaron interrumpidos por la secretaria del notario que con un gesto les hizo pasar a los a la vez. Ella se quedó durante un momento sorprendida. ¿Sería este su socio? Sin embargo él permanecía silencioso e inmutable.
Beth21 de mayo de 2014

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