Los lugares son poca cosa cuando se despojan de cariño, de recuerdos, de palabras tal vez no dichas o tan solo esas que se cuentan al viento. Entonces son solo sitios, calles, montañas, mares, tal vez ríos y valles.
Yo ayer volví a un lugar en el que pasé años de mi infancia y de mi juventud. No era la primera vez que volvía. Pero si era la primera vez que iba con alguien especial, y por eso la visita era especial también.
Hasta el aire olía distinto. Y el mar tenía un color más azul que nunca. Caminamos agarrados de la mano y llegamos hasta un rincón del puerto en donde habíamos estado hace ya muchos años, cuando la vida era una incógnita y ninguno sabía lo que nos tenía guardado. Es cierto que ha llovido mucho y que el sol a veces se ha mostrado esquivo; y también es cierto que quizá ahora nuestros pasos son más lentos y suenan algo más cansados y también que las sienes son plateadas y quizá los ojos menos claros. Hay cicatrices en el alma y ambos sabemos lo que es no esperar apenas nada.
Pero quizá por eso y por más cosas que no pueden expresarse con palabras, ahora sabemos lo que vale una mirada. Hemos aprendido a vivir el presente y también a soñar con el mañana; pero sin olvidarnos de un pasado nos da cobijo cuando la tempestad estalla. Un pasado que nos alimenta, que nos recuerda que nunca las esperanzas deben ser vanas
Es una forma muy positiva de pensar, somos siempre distintos y cambiantes a traves del tiempo pero al fin somos los mismos en el corazón. Saludos, me encantó leer.