Tardío parpadeo que jamás evita la expresión de la tristeza. Líquido desplazamiento de la sal sobre tus mejillas. Probaré tus labios ya mordidos y me llevaré un trozo de tu alma para jugar con él a descarnarlo; echado, sin más compromiso que levitar entre mis ilusiones y las notas de tu sabor.
Acudiré entonces a la puerta de tus maravillas, cuya chapa está rota desde que te llegaron los doce veranos, para ver si mi lengua logra sanar aunque sea una de tantas cicatrices.
Volaremos en el auge de la perdición, sin tiempo ni formas mecánicas que den cuenta del caso de tus piernas balanceándose sobre mis hombros.
Seremos agua bendita; curaremos el espacio y colgaremos descendencia en las ventanas pasionales.
Y todo esto pasará aunque no lo quieras; ya después veré cómo me deshago de tu cuerpo.
