Como cada noche, en su camita dormía la niña de largos cabellos junto a su gato, una suave brisa entraba por su ventana acompañada de olores del bosque que había cerca de casa. Ella despertaba, se sentaba en la cama y miraba el brillo de las estrellas que alumbraban la luna. Susurraba sus canciones preferidas mientras acariciaba al gato y éste la miraba. La niña soñaba, soñaba con lo que había más allá de las montañas que nunca subió, soñaba con olores nuevos que nunca olió. Una noche viendo el vuelo de las lechuzas, soñó que volaba, que saldría de su habitación, más allá del camino, más allá de la verja, del lago que veía desde su cuarto
a veces le contaban historias de largos viajes, donde los árboles son de otro color y las flores otros aromas, y ella soñaba con esos lugares, se imaginaba en ellos, pero sólo era eso, sólo soñaba.
Una noche entro un hada por su ventana e interrumpió su sueño, le dijo que parara, que dejara de soñar con esos lugares, que no inventara más canciones ni las bailara. La pobre niña con lágrimas en sus ojos, lloraba y agarrada a su gato le preguntó, no entendía porque debía dejar de soñar, y el hada le contestó:
_¿No te das cuenta?, Cada noche tienes un sueño, y cada sueño se convierte en deseos, cada mañana que despiertas de ellos tus ojos lloran, porque has despertado, porque ya no estás en ellos. Crecerás y habrás vivido soñando, llena de ilusiones que caerán al otro día, nunca vivirás más allá del camino, nunca pasarás más allá del lago, el bosque está muy lejos de tu habitación y en cada sueño derramarás lágrimas cuando despiertes.
La niña desconsolada miró a su gato y con su cara empapada por la desilusión se hecho a dormir, y cada noche que pasara la dedicó a dormir, porque cada noche era descanso. Se olvidó de aquellos sueños en los que nunca entraría, los escondió en un cajón de su mesita de noche, y nunca más lo volvió a abrir.