Llegáis en bandadas y sin consultar,
os asomáis, murmuráis,
pero jamás os remangáis,
para tal como aparecisteis, desaparecer.
Siempre es lo mismo y siempre,
la boca os sabe igual,
a esa sangre vieja que daña hasta el recordar,
la mierda que os pensáis
y qué de real, tiene vuestra aclamada libertad.
Os creéis mejor que el padre pero a solas,
también os la machacáis,
porque al fin y al cabo no sois más que hueso
y parte de la erosión que esta y se sabe,
porque esto, es así.
Y el uno tras de el otro,
como ya hicieran los abuelos,
llegáis, os asomáis, murmuráis,
pero no os remangáis,
y tal como llegasteis, os marcháis.
Porque la vida y la muerte
no son tan diferentes y cambiar,
no van a cambiar, o no por lo menos,
mientras hombres y mujeres,
honestos o no, cuando andrajoso rebaño
ante quien sabe qué, quien o cuándo,
se sigan arrodillando y sin preguntarse,
rezando.
Dejad, miserables pordioseros,
de preguntaos el por qué del mal
que portan vuestros dedos,
del qué muelan vuestras muelas,
del que vuestro encogido cerebro
retiene bien dentro,
del por qué de vuestra ira, de vuestra desesperanza
o todas esas ganas de pintar en rojo,
hasta las sombras del alma.
Sois personas, humanos,
lo que se sueña pero siempre,
se escapa de entre las manos.
Sois lo que va y regresa, siempre,
siempre regresa,
pero con otros lamentos y otras pieles,
con otras lágrimas y otras muchas sandeces.

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